Compressport Trail Menorca Camí de Cavalls 2014 | No Limits Films

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Lo siento. Seguramente habrás llegado hasta estas líneas buscando épica o verme sufrir a lo largo de los 100 kilómetros de la costa norte de la Compressport Trail Menorca Camí de Cavalls para luego en futuros encuentros echármelo en cara con sus correspondiente dosis de 'coñas' pero este año no fue así. Me había preparado a consciencia para esa distancia y quizás el objetivo fijado era el de hacerlo en un tiempo considerablemente menor aunque visto lo visto estoy especialmente orgulloso de todo. Ahora os cuento por qué.

Cada uno de los más de 650 valientes que ha participado en una de las cinco pruebas que integran la carrera podría contar mil historias diferentes. Creo que somos una especie 'rara avis', compartimos sangre con los bravos corceles que han corrido libre y salvajes a lo largo del Camí de Cavalls desde su creación. Historias de superación, de sufrimiento, de victoria, de satisfacción así como otras más dolorosas que llevan, inevitablemente, al hecho de no concluir la distancia prevista. ¿Fracaso? En absoluto. A ellos les digo que el hecho de que son unos campeones ya estaba claro antes de que cruzaran la línea de salida, lo son no porque se cuelguen una medalla con la palabra 'Finisher' sino por las incontables, agotadoras e insufribles horas de entrenamiento que les han llevado hasta allí.

A nivel personal estoy terriblemente satisfecho. Aunque 'solo' haya hecho 100 kilómetros y a algunos les parezca raro que no haya vuelto a hacer los 185 que hice el año pasado. A ellos, quizás les recomendaría que aprendieran algo más de este bonito deporte que va más allá de marcas y posiciones. Al menos para mí. A estas horas todavía no he mirado ni la clasificación ni el tiempo que tardé pero estoy muy contento porque sin terminar el primero sé que gané. No porque me dieran un trofeo sino porque al cruzar la línea de meta la sensación que me quedó era, como mínimo, la que experimentaron Zigor Iturreta y Vanessa Ruiz, los ganadores. Sino superior.

La salida desde Ciutadella ya fue especial. Muchísima gente nos brindó un cálido abrazo en forma de ánimos en la Plaça des Pins lo que propició que los primeros kilómetros los hiciéramos volando. Cala en Blanes precedió al tramo de camino que lleva hasta el faro de Punta Nati. La mayoría de corredores salieron muy rápido, yo incluido.

En esta edición he tenido la oportunidad de vivir la carrera desde el lado, además, de la organización. Eso significa que me ha tocado hacer de periodista, corredor y de 'speaker'. En la salida, entre prisas y descuidos, tuve que pararme, quitarme el chubasquero, colocarme el dorsal y me enredé tanto que hasta los miembros de la Unió Excursionista de Menorca que se encargaron de cerrar la carrera me adelantaron. Me hace gracia decir que durante unos minutos fui el último clasificado de toda la carrera.

Poco a poco fui avanzando a un ritmo bueno, adelantando a todo aquel que me encontraba y con todas las partes de mi cuerpo en su lugar. Hasta el kilómetro 15. Allí me encontré a un chico que había caído y se había hecho una brecha en la cabeza y sangraba abundantemente. Otros dos corredores, Nando Hernández Mancho y Pep Ramírez, le atendieron en primera instancia, improvisando un vendaje aprovechando la gorra y algo de vendas. Como parte de la organización me detuve para comprobar que todo estuviera en orden dentro del caos reinante. Vi que estaba consciente aunque algo consternado pero acompañado de su hermano. Enseguida le ofrecí todo el agua que llevaba encima para que bebiera y se pudiera limpiar la herida, el rostro y las manos.

Cuando iba a retomar el rumbo me imaginé a mi padre y a mi madre pegándome un capón. "¿Cómo vas a dejar atrás a este corredor por mucho que su hermano esté con él?", me decían, ellos que han sido ejemplos a la hora de pensar en los otros antes que en uno mismo. Decidí dejar 'mi' carrera a parte y acompañarlo hasta la ambulancia más próxima, jurándole a su hermano que podía seguir tranquilo que yo no lo abandonaba. Juan Jiménez creo que se llamaba. Cinco kilómetros andando a pleno sol y sin agua se hacen muy duros y más cuando vas pendiente de una persona que se acaba de abrir la cabeza y que puede volver a tropezar o desmayarse.

Creo que tardamos casi una hora en llegar al sitio mientras los demás iban adelantándonos. Algunos se preocupaban, otros estaban enfrascados en su lucha personal. Cumplí, lo dejé en la ambulancia y al despedirme, él se volvió llorando y me dijo "gracias, muchas gracias" mientras me abrazaba tan fuerte que el abrazo me resultó familiar. Imaginé entonces a mi padre, allá arriba, orgulloso presumiendo de hijo. En ese momento ya me vi ganador, me daban igual los 80 kilómetros restantes. Aunque tenía sed, mucha de hecho.

La caminata hizo que se me durmieran las piernas y que me entraran las dudas. Acompañé un rato a Rosa Sánchez, una corredora de Ferreries que es puro pundonor y corazón, y a Pedro Perelló Palliser, al que le debo mucho. A su lado recuperé las piernas y la energía para seguir. Compartimos un rato fantástico hasta que el corazón me pidió ir más rápido.

