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El golfista vasco Jon Rahm es máxima actualidad estos días a raíz de su decisión de abandonar el ‘tradicional’ PGA Tour y pasar a integrar el novedoso LIV, de capital árabe, según impone la repercusión del cambio a nivel deportivo y las cifras que entraña la operación –diversos medios hablan de un contrato cuatrienal, variables incluidas, que oscilará en los 500 millones de euros. El de Barrika se convertirá, salvo alguna excepción en el beisbol yanqui o en la NBA, en el deportista mejor retribuido del mundo.

Pero su comprensible cambio de bando no escapa de ciertas críticas, que, por un lado, en lo deportivo, cuestionan su motivación por integrar un circuito considerado ‘menor’, desprovisto de los mejores, que, en conjunto, ciertamente aún permanecen en ‘órbita PGA’.

No obstante, no sería de extrañar que esta operación, que personifica el mejor golfista del mundo, de ahora y probablemente de diez años en adelante, ejerciera de punto de inflexión para unir ambos circuitos (como aconteció hace meses en el ‘planeta pádel’). En cualquier caso, el LIV árabe ya se ha consolidado, por razones obvias, como la principal competencia –y amenaza– del PGA norteamericano.

Y, por otro lado, el principal ramillete de críticas hacia Rahm proviene de un sector que se autoproclama defensor del golf ‘tradicional’, catalogando casi de traición su viraje al contexto competitivo sustentado con lo que denominan ‘dinero de sangre’ árabe. Como si el capital estadounidense que sustancialmente sufraga el PGA fuese totalmente limpio...

Un ‘dinero de sangre’ que, en cambio, no es tal, o se define como inyección de capital extranjero, si su uso es financiar proyectos o competiciones como la Premier League, campeonatos de tenis, la Fórmula Uno o cuantos eventos cuyo volumen de negocio y beneficio redunde directa o principalmente en Europa u Occidente, o como el propio PGA, que hace meses negoció con un fondo de inversión de origen árabe, ese al que ahora tanto fustiga...

Pero, sin embargo, si una cantidad astronómica, como el ‘caso Rahm’ que nos ocupa, amenaza los intereses del lobby ‘tradicional’ de turno, fundamentalmente norteamericano o británico, para llevar a cabo en Oriente Medio un proyecto impulsado    con idéntica filosofía que las ‘tradicionalistas’ Estados Unidos y Europa –esto es, siempre gana el mejor postor–, sí pasa a merecer el adjetivo de dinero conflictivo, ilegítimo, de sangre. En suma, la hipocresía occidental en toda regla.

¿Y es que acaso no nos ha enseñado la historia, por medio del imperio romano, español, británico, el coloso americano o cuantos ‘países potencia’ haya alumbrado el mundo a partir de la beligerancia y el saqueo, que lo ‘tradicional’ es unirse con el que mejor te paga? Pues entonces, LIV y Rahm, más que ninguno, han tirado de tradición. Que no de traición.

Y por último, felicitar a Jon Rahm. Lograr un contrato de ese calibre por hacer algo de modo sublime y ser el paradigma que representa él para con el golf, con todo lo que ello conlleva, no merece más que el máximo reconocimiento. Y que también debe ser celebrado en nuestro país. Puesto que la circunstancia de que el exponente mejor pagado del mundo, sea de los nuestros, incrementa y abunda en el valor de marca del deporte español.