Trail Camí de Cavalls - camí de cavalls / lluís mir

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"¿Pero qué puñetas haces aquí?". Puede que no sea la mejor reflexión para afrontar casi 45 kilómetros de Camí de Cavalls pero es la que te haces cuando llegas al punto de partida, Cala en Porter, a las 10 de la mañana de un buen sábado y alrededor ves a gente más preparada, más animada, más confiada, más etcétera. Recuerdas esa fatídica madrugada en la que empezó todo: Una apuesta con algún brindis de más y ahora te preguntas, "¿cómo lo voy a hacer?". Lo mejor, dejarse llevar, hidratarse, concentrarse y, sobre todo, disfrutar.

La primera carrera que disputé en mi vida fue una por las fiestas populares de Sant Llorenç con unos 8 años. No sé en qué posición quedé pero todavía conservo la medalla conmemorativa. La segunda carrera de mi vida fue la de la universidad -Sí, ya sé, chiste fácil y malo, pero hoy tengo licencia- y la tercera fue la del sábado. Casi 45 kilómetros de camino cubierto en 5 horas 48 minutos y 3 segundos. Desde Cala en Porter hasta el faro de Cap d'Artrutx, en Ciutadella. Empecemos.

Una felicidad algo gastada
Para un runner, una de las cosas más importantes es tener una estrategia bien planificada para dosificar las energías y los avituallamientos. Para un futbolista del montón, exjugador de rugby y aficionado a correr entre semana, lo importante es que no se te vaya de las manos e intentar ir con alguien con el que compartas ritmo. En mi caso me acoplé a tres amigos de siempre, Lluís Mir, Biel Cardona y Xisco Carreras, que prefirió ir a un ritmo más pausado. Nada más salir, entre el buen humor y el buen ambiente reinante, alguien gritó "correr es de cobardes", lo que terminó de romper el hielo y provocó la carcajada general.

Cuando te planteas cubrir una larga distancia lo peor son los primeros kilómetros. Es un tramo en el que te duele todo, incluidos músculos que ni sabías que tenías, y en los que tienes que concienciarte de que vas a pelear por terminar, ignorando el tiempo que empleas y conviviendo con el dolor. Pero en los primeros metros impera el cachondeo, las bromas y la charla entre participantes. Así fuimos cubriendo el precioso tramo que pasa por el barranco de Cala en Porter donde las vistas son hermosas. El camino no resultó nada exigente hasta la llegada a la carretera que lleva al polvorín de Llucalari. Con la energía a tope y algunas vacas pastando por los alrededores, poco a poco se fueron formando grupos. El primero, los corredores más profesionales, se marcharon pronto del resto. Luego veníamos el resto, los mortales más comunes, y por detrás, los que prefirieron disfrutar de la experiencia corriendo a un ritmo más bajo o directamente caminando velozmente.

La bajada a la cala de Llucalari ligada a su inmediata subida hacia Son Bou despertó a más de uno y le recordó que esta carrera era más que un plácido paseo. En la urbanización, algunos turistas observaban extrañados un montón de personas 'disfrazadas' similarmente y, por si a caso, empezaron a aplaudir y animar sin saber muy bien para qué pero creyeron que era lo correcto. En este tipo de pruebas la diferencia entre correr en asfalto y camino es muy grande. En una vía rural 'solo' te cansas, mientras que en un tramo asfaltado te cansas y encima te duele. El agradecimiento fue general al regresar al terreno de polvo, una característica que se rompió con la llegada a Santo Tomás donde esperaba el primer avituallamiento tras unos metros de rocas rozando el mar y el paseo marítimo. Por entonces, las piernas contaban con 14 kilómetros y 400 metros y la ilusión y las ganas estaban al máximo aunque un poco desgastadas.

Fruta, agua y mucho bosque
El segundo tramo del camino debía ser, en teoría, el más exigente. Conocer el Camí de Cavalls te permite intentar hacer predicciones de en qué condiciones vas a llegar que luego, evidentemente, no te servirán de nada. Tras reponernos de agua y devorar un par de plátanos, llegan unos metros por la arena de Binigaus antes de adentrarte en una especie de bosque. Corriendo me doy cuenta de lo hermoso que es este deporte donde en un nivel amateur el compañerismo es máximo. El de delante pregunta cómo va al de atrás por si va bien de ritmo dejarlo pasar y tratar de no molestar ni cortar la progresión.
Entre parajes que te trasportan a otro lugar que no parece Menorca te adelantan runners mucho más expertos y preparados que en lugar de hacer los aproximadamente 45 kilómetros que tiene la prueba trekking, cubren la costa sur entera, hasta Ciutadella y que hace tres horas más que corren. "Están frescos", es el comentario que se oye, mezcla de envidia y admiración mientras te empiezan a doler las rodillas, los gemelos, los isquiotibiales, los... .

Este tramo de Camí de Cavalls es completamente opuesto al que une los mismos puntos pero por el sendero litoral. Cuestas, pendientes, barreras, terreno inestable. Las ganas de hablar han menguado considerablemente, cada uno está más pendiente de no caerse o de no malgastar energía, por lo que las bromas son mínimas. Aunque no puedo, en vistas de como están los ánimos, aguantarme las ganas de gritar el estribillo de una de tantas canciones del verano. Rompe el silencio sepulcral pero acabamos partiéndonos de risa y haciendo el tonto. "He hecho bien". Los siguientes kilómetros hasta Cala Galdana, siguiente avituallamiento, pasan más rápido, estamos más animados, incluso un voluntario de la Cruz Roja de Ferreries se niega a atendernos porque nos ve "demasiado bromistas y animados". Evidentemente está de coña y nos aplica una generosa capa de Reflex, lo que debería calmarnos algunos males. Puede que en mitad del subidón nos sentamos invencibles. Puede. Llevamos 25 kilómetros y 200 metros, poco más de la mitad.

