El recuerdo. Los aficionados que asistieron al partido del sábado para ver a la Selección Balear - Javier

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Fue un atardecer de recuerdos. Fueron dos horas de nostalgia interrumpida por alguna que otra acción meritoria. El partido de la Selección Balear ante los futuros cracks lituanos derivó también en un tratado de tristeza para la mayoría de las casi 2.000 personas que se dieron cita en el Pavelló Menorca gracias a la loable iniciativa privada de organizar un choque entre los mejores profesionales del archipiélago y las promesas de aquél país.

El espectáculo fue ramplón, esa es la verdad, pero la manifestación deportiva ofrecía otras muchas aristas, algunas ilusionantes y otras, muchas de ellas, que conducían a la melancolía por evocar lo que fue el Pavelló durante ocho años y dejó de ser de improviso, cruelmente.

Resultó magnífico ver en acción a uno de nuestros menorquines universales, Sergio Llull. Fue un lujo observar a Rudy Fernández, Corbacho y otros componentes del combinado del archipiélago, incluido un Jan Orfila con ganas y progresión en su juego. Fue emotivo el homenaje preparado en el descanso para tributar un reconocimiento a jugadores legendarios del baloncesto menorquín (¿dónde estaba Tisi Reynés?) de épocas pretéritas, e incluso volver a ver correr a los críos por el parquet del Pavelló en cada tiempo muerto.

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"A jo m'ha fet molta pena i els que hi havia pel costat deien el mateix; ha estat trist tornar a veure el Pavelló on tant vam xalar i ara, sense res", me comentaba un amigo horas después. Y ese fue un sentimiento que se expandió en muchos de los presentes en este denominado Desafío Balear, un 'desafío balear' a la nostalgia. La capacidad de convocatoria no completó las expectativas de los organizadores lo que pone en cuarentena sus intenciones de consolidar este evento en los próximos años. Cuentan que hubo VIPs y aficionados, entre ellos el expresidente del Menorca Bàsquet, Benito Reynés, que declinaron la invitación para evitar el mal trago de volver a pisar el templo de los sueños.

Nada fue igual, nada será lo mismo. El Pavelló Menorca, inutilizado desde entonces a la espera de que alguien se interese por su explotación ha perdido su alma. Ya no tiene magia, carece de embrujo, ya no es un escenario onírico de las misiones imposibles de aquellos años. Anteayer no hubo cánticos ni vibraciones aunque sonara 'el senyor damunt un ruc' antes de empezar como sucedía siempre. De ahí el ejercicio de melancolía que invadió a los presentes en el partido del sábado cuando alzaban la vista a los marcadores y todavía colgaba una pancarta alusiva al último partido oficial disputado en el Pavelló hace casi 14 meses. Las gradas tubulares ya no se mueven como antaño lo hacían con los 'uno contra uno' de Stojic, los mates de Moss, los triples de Bazdaric, las penetraciones de Pooh Jeter o las acciones aguerridas de Urko Otegi que tanto enfervorizaban a una afición pasional, entregada, comprometida.

Todo eso es historia, rica y añorada historia que el pasado sábado evocamos por espacio de un par de horas en un perfecto aunque doloroso ejercicio de nostalgia.