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Su cualidad de ser digno de confianza ha quedado patente a través de su biografía libremente resumida, en cuya etapa actual como líder del partido de la derecha nacionalista yamina, gobernará, durante dos años como primer ministro israelí con partidos de izquierda y centro. Naftali Bennett llega con una amplia experiencia; entre 2013 y 2019 ha sido ministro de asuntos religiosos, de economía, de la diáspora y de educación. También desempeñó la cartera de defensa desde noviembre de 2019 a mayo de 2020. Le acompaña una cualidad a mi entender más bien escasa entre la clase política española; su independencia económica que no se da normalmente en España. Diplomado en derecho, destacó rápidamente como emprendedor. Fundó en 1999 Cyota, empresa especializada en la lucha contra el fraude en internet, que vendió por más de 120 millones de euros. A los 33 años lidera Soluto, empresa de computación en la nube que traspasa en 2013 por más de 100 millones de euros, iniciando a continuación su dedicación a la política.

Bennet es hijo de inmigrantes americanos que llegaron a Israel, para instalarse después de la guerra de los seis días (1967) prosiguiendo y manteniendo buenas relaciones con el país de origen de sus padres y es, en los Estados Unidos donde desarrolla una parte de su carrera como hombre de negocios, siendo ya un exoficial de las unidades de élite del ejército israelí, participando en las guerras del sur del Líbano y en centenares de operaciones.

Gracias a una alianza dispar de partidos de derecha, izquierda y centro, Naftali Bennett ha obtenido la confianza del Parlamento Israelí para los próximos dos años, para ser sustituido por un diputado de un partido de centro izquierda. Por primera vez, el acuerdo de coalición incluye un partido árabe. Acusado de traición por miembros de la extrema derecha y los partidos ortodoxos el nuevo presidente ha aparecido ante la opinión pública con un pragmatismo insospechado: Parece que tiene una idea clara de lo que quiere. actúa con pasión, franqueza y se ha ganado la confianza de los demás, aunque deberá tener presente los acuerdos de Oslo que establecen en 1993 un proceso de paz que apunta a crear dos estados, utilizando entre otra clausulas y apartados, intercambio de tierras, garantías de seguridad, Jerusalén compartido y un “derecho de retorno” limitado, para los palestinos. El premio de Israel era ser una democracia próspera y un santuario para los judíos; para los palestinos era la promesa de autogobierno. A veces la paz ha estado cerca, sólo para retroceder nuevamente en medio de recriminaciones mutuas.
El mundo no puede dictar una solución. Eso requerirá, en su caso, un nuevo proceso de paz, genuino, con legitimidad y apoyo popular de ambas partes. Es difícil imaginar que una evolución de tal complejidad brote espontáneamente a partir de un suelo tan envenenado; reconocer la realidad sería un comienzo. Tal vez para superar esta historia de despropósitos se debería hablar menos de partición y más de paridad.