Rocas y un faro que no llega
Cambio la fruta por el chocolate. Me agencio un bocata con un par de grageas de este oro marrón porque el cuerpo me exige azúcar en cantidades industriales y no estoy para ponerme a escuchar a Celia Cruz -Vale, segundo chiste malo, pero a estas alturas de la carrera me duele hasta el alma-. Con Lluís y Biel charlamos antes de partir sobre cómo nos sentimos de fuerzas y qué clase de tramo nos espera. Dedicamos un rato más largo que el anterior a estirar algunos músculos que empiezan a pedir sofá y manta. Marchamos rumbo a Cala Macarella, un trozo que todavía conocemos.

A partir de la cala mediática, gracias al anuncio de una marca de cerveza, corremos a ciegas. No sabemos cómo será ni en qué posición vamos porque hemos perdido la última referencia con la carrera hace demasiado. Una de las cuestas más empinadas que he subido en mi vida nos borra el optimismo de golpe. Caminamos abatidos para subirla y en lo alto el paisaje cambia radicalmente. Ya no hay barrancos, el mar está cerca y sopla un viento del sur que, empapados tras una mañana cargada de humedad, te provoca un frío insoportable. A esa mala noticia se une el bajón de tener que dejar a Biel atrás. Lleva unos kilómetros con molestias importantes en los gemelos y, aunque no lo pide, desea que Lluís y yo sigamos. Los calambres, las molestias y los tirones no duelen ni la mitad que dejar a un compañero atrás. Quizás no es lo correcto pero es lo que toca.

Flirteamos a cada roca que sale del suelo con hacernos un esguince de tobillo que nos saque de la carrera. Lluís se motiva escuchando música y me deja a solas con mis pensamientos. El corazón tiene razones que la razón no entiende, me digo, y aguanto el ritmo de mi compañero mientras pasamos calas en las que ni nos contemplamos la idea 'fer una calada'. Con el ánimo algo recuperado y mejores sensaciones en las piernas, un cartel informativo nos da un cruel baño de realidad con un breve mensaje: "Cap d'Artrutx 13,9 kilómetros".

Enloquezco. Me cabreo. Suelto palabras feas malgastando aire y energía para nada pero es lo que el cuerpo me pide. El mosqueo supone un subidón de adrenalina y le pido a Lluís que me deje marcar el ritmo. No quiero que la carrera sea fácil, quiero llegar al límite, a la extenuación. Pienso en Víctor Truyol y Mito Bosch, de la organización, en todo lo que han sufrido para que la carrera vaya bien, en las dificultades ante las que, en lugar de rendirse, le echaron valor y las superaron, en Biel y haberlo dejado atrás, en las sufridas horas de entrenamiento previas, en mis amigos que en alguna ocasión me dijeron que no sería capaz, en mis padres y mi hermano, que esperan al final de la carrera despilfarrando su sábado libre. Marco el ritmo y Lluís ya no está.

Escarbando energías de donde no las hay, corro como no lo he hecho en mi vida, encontrándome turistas y personas en bicicleta, calas que no he visto nunca pero para las que no tengo tiempo. El viento del sur no da tregua pero adelantar a dos corredores me inyecta más energía. En Son Saura me encuentro a Lluís Sanjuan, un amigo que el viernes cubrió la Costa Norte rebajando insultantemente el tiempo que tenía previsto, me anima y me motiva, me aconseja, sigo en marcha. Todo a favor, demasiado a favor.

¡Crack! Un chasquido sordo y seco suena en Son Vell. Malas noticias, el isquiotibial, el músculo detrás de la rodilla, ha dicho basta. Por delante, 5,9 kilómetros, según otro cartel que termina de hundirme en la miseria. Me levanto y sigo caminando. No queda otra. Lluís Mir me atrapa, le explico lo que me ha pasado y compartimos unos metros o kilómetros andando. Él está mejor, "¿te importa si le meto caña en el trozo que queda?", susurra y le deseo lo mejor. Se aleja y quedo solo en un paraje sin construcción alguna. Los dos corredores de antes me adelantan y los animo de corazón. A estas alturas, con más de 40 kilómetros en las piernas, ya no importa lo que queda sino que vas deshojando hitos mientras el faro aparece a lo lejos. Muy lejos.

El terreno es imperfecto, salen muchas rocas del suelo y la pisada no es cómoda. Ya no quedan energías y las piernas van solas mientras el usuario deambula sin demasiado sentido hasta que surge la playa de Son Xoriguer. Estoy en la urbanización donde está la meta, solo falta encontrarla. Aparece la última ración de fuerzas que queda y regreso al trote. Algunos turistas aplauden y se lo agradezco mientras noto como los ojos se me van hinchando. Lo malo es que no sé a dónde voy, solo sigo señales. Atravieso el puente de Cala En Bosch y un voluntario me chiva: "No te rindas, quedan 600 metros", una exhalación comparado con lo que acumulo en las piernas.

Meta. A los pies del faro espera un grupo de deportistas recuperándose, los voluntarios del avituallamiento y Lluís Mir, todos aplaudiendo mientras llego. No lo creo, se me escapan algunas lágrimas y descubro lo que es llorar de orgullo. Biel llega poco después pero Xisco sufre una pájara tras haber cubierto algo más de 41 kilómetros. Cara y cruz. Lástima. ¿Y ahora? La admiración que siento por los que han hecho el camino entero o una de las dos costas crece enormemente. ¡Súper héroes! Y me digo a mi mismo aquello de "cada línea de meta es el inicio de una nueva carrera". Así es la vida.