La protesta. El técnico Pere Vadell protestó de esta forma la acción en la que un rival del Alcúdia tocó el balón ante uno de los liniers - B.I.C.

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El Norteño seguirá con la épica hasta el final porque es lo que toca y porque sí. Pero la sensación es que esto se ha acabado. Perdieron contra un rival directo (1-2) que estaba a cinco puntos y ahora está a ocho. No hablamos ya de lo que hagan los de Segunda B. No toca. Pero si se salvan será una de las noticias del año.

El partido empezó fatal. El Norteño no se encontraba a gusto en el terreno, y el Alcúdia jugó a ser pillo, a poner un muro atrás en una batalla todos contra todos. La verdad es que en un duelo a ver quién era el menos malo, a los mallorquines les fue mejor porque marcaron primero y muy pronto por mediación de García, aprovechando un pase de Dani en el minuto 6.

Las malas sensaciones se prolongarían a lo largo del primer tiempo. En un campo pequeño como Ses Arenes, un medio control en línea de tres cuartos puede ser gol. Y el Norteño no podía. Cierto que el Alcúdia podía solo un poco más, porque Dani, Nieto y Grasa son muy habilidosos y el balón pasaba a menudo por sus botas. Pero, en general, y como suele suceder, el esférico era más aéreo y dividido que otra cosa y los de Fornells estaban más espesos, más nerviosos.

Por eso el equipo forneller tenía la tentación continua del pase largo. Tomeu se excedió en eso: no había tres toques seguidos. Y el secreto era ése, tener el balón, algo tan fácil de ver, de decir, pero tan difícil de hacer, sobretodo cuando hay que templar los nervios por lo que te juegas. ¿Ocasiones? Salvo el gol, casi nada. Se suspiraba porque el esférico llegara a Mejías, a Figueroa, a los que inventan cosas. Pero no.

Se llegó al descanso y se hizo la luz. Casi sin respirar, Mejías fue el más listo de la clase y conectó un balón que le llegó sin dejar que tocara el piso. Balti no pudo hacer nada. Era el 1-1 y el optimismo se acrecentaba tanto como los gritos de Vadell.

Pero luego enmudeció. Y con él, su equipo. En el 64 García agarró un rebote desde el aire y la puso en la escuadra. Sinceramente, fue un golazo. Cómo lo celebró el chaval. Vadell, que había movido el banquillo dos veces tras del descanso, se estiró con otro para dar más aire arriba. Meter al equipo en el partido otra vez era imperativo. Se iba la salvación. Pero no pudo ser. Caían los minutos, se reclamaba un penal, ellos perdían todo el tiempo del mundo y una protesta de Vadell le costó la roja por las manos de un rival. Daba igual. Se vaciaron. Pero el sueño se escapaba.