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Cuanto más alto se sube, más grande es la caída. La historia del deporte está plagada de jugadores que triunfaron en sus modalidades, y que por diferentes motivos perdieron fama y dinero, y cayeron en desgracia. La lista es grande: O.J.Simpson, Maradona, Ben Jonson, Marion Jones, etc.

Uno de los últimos ejemplos es el del jugador de baloncesto Dennis Rodman, cinco veces ganador del anillo de la NBA, dos veces All Star, máximo reboteador durante varias temporadas, líder de triples-dobles con 10 puntos, 21 rebotes y 10 asistencias en una partido contra Filadelfia, record de la NBA con 11 rebotes ofensivos en un partido, hace un año los Detroit Piston retiraron su dorsal, el número 10, en reconocimiento a su carrera, e ingresó en la Basketball Hall of Fame. Números de vértigo.

Bien, pues el bueno de Dennis, que cumple ahora cincuenta años, esta arruinado y gravemente enfermo.

No entraré a valorar la parte de culpabilidad propia, o la mala suerte que haya tenido Rodman, no soy quien para juzgarlo. En todo caso, eso le correspondería a los jueces, si es penal, o a su familia en lo emocional.

Lo que si me gustaría resaltar es la fragilidad de la memoria colectiva, fragilidad que se ve claramente reflejada en el amor-odio que despiertan algunos deportistas de elite.

Se puede sentir una marea de admiración y entrega cuando consiguen una victoria, y minutos después pasar a la crítica más feroz tras una derrota, o un fallo clamoroso.

Se les paga y se les mima como a nuevos dioses del Olimpo, por lo tanto se les castiga con la misma intensidad.

Los éxitos y trayectorias más brillantes, pueden ser barridos de un plumazo por una mala noche, por un tropiezo, o por un error. Muchos pueden pensar que les va en el sueldo, y puede que tengan razón.

Nunca he sido mitómano, por eso me cuesta entender algunas actitudes fanáticas, o gestos de reverencia, porque alguien marque un gol, o gane una medalla. Pero al mismo tiempo no entiendo el deporte sin pasión. Los eventos deportivos se han de vivir con intensidad, con entrega en el entretenimiento, disfrutando del espectáculo.

Ir a un evento deportivo con ojos de fanático, puede ser igual de triste que ir con los ojos del frío estadista, que no se implica absolutamente nada.

En una sociedad donde ha calado muy hondo el: "como mi situación no puede mejorar, mi única alegría es ver como empeora la situación de los demás ", es lógico que a los que más se admira, sean también a los que más se puede llegar a odiar. Es un hecho insolidario y de una tendencia perversa, pero no me nieguen, queridos lectores, que es un hecho que pasa.

Disfrutamos con la caída de los dioses, porque: "Errare humanum est", pero los dioses no fallan.