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"Sientes que te pierdes dentro de ti misma y que vives una pesadilla constante". Así describe en conversación telefónica con 20minutos Bárbara Manzano Rubio, de 40 años, el infierno que vivió tras engancharse al fentanilo, el opioide sintético extremadamente barato y potente que causa estragos en Estados Unidos y que obligó a decretar el estado de emergencia hace unas semanas en Portland, la ciudad más grande del estado de Oregón.

Al igual que les ocurre a las personas que deambulan por las calles de algunas ciudades del país norteamericano, el fentanilo también cambió por completo la vida de Bárbara, natural de la localidad abulense de Arenas de San Pedro y residente en Vitoria. En su caso, los médicos le recetaron este fármaco tras sufrir una complicación derivada de la enfermedad de Crohn, afección crónica que provoca inflamación en el sistema digestivo y que le diagnosticaron con 17 años. "A mí me ha tocado un Crohn bastante agresivo. De hecho, ya no tengo colon, llevo una bolsa, porque de tantos brotes esa zona ya no me funcionaba", cuenta.

Cuando le dejó de funcionar esa área del intestino los médicos decidieron que debían operarla para colocarle una colostomía temporal. Sin embargo, Bárbara llevaba ocho meses seguidos con ingresos constantes en el hospital y pesaba poco más de 40 kilos, por lo que necesitaba engordar para poder ser operada. "Me mandaron los parches de fentanilo en abril de 2019 para que yo pudiera aguantar los dolores mientras me ponían una dieta para coger peso", relata.

Tras iniciar el tratamiento Bárbara comenzó a sentirse "fenomenal" pues no tenía ningún dolor. Sin embargo, confiesa que no todo era positivo. "Me la pasaba de la cama al sofá y del sofá a la cama. No salía. Casi todo el día estaba dormida", expone. Además, destaca que nunca le informaron de los riesgos ni de que se trataba de una sustancia tan adictiva. "Al principio pensaba que lo que llevaba puesto eran parches de morfina y que fentanilo era el nombre comercial", afirma.

Bárbara subió de peso y la pudieron operar. No obstante, días después del procedimiento sufrió complicaciones graves y tuvieron que intervenirla nuevamente. "No sé ni cómo me salvaron la vida porque cuando me llevaron al quirófano me estaba muriendo. Me despedí de mi marido y de mis padres porque no creía que iba a salir viva. Después de la operación me pinchaban fentanilo y no me daba tiempo ni ver cómo la enfermera quitaba la aguja del brazo, ya estaba dormida", recuerda.

Meses después de las intervenciones, en plena pandemia, Bárbara llamó a la Unidad del Dolor del hospital para preguntar si podía empezar a quitarse los parches. Al hacerlo le dijeron que en su historial no constaba que le hubieran recetado fentanilo. Su expediente se había traspapelado y tuvo que empezar a reducir las dosis del fármaco con su médico de cabecera. A partir de ese momento comenzó su calvario con esta droga.

El terror de la incertidumbre

Bárbara llevaba parches de 100 microgramos y le empezaron a bajar la dosis poco a poco, ya que era peligroso hacerlo de golpe. Tras iniciar el proceso comenzó a empeorar al punto de volver a estar ingresada constantemente. Sin embargo, nadie sabía decirle qué le sucedía y ella estaba segura que no era a causa del Crohn, ya que los síntomas eran distintos. Durante uno de los ingresos a las enfermeras se les olvidó cambiarle el parche durante un día y medio y cuando finalmente lo hicieron los resultados fueron devastadores.

"Empecé a tener alucinaciones. Recuerdo que veía bolas negras que venían hacia mí. Mi marido también me decía que yo veía arañas que subían por la cama del hospital y mi madre y mi hermana me dijeron que también empecé a darme puñetazos, pero esto yo no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que me metieron un chute gordísimo de morfina y se me pasó", afirma. Cuando finalmente le dijeron que estaba sufriendo el síndrome de abstinencia se sintió aliviada de saber lo que le sucedía, pero al mismo tiempo su mundo se vino abajo: "pensé que me había convertido en una yonki y se me cayó todo, hasta el punto de tomarme un puñado de pastillas de morfina y decir hasta luego".

El proceso de desintoxicación duró un año y medio. Los médicos le habían propuesto llevarlo a cabo con metadona pero ella se negó a que le introdujeran otro fármaco en el organismo. Fue un proceso extremadamente duro tanto para ella como para su familia, porque cada vez que le quitaban una pequeña cantidad de droga el cuerpo le pedía más y más. Su marido incluso tuvo que dejar de trabajar para hacerse cargo de ella y de su hijo.

Despertar de la pesadilla

Bárbara afirma que pudo recuperarse y salir adelante gracias al apoyo de su marido y de su hijo. Escribir también la ayudó a despertar de la pesadilla. De hecho, publicó una novela llamada La Escalera de Caracol al poco tiempo de dejar el fentanilo. Por este motivo invita a todas las personas que quieran salir de su adicción a pedir ayuda, porque la potencia de este opioide sintético es tal que resulta extremadamente difícil hacerlo solo.

También considera que el hospital tuvo parte de culpa en lo que le sucedió. Sin embargo, afirma que en nunca pensó en demandar al centro hospitalario. "Justo me pilló en plena pandemia. Hubo cosas que se atrasaron y entre ellas la mía. No iba a demandar a unas personas que estaban haciendo todo lo que podían en un momento en el que nadie sabía qué es lo que había que hacer, que los recursos no llegaban, que los hospitales estaban llenos. Para mí más que una negligencia fue la evidencia del refuerzo real que hace falta en la Sanidad pública en toda España", finaliza.