La periodista y escritora Anna Pacheco. | JULIA VENTURA

TW
3

¿Quién trabaja cuando estamos de vacaciones? Es una de las preguntas que motivaron a la periodista y escritora Anna Pacheco (Barcelona, 1991) a pasar siete meses infiltrada en varios hoteles de lujo de Barcelona. Asistió a reuniones de comités, eventos de empresa y frecuentó ostentosos halls a modo de oficina para describir qué hay detrás del empleado que te sirve una copa en la piscina, si te lo puedes permitir. Sus observaciones quedan ahora plasmadas en Estuve aquí y me acordé de nosotros. Una historia sobre turismo, trabajo y clase (Anagrama), una crónica que acaba siendo un ensayo accesible sobre qué hacer ante un futuro muy próximo en el que lo más probable es que solo viajen los más ricos.

Infiltrarte es un recurso que dominas. ¿Hasta dónde te ha permitido llegar esta vez?
La crónica que escribí para el suplemento Quadern de El País sobre el congreso inmobiliario The District, al que van fondos buitre, me permitió acceder a una élite que en ningún otro caso se acercaría a mí. Cuando intentas hablar con esta clase dirigente te das cuenta de que te responden como si leyeran una nota de prensa, por eso es interesante encontrar a estas personas en espacios más desenfadados y fuera del trabajo. Eso hice durante la Mobile World Congress hace unos años, yendo a donde estos congresistas salían de fiesta. Es una puerta de entrada en la que se rompen las barreras de una entrevista formal que permite acceder a un espacio de tranquilidad en el que se dicen otras cosas. Para el libro pude entrar con la complicidad de los trabajadores de los hoteles, que me invitaron, y pude asistir como una empleada más y ver las tensiones que se producen en las reuniones sin que mi presencia molestara.

Dime un hecho esperanzador y otro terrible que presenciaras durante tu investigación.
Esperanzadores vi muchos, y espero que eso se refleje en el librito. Tal vez la revolución no llega de esa forma épica que igual estamos esperando, por eso creo que conviene no subestimar las resistencias y sabotajes cotidianos por parte de los trabajadores. En el acto corporativo que aparece al inicio te das cuenta de la performance que implica asistir a esta propaganda de empresa que los empleados ven como una tontería. No somos tan necios como para naturalizar totalmente lo que dice la empresa. Recuerdo un trabajador que a un cartel que ponía ‘sonríe' le añadió ‘si tienes motivos’. Estas resistencias existen. Cuando un cargo intermedio se niega a aplicar normas absurdas, como tirar comida, y permite que los compañeros se la lleven, es otro ejemplo. Estos sabotajes y las alianzas tejidas desde abajo son las que permiten sobrevivir en un hotel o la oficina. No ser un chivato y recordar de donde vienes, como me decían, porque proliferan los cargos intermedios que, aunque están mal pagados, se convierten en figuras casi policiales a las órdenes de la empresa. Pueden y deberían rebelarse más.

El primer día que fui al acto con la directiva del hotel pensé que no podría volver a ninguna otra reunión

Eres visible en redes sociales y publicas en diversos medios. ¿Alguna persona te ha reconocido durante el trabajo de campo?
No, y me ha sorprendido mucho. El primer día que fui al acto con la directiva del hotel y vi que figuraba mi nombre y apellido pensé que no podría volver a ninguna otra reunión. Creía que me buscarían en Google y que se acabaría la fiesta. No tengo una relevancia mainstream y vivimos en burbujas, pero sorprende que busquen tan poco en Internet. Yo lo haría mucho más, pero existe una gran distancia entre nosotros y ellos, que vienen de escuelas de negocios y muchos ni siquiera son de aquí.

