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A ningún aficionado al baloncesto le sorprenderá saber que la ruina empieza a ser total en muchos clubes, que les voy a contar a ustedes si en nuestra isla hemos visto esfumarse bajo las deudas al Menorca Basket, y nos ha quedado un pabellón fantasmagórico como icono de lo que fue y parece que ya nunca será.

Pero las noticias de problemas económicos no dejan de llegar desde diferentes equipos ACB: el Blancos de Rueda Valladolid no paga a sus jugadores ni al resto de empleados, algunos llevan sin cobrar siete meses y jugadores como el pívot norteamericano Othello Hunter se negó a jugar un partido contra el Unicaja porque no cobra desde hace dos meses. El Estudiantes sigue con su concurso de acreedores, recordemos que perdió la plaza en las canchas pero la desaparición del Menorca le permitió conservar la categoría, este año está realizando una buena temporada pero en octubre debe hacer frente a los pagos de la deuda y parece que tiene a toda su plantilla en venta, de hecho el Unicaja se ha interesado por su entrenador Txus Vidorreta.

Y estos son ejemplos de la elite, imaginen lo que están sufriendo de la LEB Oro para abajo hasta llegar a los clubes de cantera donde ya no saben cómo cuadrar los números. Cada vez hay más voluntarios y menos profesionales, muchas familias no pueden asumir las cuotas para que sus chavales sigan jugando, los patrocinadores escasean y a los socios siempre se les está pidiendo un penúltimo esfuerzo, desalentador sin duda.

Pero a pesar de este panorama muchos clubes se empeñan en seguir siendo cabeza de ratón por miedo a ser cola de león, los acuerdos y convenios entre los diferentes equipos se muestran casi imposibles por el temor a perder la identidad, por lo tanto la unión, como el camino necesario para campear tan brutal tempestad, brilla por su ausencia. Es una dinámica perniciosa que nos conduce a un "mal de muchos consuelo de tontos".

No hablo, queridos lectores, de renunciar a los colores, a la historia, a los sentimientos que todo equipo, por modesto que sea, tiene, hablo de unos auténticos lazos de colaboración en cantera, en formación, en mejoras técnicas y aprovechamientos de las instalaciones, en ir de la mano sin miedo a las zancadilla, en ayudarse para sobrevivir, en sacar lo mejor de cada uno para sumar al bien común del baloncesto, en recuperar el espíritu del baloncesto: trabajo en equipo, y no como ahora que parece un triste pívot solitario vagando por la zona y mendigando asistencias.

Mientras cada uno lanza tiros a la desesperada buscando mejorar sus propios números el baloncesto se hunde sin remedio. En definitiva, me gustaría ver una defensa en zona intensa y comprometida que propicie contragolpes rápidos donde todo el baloncesto salga ganando. La defensa al hombre, el excesivo individualismo, nos está llevando a la derrota más dolorosa.