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N o valen excusas: El lenguaje, una herramienta fundamental en todo trabajo periodístico, sigue siendo para muchos profesionales la eterna asignatura suspendida. La realidad confirma que los periodistas acumulan, acumulamos, demasiados suspensos. Y lo malo es que, pese a la ayuda de la tecnología, esos mismos periodistas parecen desentenderse olímpicamente del problema y ni siquiera se plantean cómo hallar soluciones para acabar con tan penosa situación.
Viene a cuento esta introducción a propósito de un seminario sobre la salud de la lengua castellana en los medios de comunicación, reunión que se celebró hace unas semanas en San Millán de la Cogolla, en La Rioja, y de la que "La Vanguardia" digital ofreció una interesante crónica firmada por Magí Camps, responsable de edición del rotativo catalán y periodista que acostumbra a seguir con la máxima atención cuantas cuestiones y preocupaciones suscita el lenguaje periodístico.
Entre los temas que fueron objeto de análisis y debate en este seminario figuró el de la responsabilidad social, enorme responsabilidad, que compete a los periodistas en orden a una correcta utilización de la lengua, en este caso del castellano. Uno de los participantes fue Isaías Lafuente, de la cadena SER, quien, según la reseña de Camps, habló de los siete pecados capitales del periodismo. Así, para Lafuente el séptimo pecado es el de la ira y es la que se provoca "en nuestros lectores cada vez que destrozamos nuestro lenguaje"; y añadió asimismo un octavo pecado, el de la ignorancia, y "la doble ignorancia: ignorar que somos ignorantes".

La convocatoria de San Millán de la Cogolla sirvió para reiterar por enésima vez que los profesionales de la comunicación no nos mostramos suficientemente vigilantes en el uso de la lengua, sea la española, la catalana u otras oficiales en nuestras comunidades autónomas. El asunto obviamente no es nuevo. Este grave problema profesional viene de antiguo y su raíz no es otra que la falta de compromiso y responsabilidad por parte de cuantos periodistas descuidan una adecuada utilización de la lengua.

En mayo de 1977, hace por tanto 33 años, asistí en Madrid -enviado por "Diario de Mallorca"- a un seminario sobre el lenguaje en periodismo escrito que organizó la Fundación Juan March. Los participantes éramos redactores jefe de los principales periódicos regionales y el objetivo del encuentro era analizar el problema aquí expuesto. Las lecciones de reconocidos catedráticos, académicos y periodistas, entre ellos Fernando Lázaro Carreter, Emilio Alarcos Llorach, Robert Escarpit y Juan Luis Cebrián, fueron muy provechosas para el grupo de periodistas asistentes. Suele ocurrir, no obstante, que el radio de influencia de estas citas formativas es por desgracia muy corto. La realidad se encarga de constatar que el lenguaje que se utiliza en los medios informativos presenta aún múltiples debilidades y no goza de una salud vigorosa. A pesar de los buenos propósitos que se reafirman en todos los seminarios y congresos lingüísticos que se programan en universidades y otras instituciones y entidades.

No supone descubrimiento alguno, por otra parte, afirmar hoy que son numerosos los lingüistas que vienen alertando desde hace mucho tiempo sobre el grave empobrecimiento de la lengua que se registra entre las últimas promociones de licenciados universitarios, sean periodistas, abogados, médicos, ingenieros, economistas, arquitectos, informáticos u otros profesionales. Si se examina con detenimiento cómo escriben muchos de ellos, es fácil detectar por ejemplo la enrevesada construcción de determinadas frases o las cuantiosas faltas de ortografía que contiene su comunicación escrita. En el caso de los universitarios que no tienen una estrecha vinculación con el mundo del lenguaje cabe ser comprensivos y puede aceptarse algún despiste puntual, pero en cuanto a los periodistas es de todo punto inadmisible que al escribir se cometan ciertos fallos -elementales y garrafales- que causan vergüenza ajena. El repertorio de ejemplos referidos a la lengua castellana podría ser muy extenso, mas no se trata de aburrir al lector sobre la serie de incorrecciones que aparecen con mayor frecuencia en los papeles periodísticos.

No hay que dar la batalla por perdida. Los manuales de estilo han ayudado a atenuar el descrédito del lenguaje periodístico. Siempre es recomendable recurrir a su consulta, y en modo alguno a su archivo en el fondo del cajón de papeles que se amontonan y ya jamás se consultarán. Los manuales de redacción son, sin embargo, unas precarias tablas de salvación. Para que no se deteriore o hunda la nave de la lengua es preciso armarse mediante unos instrumentos más sólidos, instrumentos sobre los que existe una completísima bibliografía.

A los lectores interesados en el tema, sean o no periodistas, aconsejaría la lectura o consulta de unos cuantos libros muy útiles: "Nueva gramática de la lengua española", dos volúmenes publicados el año pasado por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española; "El dardo en la palabra", de Fernando Lázaro Carreter; el "Diccionario panhispánico de dudas", aprobado y presentado por las 22 academias de la lengua española en el congreso internacional celebrado en Argentina en noviembre de 2004; "El genio del idioma", de Álex Grijelmo, periodista y presidente de la agencia Efe; "Manual de español urgente", editado por Efe; y "La lengua española, hoy", título publicado en 1995 por la Fundación Juan March. También conviene visitar con regularidad los portales digitales de la Real Academia Española, la fundación Fundéu-BBVA y el Institut d'Estudis Catalans.
Tener a mano este material básico les será de mucho provecho. No lo duden.