La Extreme Man sirvió una vez más para recopilar un montón de historias humanas que van mucho más allá del podio y que dificilmente se conocerán. | Javier Coll

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Si el periodismo deportivo no maltratase y abusase con demasiada frecuencia de términos como 'espectacular', 'colosal', 'increíble' y demás, ni esta contracrónica ni la crónica de la Extrememan de Fornells, entre otras auténticas gestas, habrían quedado huérfanas de adjetivos que no de héroes.

Porque que una persona como el ganador, Alberto Moreno, cubra los 113 kilómetros de la competición absoluta en poco menos de cuatro horas, entra dentro de lo normal, aunque suene prepotente. O que los menorquines cada año lo hagan mejor -espectaculares las carreras de Nacho Allés, Julia Rita, ambos en la distancha Short, y Juli Martí, Paco Arnau o Nuria Sbert, entre otros-, entra en la lógica puesto que parten con la ventaja de conocer el circuito y poderlo entrenar.

Lo que supone realmente espectacular es que, por ejemplo, Tudi Bell, la última participante que pasó la línea de meta, lo hiciera con un tiempo de 7:39:09. O, para que lo entiendas, invirtiendo un tiempo total que es el que mucha gente se pasa durmiendo o un crono en el que el ganador prácticamente podría haber hecho dos Extreme Man. La exhibición de Sonia Agut, que ni acabó la primera, ni en el TOP-10, ni en el TOP-100, pero acabó, algo que la mayoría de las más de 2.000 personas que acudieron a la espectacular salida de la prueba no pueden decir. Espoleada por Nofre Benejam, que se ausentó esta vez de la competición pero que firmó su particular triatlón animando sin parar. O, otro ejemplo, que de los 329 valientes que tomaron la salida de la competición completa, únicamente 16 abandonasen.

El curioso caso del gran Jorge de Diego, que nunca será un triatleta profesional porque esto le ha pillado tarde, pero tiene más narices que muchos, cuenta la leyenda que fue él el que les enseñó a los espartanos aquello del coraje, es cabezón y valiente como pocos. ADN auténtico de aquella tierra mágica y única como es Asturias.

Porque el triatlón es la medicina que toman los superhéroes para calmar el gusanillo. Zamparse casi 2 kilómetros nadando, 86 de bicicleta y 21 corriendo y hacerlo con una sonrisa no es que sea fruto de un entrenamiento más o menos duro, sino sencillamente una actitud y una aptitud.

Y si no, que se lo pregunten a Juli Martí, el mejor triatleta menorquín, que nada más empezar a competir pisó un erizo de mar y tuvo que hacer toda la competición con las púas clavadas, donde cada pisada era un suplicio. Así se entiende que el de Es Mercadal no supiera, ya en meta, si lloraba de dolor o de orgullo. Si lograr esta gesta no es el equivalente a ser un ganador, jamás sabré a ciencia cierta qué significa ganar.

O al bueno de Lluís Mir. Fue víctima del 'Hombre del mazo', cuando la cabeza se sale con la suya y logra convencer a las piernas y al corazón de que ya no puedes más. Se pasó más de 30 minutos tumbado en el suelo, agotado, y convencido de que no iba a llegar.

Le pasó, como sucede en muchos casos al ser humano, que se dio cuenta de que había tocado tan y tan hondo, estaba tan abajo, que ya no podía caer más por lo que no le quedaba otro remedio que levantarse, dejarse de historias y completar la competición. 6:49:23 tardó. Seguro que faltó entrenamiento, dedicarle más horas a prepararse pero demostró que va sobrado en aquello que cuelga a mitad de camino entre las rodillas y el ombligo. Y como él, muchos otros.

Porque pasarse la mañana yendo y viniendo por Fornells siguiendo a los superhéroes es, cuanto menos, motivacional. Inspira. Impresiona ver un grupo de personas adictas al sufrimiento y a la exigencia y, por supuesto, su correspondiente celebración de sobras merecida.

Pero nada de esto sería posible sin los voluntarios. No solamente los ángeles de los avituallamientos, sino también por ejemplo la espectacular labor que hicieron los miembros del grupo de percusión 'Esclat' que aguantaron horas sonando sin perder la sonrisa. En lo alto de la torre, por ejemplo, muchos participantes reconocían entre soplido y soplido, que la música les había dado alas para coronar la terrible cuesta.

Los menorquines estamos de enhorabuena gracias a esta competición. No porque centenares de nuestros paisanos la puedan disfrutar compitiendo, sino porque miles de nosotros la saboreamos desde la barrera mientras se nos ponen los dientes largos pensando que nosotros, al menos de momento, no somos capaces.

Y el que no sepa de lo que hablo, que el próximo año me acompañe en lo alto de la torre para ver como los deportistas la suben. Es un ejemplo claro de lo que es la vida. El camino ni es fácil, ni es agradable pero se hace sin chistar, agachando la mirada y sabiendo que no queda otra que sufrir porque cuando llegas a lo alto de la carrera o del problema, lo único que te queda es bajar. Y ahí, todo se ve mucho más fácil. Incluso para los superhéroes.