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Antonio Sánchez Martínez y su mujer, María del Rosario Cuerda, tendrán que abandonar la casa en que viven, en Sineu, en breves fechas. «La orden de desahucio está dada, por lo que se puede hacer efectiva cualquier día de estos –nos dice Antonio, en presencia de su esposa y de su fiel perra, Wilma–. ¿Qué haremos? Pues salir de casa y vivir, mientras podamos, en el coche, y cuando no, en un portal o donde sea. Nos han dicho que vayamos a Ca l’Ardiaca, pero,    quienes conocen el lugar, nos han aconsejado que no vayamos allí, ya que la gente que va es más bien problemática, y ya tenemos problemas suficientes nosotros como para meternos en otros».

Hablamos con ellos hace unos días, en su casa, hasta donde fuimos acompañados por Víctor Sánchez, exrestaurador metido    en política –Unión de Centro Balear– que fue quien nos facilitó el encuentro, puesto que él, a través de la página que ha creado en Face, Juntos somos más, que viene a ser como una cadena de ayudas, les está echando una mano. La modesta casa está en pleno campo. Consta de cocina, cuarto de baño y una habitación a modo de sala de estar y dormitorio. Tienen luz gracias a una placa solar, mientras que al agua la consiguen de un pozo y de un estanque. Agua no potable, pues la potable la compran en garrafas.

Junto al pozo, de forma ordenada, y clasificada, se apila la chatarra que venden, obteniendo con ello unos pequeños ingresos. María del Rosario Cuerda, antes de la pandemia sufrió una trombosis esplenoportal que la llevó dos meses al hospital, y posteriormente, un infarto. Y por si faltara poco, Antonio, durante la pandemia, estuvo tres meses sin poder trabajar, «por lo cual, sin ingresos de ningún tipo, en casa había días que no teníamos nada que comer. Lo pasamos tan mal, que más de un vez pensé quitarme de en medio, cosa que no hice porque, si por una parte, yéndome, ponía fin a los problemas, por otra –dice entre sollozos que no puede contener–, la dejaba a ella sola, sin trabajo, sin ingresos y en la calle, lo cual no sería justo. Así que di marcha atrás».

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La chatarra es un recurso para sobrevivir.

Limpiando pisos... Y chatarra

En realidad, a los Sánchez, que hace diez años pisaron la Isla, la mala suerte les ha estado acompañando. Una tía de ella les animó a que se vinieran a Mallorca, a trabajar en un hotel, «pero cuando llegamos, ni existía ese hotel, ni tampoco el trabajo, por lo que nos tuvimos que ir a vivir a un piso de General Riera, compartiéndolo con subsaharianos. Viendo que algunos de ellos vivían gracias a la chatarra que vendían, nos hicimos chatarreros. En un carrito de supermercado la trasladábamos, empujándolo, y a pie, al polígono, donde nos pagaban entre 5 y 10 euros por lo que les llevábamos. Gracias a eso y a lo que ganaba mi mujer limpiando pisos, a 6 euros la hora, vivíamos. Más tarde nos trasladamos a Mancor de la Vall para cuidar a una señora mayor, que nos dejaba vivir en su casa, donde comíamos, y encima nos daba 450 euros al mes. De nuevo, gracias a eso, y a los pisos que limpiaba mi mujer, salíamos adelante... Hasta que le dio una trombosis que la llevó al hospital durante dos meses». Posteriormente, fueron a vivir a Sineu, «donde trabajé como guarda de una finca visitada por turistas, cobrando 700 euros. Vivíamos en esta casa, cobrándonos el dueño un alquiler de 300 euros, con lo cual el sueldo se quedó en 400, de los que descontaba los gastos por desplazamientos a Escorca y Mancor de la Vall, pero… Con un poco de ingenio, y con el agua del pozo y la luz que nos llega a través de unas pequeñas placas, vivíamos. Sí, porque gracias a la anterior asistenta social, conseguimos una ayuda de 1.200 euros, con los que compramos generadores y baterías solares de segunda mano. Pedí también, a través del Ajuntament, una ayuda a la dependencia, pero la denegaron. El alcalde de Sineu me dijo que no podía hacer nada. Tampoco nos pudieron hacer un certificado de vulnerabilidad… Que conseguí a través    de la asistenta social de los Juzgados de Inca».

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Antonio y María del Rosario con Wilma, a la que no abandonarán pase lo que pase.

No sin Wilma

Y ahora, tras haber superado los problemas que conllevó la pandemia, donde estuvo –como ha dicho– sin ingresos de ningún tipo, tratando de sobrevivir con la venta de la chatarra, les llega el desahucio, «al que no vamos a hacer frente, por lo que nos tendremos que ir de casa. He vuelto a pedir ayuda al Ajuntament, pero nos han dicho que no nos la pueden ofrecer, que vayamos a Ca l‘Ardiaca, pero no iremos porque sabemos cómo es aquel lugar, y porque si vamos tendremos que separarnos de Wilma, ¡y eso sí que no! Así que, si no ocurre un milagro, nos iremos a vivir al coche, o dónde nos dejen». El matrimonio no entiende como en pleno siglo XXI pueden ocurrir cosas como ésta. Donde la Constitución vela por la vivienda de los españoles, «pero no será en nuestro caso, pues dentro de nada nos vamos a quedar en la calle, ya que el Ajuntament tampoco tiene medios para atender, aunque sea provisionalmente, a personas como nosotros».

«Un ayuntamiento, además  –señala Victor Sánchez, que ha seguido en silencio el relato de Antonio–, dirigido por el PP, que en muchas ocasiones –se refiere al partido– ha criticado públicamente la política social del gobierno de Armengol, y que ahora que tiene ocasión de resolver un problema, que atañe a uno de sus ciudadanos, diga que no está en su mano… Pues no lo entiendo». Ni nosotros tampoco. Lo cierto es que Francisco, su mujer, María del Rosario, que además está enferma, y su fiel perra, Wilma, dentro de nada se van a la calle. En casos como estos, ¿hacia dónde miran los políticos? «¿Y sabe usted que otra cosa me entristece –apostilla Antonio–, que mis padres, de 90 años, a quienes no veo desde hace cuatro, creen que estamos viviendo sin problemas, y felizmente, en Mallorca».