Itziara Biayna, en la actualidad. | Jaume Morey

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Itziara Biayna nació como Gabriel hace 37 años, pero queda poco o nada de aquel chico en esta mujer trans que habla muy rápido, intenta no parecer nerviosa durante la entrevista, aunque luego confiesa estar aterrada por 'desnudarse' de esta manera, y demuestra su amor por la historia ofreciendo datos históricos sin parar. Ha pasado por tres intentos de suicidio, bullying en la escuela, depresión, discriminación de todo tipo y varias veces decidió paralizar el tratamiento de cambio de sexo, «porque si estás mentalmente inestable, no puedes seguir adelante con el proceso», argumenta. Le ha costado mucho, pero por fin ha encontrado la estabilidad y es una persona feliz y completa. Ya conocen el dicho, si no te mata, te hace más fuerte.

Itziara, fusión del nombre de una princesa maya de la época precolombina y de la expresión mallorquina 'I ara', explica que «desde los dos años sabía que era diferente al resto, que estaba en un cuerpo equivocado. Pero cómo te informas de lo que sientes, de lo que crees que eres cuando no hay información», se pregunta esta mujer que dejó los estudios a los 15 años porque «no me sentía segura en el instituto, ya no podía ir allí. Me hacían sentir un bicho raro, como si no me machacara yo lo suficiente. Elegí entre estudiar y sobrevivir, no fue muy difícil tomar la decisión», agrega.

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Itziara Biayna, con su madre y una de sus hermanas, los pilares de su vida.

«La gente se sorprende cuando lo digo, pero nunca pensé que llegaría a los 35. No soy una persona fácil de aguantar, y si sigo viva, es gracias a mi madre y mis hermanas, que siempre están ahí para recoger los pedazos», relata Itziara. Fue a su madre a la primera a la que confesó que era una chica, «que no me sentía un chico»; la reacción de ella fue de absoluta tranquilidad porque lo sospechaba desde hacía mucho tiempo. «Aunque una tenga apoyos, si no tienes estabilidad emocional, te hundes», reconoce.

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Quizá por eso intentó suicidarse por primera vez de adolescente con pastillas, en años posteriores vinieron tres tentativas más. «No era mi momento, nunca conseguí quitarme la vida. La última vez me cogió mi hermana y me hizo prometerle que no lo volvería a hacer más. Ahora cada día me levanto intentando cumplir esa promesa», explica, al tiempo que reconoce que «lo peor que puede hacer una persona es negarse quién es y esconderse, más pronto que tarde te pasa factura».

Itziara ha visto por fin la luz al final del túnel. Desde hace seis meses trabaja como auxiliar de vigilancia en la residencia universitaria de la UIB, hasta ahora siempre habría trabajado como limpiadora, profesión que le hacía muy infeliz. Pero necesitaba el dinero, ya que su madre, viuda, y su hermana con discapacidad dependen de su sueldo para llegar a fin de mes.

«Ahora tengo un empleo que me llena, me siento plena, estoy a gusto con mis compañeros de trabajo en la universidad. He dejado de sobrevivir para empezar a vivir», finaliza esta mujer, que ha decidido darse una nueva oportunidad para estudiar, y se prepara para realizar la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años y poder estudiar el grado de Historia.