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Apelar al capricho voluble de muchos de los estómagos agradecidos que componen el Comité Olímpico Internacional seguramente sea la justificación más sencilla para el tremendo fracaso que ha supuesto el rechazo a la candidatura de Madrid por tercera vez consecutiva. Ya no es que se quedara sin la perseguida organización del mayor evento mundial que se disputa cada cuatro años, es que ni siquiera pudo superar a Estambul que acudía a la cita sin infraestructura ni sedes construidas.

Madrid, o sea, España, se ha quedado compuesta y sin Juegos también por otras razones que invitan a la autocrítica.

El deporte español mantiene dudas abiertas en torno a su determinación para erradicar el dopaje. Son tantos los casos detectados, tantas las polémicas no cerradas que la sombra de la sospecha acompaña los rotundos éxitos de nuestros representantes.

Si además unimos la escasa talla mostrada po Ana Botella en el alegato final o el aire mitinero de Rajoy, incapaz de ofrecer su discurso en inglés como el resto de candidatos, –solo el Príncipe mostró un rigor adecuado al acto– concluiremos que la clase política, de espaldas al deporte, tampoco está preparada para una cita como esta.