Primeros bañistas del año en la playa de Can Pere Antoni. | Pilar Pellicer

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Se acerca el buen tiempo y poco a poco vamos cambiando los abrigos por camisetas de verano y pantalones cortos. Tras meses a cubierto, vuelven a dejarse ver los brazos y las piernas, incluso las barrigas en la playa, y con ellos…también los complejos. Después de Semana Santa llega el ‘boom’ de la operación bikini. El malestar con el cuerpo de uno mismo lanza a millones de personas a restringirse en los siguientes meses alimentos, a seguir dietas para perder kilos y a pasar desmedido tiempo en el gimnasio para tratar de conseguir un cambio brusco en poco tiempo y alcanzar así una imagen idealizada. Sin embargo, psicólogos y nutricionistas recuerdan que este tipo de imposiciones pueden acarrear desde daños físicos y hasta obsesiones, que pueden acabar derivando en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA).

La dieta de ensaladas, de frutas y con alimentos procesados totalmente prohibidos se difunde disfrazada de salud, de «cuidarse», pero, advierte la psico-nutricionista Juana María Fernández Galbi, «asilarse socialmente, llevarse el tupper a todos los sitios, rechazar planes, negarse el placer o restringirse no es cuidarse. Alimentarse bien es para cuidarse, no para encogerse. La mayoría de cosas que hacemos para encogernos son de todo menos saludables». En redes sociales abundan estas semanas publicaciones recomendando regímenes para conseguir el cuerpo de verano deseado, a base de 1.200 calorías diarias, algo muy peligroso según la psico-nutricionista: «¡Es lo que consume un niño de 5 años al día! Es absurdo normalizarlo en una mujer adulta en edad fértil». Exponerse a restricciones alimenticias genera tensión mental (obsesiones), emocional (miedo, culpa ante ciertos alimentos) y física.

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La psico-nutricionista Fernández Galbi. Foto: P. BOTA.

Rumiaciones, 'carbofobia' y sentimiento de culpa

Al alterar la conducta alimentaria (la parte emocional del comer, por qué comemos y cómo lo hacemos) cada vez es más difícil volver a la alimentación intuitiva. Algunos de los indicios que alertan del inicio de una posible obsesión son los pensamientos recurrentes sobre la comida (qué vamos a comer, qué vamos a comprar o cómo compensar las comidas sociales); enclaustrarse en dicotomías entre los alimentos 'buenos' y 'malos' (y el sentimiento de culpa al consumirlos); rechazar los hidratos de carbono (la llamada 'carbofobia') o planes sociales al vincularlos con un aumento de peso o comportamientos compensatorios, como mantener ayunos o hacer ejercicio, en contraprestación de haberse saltado 'la dieta'. «Cualquier tema al que le prestamos demasiada atención es susceptible de acabar en obsesión, el ver la comida como una amenaza, como algo a controlar», apunta Fernández Galbi. «Si reaccionamos ante los alimentos como algo nocivo, se genera en uno mismo una relación de lucha con un acto que hacemos por necesidad fisiológica varias veces al día». De ahí que mantener una mala relación con la comida pueda hacer bajar a los infiernos a quienes se sienten verdugos de lo que en principio es algo esencial para vivir.

Además de la dimensión emocional, el mantener una dieta estricta a lo largo del tiempo puede acarrear también serias consecuencias para la salud física. Ante la falta de nutrientes, el cuerpo entra en modo de supervivencia, cuenta la psico-nutricionista: se dispara la ansiedad, la impulsividad y se pierde la sensación de saciedad, por lo que volver a comer 'normal', sin dolores de cabeza y sin que condicione el día a día se puede volver misión imposible, tanto psicológica como físicamente.

Desde el apego seguro

Hasta que no es un trastorno de alimentación declarado, las personas no suelen acudir a consulta, pues suelen percibir el estar a dieta siempre como algo 'normal'. Fernández Galbi desaconseja los regímenes estrictos, «germen de conductas insanas», en contraposición de la alimentación intuitiva: «Cuando nacemos tenemos una relación de apego seguro con la comida, es seguridad, supervivencia. Nuestra conducta tiene que estar relacionada con esto». Ejemplo de una aproximación sana serían las comidas en casa de los abuelos: «Seguro que todos recordamos que nos daban caldo, verduras...pero de vez en cuando también había algún dulce o algo que nos gustaba y disfrutábamos sin culpa, viendo el plato como algo placentero y sin estar contando calorías o macronutrientes».