Lo tenían todo sobre ti a un clic.
Es así (ríe). Aunque sí que hubo un momento en que dos personas que había entrevistado y que formaban parte de un equipo directivo me acabaron enviando un correo en el que me decían que ya sabían quién era y que por favor no aparecieran en mis investigaciones. También es verdad que, como iba con la complicidad de los trabajadores, suponía un obstáculo para acceder a la élite. Me veían con cierta sospecha. Por eso creí que debía centrar el trabajo en los empleados y su experiencia con el lujo, y no tanto con la dirección. Eso lo dejaré para otro libro.

Tu texto me recuerda a la película En un muelle de Normandía, en la que Juliette Binoche interpreta a una escritora de París que se infiltra para denunciar la precariedad de las limpiadoras de un ferry. Sin embargo, eso le provoca conflictos personales. ¿Has tenido algún problema con la gente que entrevistaste tras la publicación?
De momento no, pero muchos trabajadores pudieron leer el libro antes de publicarlo y me decían que parecía una película, aunque reconocían que claramente era su vida por mucho que fuera escalofriante en ciertos momentos. El texto tiene un componente más literario, sobre todo en algunas escenas, y muchos trabajadores se han visto reflejados. He tenido muy presente mi relación con ellos y ha sido una conversación constante que he tenido conmigo misma. «¿Qué legitimidad tengo para hablar de la vida de otros?», me preguntaba. Por eso he jugado con la primera y la tercera persona. El libro es un híbrido de géneros que me ha costado definir, pero tenía presente esa sensación, aquello que Pierre Bourdieu resumió al decir que las clases trabajadoras nunca hablan, son habladas. Creo mucho en el periodismo de inmersión, pero si lo usaba todo el rato me veía como algo intrusivo. También me cuestioné por qué no trabajar en un hotel, pero no lo hice porque soy autónoma y no me he dedicado exclusivamente al libro.

Tu investigación, de hecho, arrancó tras una propuesta que fue fundamental.
Fui invitada por un comité sindical de un hotel de lujo que conocía mi trabajo y me dieron carta blanca para hacer lo que quisiera. Acepté esta invitación generosa y luego ya busqué otros hoteles para hacer algo similar. Durante el proceso pensé mucho en el libro Por cuatro duros, de Barbara Ehrenreich, que trabajó en empleos en los cuales cobraba menos del salario mínimo. La autora se preguntaba hasta qué punto debía contar a sus compañeros que eran objeto de estudio. Concluyó que solo lo haría en los casos en los que generara más confianza y amistad. Lo que más le sorprendió es que algunos, al enterarse, le dijeron: «Ah, ¿entonces mañana no vienes al turno?».

El origen del libro parte de un viaje que hiciste en familia. ¿Qué te llevó a escribirlo?
Cada vez que voy a casa de mis padres veo encima de la tele el souvenir de un crucero que hicimos, es como una especie de bodegón doméstico que ocupa un espacio importante de la casa. También, a raíz de la pandemia, con esa imagen tan evocadora de los cruceros podridos en la ciudad turca de Aliağa, me dio que pensar. Esos activos muertos me sugerían algo. Desde la pandemia pensaba en el tema del turismo, sobre qué hacemos cuando no trabajamos y por qué tenemos tantas ganas de viajar, pero también las consecuencias que esto tiene sobre el territorio. Además, me interesaba el mundo del trabajo y luego me llegó la propuesta del comité. Se juntó todo y fue decisivo.

