Palestinos desplazados en la zona costera de la Franja de Gaza. | Reuters - HAITHAMIMAD

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El reconocimiento del Estado palestino por parte de España, Noruega e Irlanda es la noticia del día en clave internacional. Se trata de un hito que probablemente provoque consecuencias inmediatas y a medio y largo plazo en la esfera diplomática. Qué efectos directos y prácticos conlleva el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho en el ámbito internacional por parte del Gobierno de España y de algunos de sus socios europeos.

Algunas fuentes especializadas coinciden en remarcar que el reconocimiento del Estado palestino constituye un significativo gesto simbólico, en línea de apoyar la legitimidad del pueblo palestino para desarrollar su soberanía y escoger su sino. No obstante dada la realidad sobre el terreno, fuertemente condicionada por la ocupación israelí y agravada por la guerra en la Franja de Gaza que siguió a los ataques de Hamás del 7 de octubre, se antoja imposible una articulación de los mecanismos que harían de Palestina un Estado análogo al resto de la comunidad internacional.

Las relaciones internacionales exigen interés en común por parte de los dos actores implicados. Es precisamente lo que estamos viendo estos días de tormenta política suscitada por las afirmaciones del presidente argentino, Javier Milei, sobre la esposa del presidente Pedro Sánchez. España es soberana para decidir retirar de forma unilateral a su embajador en el país sudamericano. Del mismo modo, puede reconocer la legitimidad de un Estado si así lo considera. No se trata de un hecho tan singular en el ámbito internacional. Actualmente más de 140 Estados de todo el mundo han dado el paso y reconocen al Estado palestino, en contra de la opinión de otros, como Estados Unidos.

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Sin embargo Palestina no es, hoy por hoy, un pueblo convencional. Dicho de otro modo, se trata de un Estado ocupado por otra potencia, y además de ello, actualmente se encuentra en guerra. A diferencia de Ucrania, la contienda abre en canal las opiniones dentro mismo del bloque de la OTAN. Mientras algunos Estados europeos como Francia, Reino Unido o Alemania muestran un inquebrantable apoyo al primer ministro, Benjamín Netanyahu, otros se muestran críticos con las órdenes de un gobierno cuyo ministro de Seguridad Nacional, el ultraortodoxo Itamar Ben-Gvir, avala la expulsión masiva de los gazatíes de sus casas, asegurando sin rubor que a él le gustaría trasladarse a vivir allí.

Efectivamente, la soberanía cuenta y mucho en esta discusión. Los preceptos del derecho internacional establecen que un Estado debe poder desempeñar distintas y muy variadas funciones, desde la defensa de las fronteras y el mantenimiento de la integridad territorial a través del monopolio de la fuerza pública, a la protección de las vidas y los bienes de sus habitantes. Debe ofrecer condiciones básicas de administración de justicia, o servicios públicos como la educación o la salud; todo ello sin perder de vista las relaciones diplomáticas del país con el resto de integrantes de la comunidad internacional. Por ese motivo lo de gesto simbólico en el caso palestino cobra mayor entidad.

Aunque no por simbólico habrá escocido menos el gesto en Israel. Una de las consecuencias más claras que podemos anticipar en estos momentos es el enfriamiento de las relaciones bilaterales de quienes se han pronunciado este miércoles. El socio preferente de Occidente en Oriente Medio ha visto como las críticas contra las operaciones militares en Gaza se han multiplicado a medida que los bombardeos dejaban más víctimas civiles, y las acampadas reivindicativas se han reproducido dentro de las universidades españolas.

Según el gobierno israelí, los Estados europeos que acaban de reconocer el Estado palestino avalan el terrorismo. Su gesto, dicen desde Tel Aviv, señala que la violencia «merece la pena» y supone un «reconocimiento a Hamás». La retirada del embajador, como ha hecho Madrid en Buenos Aires, es solo un primer paso. ¿Desembocará todo en una ruptura de relaciones diplomáticas? Nadie parece desearlo pero el tiempo lo dirá. Lo patente es que, para muchas personas, hoy España se sitúa en el lado correcto de la historia.