Rapidísimos. La flota de 51 barcos que compiten en la Copa del Rey disfrutó de un día de viento ideal para navegar a un buen ritmo, merodeando los 15 nudos - Javier

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La vela, en realidad, es mucho más que un estilo de vida. Navegar al antojo del viento maniobrando contra el ímpetu de la naturaleza exige la máxima concentración y precisión en cada uno de los movimientos que un fallo, por pequeño que sea, puede condenarte si la lucha es, además, frente a un cronómetro. La X Copa del Rey de barcos de época - Trofeo Panerai supone un privilegio para Menorca, no solamente por el impacto económico sino por la belleza que supone vivir una de sus batallas desde el medio del campo de regatas, compartiendo olas con auténticas joyas de la navegación que guardan celosamente un montón de anécdotas históricas.

El mejor patrón que había ayer en el campo de regatas, se pongan como se pongan, era Pepe Melià. No comandaba uno de los imponentes veleros sino una lancha, pero su destreza para colocar a un grupo de periodistas que estaban a su cuidado estratégicamente en el mejor punto para sacar la foto en mitad de olas que con frecuencia superaban los dos metros resultó magistral. Con un primer plano de la titánica lucha de los FI15, las auténticas niñas bonitas de la cita, uno se da cuenta de que este deporte esconde mucho más detrás de tópicos absurdos. Estas embarcaciones, de las que solamente quedan cuatro operativas en el planeta y que se han dado cita por primera vez en una competición, eligiendo Maó como escenario, encarnan el espíritu de la navegación impoluta, huérfana de ayudas tecnológicas. Aquella que uno solamente puede descubrir en novelas de grandes batallas náuticas o en taquillazos cinematográficos.

Porque cuando un FI15 surca el mar lo hace con la misma delicadeza que una pluma cuando la sumergen en un tintero. A cada metro que avanza deja tras de si una estela mágica que hipnotiza. La sensación, cuando uno de estas bellezas se te sitúa a babor, es que en realidad son caballos desbocados cuyas ansias de galopar con libertad las coarta la pericia de un patrón auxiliado normalmente por una plantilla de más de diez tripulantes. Un animal privado de su libertad que protesta porque anhela dar rienda suelta a su instinto y conquistar la tramontana. Precisamente cuando se recogen las velas de alguno de estos exquisitos barcos se oye un ruido que a ratos parece un relinche y a ratos, un lamento.

Las ambiciones de los 51 barcos que ayer tomaron la salida son distintas. Desde la tripulación profesional contratada para ensalzar todavía más el nombre de un determinado barco, al grupo de amigos que invierten sus vacaciones en desoxidar sus conocimientos de náutica y regar cada final de regata con una buena comida y su correspondiente cerveza celebrando cada llegada a meta como si fuera una victoria.

Por encima de todo queda la lección que deja la vela. Disfrutar de la naturaleza sin alterarla ni faltarle al respeto, cuidándola y mimándola, pensando que antes que ellos hubo muchos otros que disfrutaron del mar y del viento y, sobre todo, que después de ellos vendrán muchos otros que también querrán hacerlo.