foto de familia. Toda la expedición menorquina posó antes de tomar el vuelo en dirección al aeropuerto de Gatwik, en Londres - iga menorca

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El 'run run' se apodera del hall del Aeropuerto. El reloj marca, entre bostezos y alguna tímida sonrisa, las 7:57 horas. Pronto, muy pronto. Pero la expedición ya está lista, todos han sido puntuales y la cita lo merece. La sala se ha teñido para la ocasión de naranja y blanco, pinturas de guerra para los menorquines, deportistas, técnicos y delegados, que lidiarán desde hoy con los terceros IGA para la Isla, en esta ocasión, en Wight (Inglagerra). De repente se hace silencio, a alguien le parece haber oído es primer toc de fabiol. Los ciutadellencs miran atentos para tratar de ver de dónde aparece la melodía. Bernat, representante en tiro, sonríe, porque es 'muy pillo', y de entre las manos saca de nuevo ese delicioso instrumento que amansa las fieras al ritmo de 'piruriri', aunque huérfano del 'pom, pom' correspondiente.

Poco a poco cada uno de los presentes embarca su equipaje, toma su tarjeta de embarque y comprueba a ver quién es el compañero de asiento y, por consiguiente, de batallas en las próximas dos horas que durará el vuelo. Las colas están presentes en el aeropuerto por doquier y, aunque resulte sorprendente los 176 valientes embarcan sin retraso y el vuelo despega poco antes de las 10, hora prevista.

Ya en el vientre del pajarraco metálico de Transavia, arrancan los cánticos, a cargo de los chicos del baloncesto, los más animados y con más ganas de gresca, aunque la selección de bádminton se postula para arrebatarle la medalla de oro en esta categoría apostando por el clásico 'Un senyor damunt un ruc' .

El vuelo es tranquilo a pesar del viento en Menorca. El piloto, que cumple con los tópicos que acompañan a esta profesión (rubio, guaperas, afeitado impoluto y gafas de aviador) domestica a la bestia sutilmente, para gozo de los que no les apasiona volar. Al menos en la parte delantera ya que una vez en Gatwik, los pasajeros de la parte de atrás se quejan del meneo que les ha tocado vivir. El viaje da para mucho. Los clásicos apuestan por escuchar música, los que parecían más fieros duermen un rato, los más modernos visualizan películas en cacharros que parece mentira que las reproduzcan y los más clásicos apuestan por jugar a las cartas para matar el tiempo.

De repente, Paco Perea toma el micro en el aparato y el avión se torna una fiesta. El incansable Perea explica, entre vítores y jolgorio, qué tiene que hacer cada deportista. Al final, aplauso masivo. El avión toma tierra en Londres y arranca la odisea para superar los controles de seguridad.