Un nuevo reto en carrera

Cuando merodeaba la treintena de kilómetros me encontré con un novato algo pachucho. Migue Ríos debutaba en una carrera y lo hacía con una de 100 kilómetros. Había salido muy rápido y no las tenía todas consigo. Le tendí una mano de ayuda y empezamos a correr juntos. "¿Quieres llegar?", le pregunté, y él me dijo que sí. Se me presentó un nuevo objetivo en carrera en el que yo no era el protagonista.

Nos conocíamos de antes de la trail pero charlando, intercambiando opiniones y zancadas, impresiones y preocupaciones, fuimos quemando kilómetros hasta cruzar la exigente zona de Ets Alocs y desembarcar en el avituallamiento de Binimetl·la. "Hemos pasado el trozo difícil de la prueba, ahora solamente queda el trozo largo", le animé.

A cada avituallamiento que llegábamos veíamos a Rosa que nos alcanzaba, se tomaba menos tiempo que nosotros y seguía. Migue y yo, algo perezosos, saboreábamos cada sorbo de Coca Cola o cada chuchería como si fuera el último. Lo pasamos bien y pensamos en muchas cosas menos en correr. Y en mis cálculos mentales dos y dos sumaban cuatro e iba, además, a conseguir un buen tiempo a ese ritmo. 20, 40 y 60 kilómetros pasaron volando bajo el lema "hay que ir avituallamiento a avituallamiento" y Migue añadía "como el 'Cholo' Simenone, partido a partido".

Cuando ya enfilábamos el tramo final, entre Favaritx y Es Grau, su cabeza dijo basta. Me aseguró que ya no podía más y que teníamos que andar. "Demasiado pronto", pensé. Nos quedaban una veintena de kilómetros con unos 80 ya en las piernas. "Sigue tú", me dijo, y la verdad es que me lo llegué a plantear pero entonces los que me dieron el capón imaginario fueron Pepe Garriga y Raúl Riudavets, los dos corredores que el año pasado, a las tantas de la madrugada, cuando estaba terminando los 185 kilómetros y arrojé la toalla a apenas tres kilómetros de la meta me rescataron del pozo para hacerme vivir uno de los mejores momentos de mi vida.

Sacrificar tú objetivo para ayudar a otro a que consiga el suyo es mejor que cualquier trofeo, medalla o marca. Si habíamos compartido tanto hasta llegar allí, no servía de nada separarnos y arriesgarnos a que uno de los dos pudiera no llegar a meta. Y más cuando en mi caso ni soy 'runner' ni soy corredor ni nada que se le parezca. Simplemente un muchacho al que le gusta pegarse excursiones de este tipo y al que le basta con llegar a meta y exprimir cada experiencia que colecciona.

20 kilómetros andando

El bajón anímico que supuso dejar de correr coincidió con la caída del sol y el descenso de las temperaturas. En el último avituallamiento, ya en Es Grao y a 15 kilómetros de meta, teníamos el estómago cerrado y tanto frío que nos obligamos a retomar la marcha antes porque tiritábamos de una forma preocupante. No fuimos los únicos. Un chaval que iba por delante de nosotros llegó a Maó y pidió una ambulancia en claro síntoma de hipotermia. El objetivo era claro, no nos podíamos parar bajo ningún concepto.

El tramo hasta Sa Mesquida fue largo pero nada comparable al que lleva a Maó a través de los terrenos de la base de San Isidro. Si a eso le sumas que a Migue la rodilla le impedía cualquier amago de correr y que yo tenía irritada esa zona donde más duele y no son los sobacos, el camino se nos atragantó.

La llegada al puerto nos propinó un buen subidón para los últimos kilómetros. Nos esperaba Jaume Pons Serrano y el trío formado por Laura Juanico, Sara Herraiz y Yoli Pujadas a las que deberían hacer un monumento por el buen rollo que transmitían a todos los corredores que pasaban por ahí. Una energía y unas ganas de seguir que salvaron a más de uno de abandonar.

Con ese apoyo, ligado al de Kote y Sonia, no quedaba otra que cruzar el puerto y tomar rumbo a Es Castell. En mitad de camino intentamos correr pero la rodilla de Migue no se lo permitía así que disfrutamos del paseo 'xino xano'. También le pegué un buen trago a una cerveza que me ofrecieron por el camino, aunque creo que es trampa, pero espero que ni Mito Bosch ni Víctor Truyol me lo tengan demasiado en cuenta.

Punto ¿y final?

La llegada a meta fue sensacional en todos los sentidos. Ya he comentado alguna vez que la sensación que te invade cuando logras cumplir tu objetivo de llegar hasta el final es una droga saludable que engancha hasta límites inexplicables. Si a eso le añades el hecho de ver cómo disfrutaba Migue de su momento ya ni os lo podéis imaginar. "Gracias porque sin ti no lo habría conseguido", me dijo visiblemente emocionado mientras me abrazaba y recordábamos todo lo que a lo largo de esas 17 horas habíamos vivido juntos o por separado.

Entonces me imaginé a Pepe, a Raúl, a mi madre y, sobre todo, a mi padre, sonriendo orgullosos por lo que había hecho. Más allá de cualquier marca y de cualquier distancia. No solo por el esfuerzo sino por lo mucho que había disfrutado con cada kilómetro, cada metro y cada zancada. Y al final, como suelo decir, si eres capaz de mirar atrás y observar con orgullo todo lo que has hecho, significa que has logrado tu auténtico objetivo.