No me atrevería a decir que el odio de clase no existe en los hoteles de lujo

El historiador Chris Ealham me explicó en una entrevista que el líder anarcosindicalista Juan García Oliver, que de oficio fue camarero y siempre trabajó en restaurantes y hoteles de lujo, se relacionaba mucho con gente de clase alta y, escuchando según qué conversaciones, fortaleció su nivel cultural y su odio de clase. ¿Currar en un espacio elitista disipa o incrementa el resentimiento de clase?
No hay ese resentimiento, pero mi libro no es una muestra representativa porque se basa en tres hoteles y 36 entrevistas en profundidad, aunque hablé con más gente. Aun así, no me atrevería a decir que el odio de clase no existe en los hoteles de lujo, pero sí que me pareció significativo que hay una cierta función trágica del ‘es lo que hay’. Ese realismo capitalista de que siempre habrá ricos y que los pobres trabajarán para ellos, como me dijo una trabajadora. Todo esto no invisibiliza los sabotajes que vi. Es curioso que en algunos entornos más liberales me han visto como una agitadora por plantear la pregunta sobre el odio de clase, que ven como algo pasado, pero la planteé en términos especulativos. ¿Por qué no colectivizamos piscinas o pensamos en sistemas en los que los trabajadores puedan usar las instalaciones de los hoteles? El final del libro es una provocación sobre qué hacer con esos mamotretos turísticos que tenemos en ciudades y pueblos.

¿Cómo modula ese odio la aspiración clasemediana que tanto te obsesiona?
No tenía previsto hablar de la clase media, pero emergió de forma espontánea al hablar con los trabajadores. Aparecieron todas las posibles variaciones de clase media: alta, baja, bajísima, regular y trabajadora. Si surgía, podría implicar algo, pensé. La clase media es la gran victoria de las políticas que en España se han hecho desde el franquismo, y que está articulada por la propiedad privada, la familia, el trabajo estable o la aspiración de tenerlo, aunque sea trabajando 15 horas o siendo pluriempleado. Ahora ya existe, incluso, la figura del entrenador de sí mismo, que mira a gurús de autoayuda por la noche, lo que tienen un peso importante en la ideología. No es exclusivo del sector turístico, pero la clase media hace que estemos más tranquilos y que haya cierta paz social y estemos menos preparados para movilizarnos cuando es necesario.

Son los sindicalizados los pocos que dan la cara, que hablan del monstruo de las horas extra

Una camarera de piso de cuarenta y nueve años te confesó: «Pisamos a los demás como para poder sobrevivir». ¿Queda margen para el sindicalismo?
Aunque tengan problemas, son los sindicalizados los pocos que dan la cara, que se enfrentan a las reuniones, que hablan del monstruo de las horas extra. El sindicalismo tiene futuro y lo estamos viendo cada vez más al ver datos como los de la CGT, que es el que más ha crecido en el último año y, además, es el más combativo.

La última cumbre de ministros de turismo europeos abogó por la sostenibilidad social para mejorar las condiciones laborales de los empleados del sector, algo que secundaron las patronales. ¿Es coherente este discurso oficial con lo que has visto?
En estos entornos no pueden repetir más la palabra sostenibilidad sin que signifique nada. Lo impregna todo. No viven al margen de la realidad e incorporan esta preocupación, aunque solo sea teóricamente. Los certificados de eficiencia energética, como pude comprobar, los otorgan personas que están implicados en los procesos de promoción hotelera e inmobiliaria. Es todo un tinglado para ponerse medallas de cara al exterior. En el caso de los trabajadores me interesaría que se cumpla con sus condiciones salariales o que se demuestre que la empresa no usa subcontratas. Un distintivo que certifique estas buenas prácticas debe de estar impulsado por los trabajadores y sindicatos; de lo contrario no sería creíble. Recuerdo el sello que las kellys querían hacer para que los hoteles que lo quisieran tuvieran que cumplir unos requisitos. Se debería hacer en todos los estamentos, pero requeriría quitar las zarpas de los hoteleros sobre estos temas.

Bajo la parafernalia del lujo se exige trabajar más y ser amable

«Si un huésped da alguna información sobre él, (los empleados) deben tirar del hilo, interesarse. Esa es la experiencia». Así describes el turismo de lujo.
Me sorprendió que se repitiera esta fórmula incansable del ‘sois trabajadores de un hotel de lujo’. El trasfondo era responsabilizar del lujo a los propios trabajadores con horas extras no pagadas. La experiencia de lujo la dan los empleados que son dóciles, serviles, que se acuerdan de los gustos y preferencias de los clientes. Pero esa anticipación requiere tiempo y no está pagado. Bajo la parafernalia del lujo se exige trabajar más y ser amable.

