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El baloncesto menorquín ha dejado atrás el fin de semana más exuberante que se recuerda en mucho tiempo. Puesto que si hace cinco años coincidían en día y casi en hora el ascenso del Menorca a LEB Plata y la conquista de la Euroliga del Real Madrid de Sergio Llull en Belgrado, justo un lustro después de aquello, la trama del presente comprende un ingreso en LEB Oro combinado con que el éxito madridista en Europa se ha materializado merced a una impresionante y determinante canasta del mejor deportista menorquín de todos los tiempos e icono, y a la altura de los más grandes, de la mítica sección de básquet del Real Madrid; lo cual multiplica el impacto y los efectos del precedente de cinco años atrás (lo cual, paradójicamente, nos parecía irrepetible, menos si cabe mejorable).

Puestos en materia, significar que el éxito del Real Madrid, además de la calidad y el talento, ha premiado la fe y la capacidad de sufrimiento. El 0-2 ante el Partizán, la forma de derrotar al Barça, con un roster blanco plagado de bajas, la remontada ante Olympiacos en la final y por supuesto, el modo en que esta se resolvió, con el enésimo tiro decisivo del ‘Increíble’ Llull, así lo sugieren. Eso a título colectivo.

A título individual, reconocerle a Llull su liderazgo y su carácter en una acción en la que además evidenció que se trata de un tipo con una aura especial para dominar y decidir partidos sin apenas anotar (el tiro que dio el undécimo cetro continental al Madrid fue lo único que encestó el domingo en el Zalgirio Arena); y esa es una característica que acreditan poquísimos jugadores en el mundo, y de la que por ejemplo carecen muchas estrellas cuyo único modo de repercutir o de dominar en un partido es anotando, como sería el montenegrino del Barça Mirotic (en ese orden, la antítesis del base mahonés).

Del mismo modo celebramos el éxito europeo de Llull porque tras un año difícil, que incluyó esa traicionera lesión de rodilla en plena Copa del Rey, en febrero, concederse una satisfacción de tal grado se presume el mejor modo, no de reivindicarse (a estas alturas, Llull no necesita demostrar nada a nadie), pero sí de acallar y de dejar en mal lugar esos crueles rumores vertidos por un sector de la prensa nacional que incluso se atrevió a poner en cuestión el futuro del menorquín en el Madrid. De risa, sí; o vivir para ver, que dirían otros, pero si algo ha quedado claro en la Final Four de Kaunas es que Llull es parte del escudo del Real Madrid y que su futuro en el legendario club blanco debe decidirlo él (leyenda que, no olvidemos, él contribuyó a recuperar e incrementar desde su llegada al equipo, hace ahora dieciséis años). El madridismo debe rendir pleitesía eterna a uno de sus mitos del siglo XXI mientras en la Isla nos seguimos preguntando cuantos decenios deberán discurrir para que nazca, no un baloncestista, sino otro deportista como Sergio Llull...

Y en clave local, reflejar que el éxito del Hestia Menorca, su ascenso a LEB Oro, viene a confirmar en forma de conquista formal la excelente labor realizada por el club desde sus orígenes, en tanto que celebrar dos ascensos en un lustro (con apenas seis años de existencia) y recuperar por añadidura una categoría que encaja a la perfección en lo que es la Isla (y lo que es el baloncesto para con ella) después de más de diez años de no poder disfrutar la misma, no admite otra lectura.

Ha sido además, y lo que le concede mejor sabor a la conquista, un ascenso de amigos, de un ramillete de chavales que empezaron con esto del básquet en diversos clubes de formación, coincidieron después en el entrañable Estudiantes y ahora han suscrito historia en Menorca; esa ha sido la columna vertebral potenciada con otros elementos de sublime calidad (léase Jackson o Molins) y dirigidos con sobresaliente eficacia por Javi Zamora, por derecho propio, al nivel de otros grandes entrenadores que han radicado en la Isla.

Y por cierto, cabe disfrutar de la LEB Oro sin mirar más allá, pues no entra en absoluto en los planes de la actual gerencia del club el tratar de promover un proyecto de miras ACB y emular aquella etapa mágica, cada vez más lejana, que muy difícilmente se reeditará; aunque claro, con la capacidad de trabajo que han mostrado Miki Ortiz y compañía…