Por lo general, los empleados más jóvenes, de la generación Z, tienen una relación diferente con el trabajo y no creo que esto solo se deba a la precariedad. ¿Cómo puede modificar las relaciones de trabajo en el sector?
No lo tengo muy claro. No siempre es útil hablar en términos de generación, pero sí que es cierto que fenómenos como la falta de camareros o la Gran Renuncia en los EEUU, protagonizada por trabajadores precarios menores de 35 años, puede tener que ver con una rotura total de las expectativas. Cuando la eterna promesa de la prosperidad se revela falaz o solo la consiguen los que ya eran ricos encontramos empleados que se niegan a trabajar con esa servidumbre que se espera de ellos. Recuerdo reuniones con la directiva en las que se hablaba de la falta de camareros y no se planteaban por qué ocurre. Y tiene que ver con que, en un momento de precariedad total, prefieres que te exploten en un sector que no sea el turístico. En paralelo al aumento del discurso del ‘sé tu jefe’ también hay más resistencias que tienen que ver con el antitrabajo o, como mínimo, desplazarlo del centro vital. Hay muchos discursos que rechazan la visión de un sistema que nos quiere trabajando todo el día con buena cara. Son fenómenos que conviven.

Una gran cantidad de gente de clase trabajadora y de clase media no podrá irse de viaje

Citas diversas obras posturísticas, como De nuevo centauro o Ardiente sol de la infancia. Me da que serán las limitaciones ecológicas, y no una planificación del gobierno, la que nos obligue a decrecer. Esto nos llevará a un turismo más elitista, pero también de proximidad. ¿Qué futuro imaginas?
Si no hay planificación pasará como cuando hace 50 años solo viajaban los ricos, los que se lo podían permitir. Una gran cantidad de gente de clase trabajadora y de clase media no podrá irse de viaje, que es algo que representa algo importante para muchos, no lo niego. El libro, como has explicado, reclama una planificación para que precisamente no se tomen decisiones de forma arbitraria o a través de una regulación natural, que la haría el capital. Por eso, al final, pienso en entornos posturísticos, sobre qué se podría hacer con esos espacios que dejan de recibir turistas y qué segunda vida podríamos darle a sus infraestructuras. ¿Podemos pensar en un turismo de proximidad que sea menos explotador o en segundas residencias comunitarias para que la gente pueda usarlas y disfrutar del mar?

Es muy curioso y desconocido el caso de la Ciudad de Vacaciones de Perlora, en Asturias, construido por el Sindicato Vertical franquista.
Promovía un adoctrinamiento fascista, pero pensar qué se puede hacer ahora con esas casas abandonadas ubicadas en un lugar privilegiado es algo necesario. Muchos inversores extranjeros se están frotando las manos para ver si pueden hacer residencias de nómadas digitales o un hotel de lujo. Tenemos que pensar qué hacemos cuando no trabajamos y reflexionar sobre que igual no es necesario eso de ir a una ciudad tres días para devorarla. ¿En qué momento hemos entendido y normalizado que la cultura del chek es lo mejor que podíamos hacer? ¿Podemos saciar nuestra curiosidad de otras maneras? Lo que no quería hacer es una especie de guía moral del buen y mal turista porque podía caer en actitudes elitistas y esnobs. El turista siempre se cree por encima del otro, pero el que se cree más original que otro en el fondo hace lo mismo con superioridad. El turista es turista.

El título del libro, Estuve aquí y me acordé de nosotros, dices que esconde un mensaje transformador: «De todo aquello que no hicimos cuando pudimos».
Había una necesidad de pasar del yo al nosotros, de la típica camiseta que pone 'Estuve en Benidorm y me acordé de ti'. Intento exponer experiencias del estilo 'elige tu propia aventura' para ver hacia dónde podemos acabar.