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Empecé a vivir con Lucía hace apenas unos meses, la cual cosa me satisface enormemente y es por eso que hoy he decidido explicaros esta historia. Desde que llegué de Suecia he vivido en otras dos casas, pero nunca me había sentido así. En la primera estuve con unos estudiantes universitarios, no me hacían mucho caso y pasaba la mayor parte del día sin compañía. Después me mudé temporalmente a casa de María –la madre de uno de ellos y la responsable de que conociera a Lucía– y aunque ella ponía mucho empeño, nunca acabé de sentirme a gusto.

Sin embargo con Lucía está siendo todo muy diferente. Supongo que no es difícil encontrarse en este acogedor entresuelo de apenas cuarenta metros cuadrados. Además que ella sea autónoma y trabaje desde casa facilita bastante el hecho de que disfrute de su compañía más de lo que es habitual. Aunque no es sólo una cuestión de horas de convivencia lo que hace que mi relación con Lucía sea entrañable.

Lucía es un ser humano especial. Me di cuenta de ello durante el primer desayuno que compartimos. El reloj marcaba las ocho en punto de la mañana y el aroma de café recién hecho invadía toda la casa. Ella miraba las noticias atentamente y de repente empezó a gritarle al televisor. Sentenció que eso –nunca sabré qué era eso, ya que yo estaba observando como ella removía ese rico brebaje matinal sin golpear en ningún momento el vaso con la cucharilla– era una barbaridad, que era intolerable, que en el siglo XXI esas cosas no podían estar ocurriendo; y, sin querer, me tiró el café con leche por encima. Fue corriendo a la cocina a buscar un trapo húmedo y limpió hasta la última molécula de esa pócima estimulante.

Nunca antes alguien se había comportando tan amablemente conmigo, me sorprendió que se disculpara mientras me dejaba reluciente. Soy una mesa, sueca, común y barata. Nadie me había hablado antes y muchos menos me habían limpiado con tanto cariño. Ese día me sentí especial, única. Y ella lo notó porque de la alegría que sentí dejé de crujir.

Mi silencio duró unas cuantas semanas, hasta que una noche Alberto –un hombre encantador que deseaba lo mejor para ella– vino a casa con un regalo para Lucía, era su cumpleaños. Al abrirlo su cara de decepción fue tal que Alberto no pudo obviar la desa­probación de Lucía. Ella se enfadó mucho, no quería un nuevo móvil bajo ningún concepto.

Lucía proclamó que en África mueren niños para conseguir uno de los minerales que se usa en la fabricación de teléfonos móviles. Alberto sonriendo le dijo que debía empezar a aceptar el mundo en el que vivía, que dejara de soñar, que el mundo no iba a ser mejor porque ella se sacrificara de esa manera. En ese momento crují un poco y ella– sorprendida– me acarició.

Siguieron discutiendo. Los reproches fueron mutuos y yo crují intensamente hasta que Lucía me replicó con una larga caricia acompañada de una súplica para que me quedara en silencio. Yo le hice caso. Alberto estaba atónito, supongo que fue la gota que colmo el vaso, y se marchó diciendo que se estaba volviendo loco.
Últimamente Lucía anda algo decaída. Su madre dice que es por Alberto, pero yo creo que es porque se ha enfadado con Patricia, su hermana. Lucía es autónoma y ahora no tiene mucha faena. Así que Patri –como la llama ella– decidió ayudarla proponiéndola para un puesto que –según dicen– no podía desestimar y ella desestimó. Su hermana llamó muy enfadada, lloraron y todo. Finalmente, por suerte, quedaron en verse. Ahora están desayunando juntas, espero que arreglen las cosas. Se quieren mucho.

No tardará mucho en volver. Es domingo y eso significa que Julia –su amiga del alma, según dicen ellas– come con nosotras. Ya está aquí. Las llaves colgadas, los zapatos al lado de la puerta, el bolso en la silla y –¡ay!– me acaba de lanzar un paquete. No puedo parar de crujir, no me gusta. No puedo leer las letras, no sé lo que es. El timbre. Es Julia, hablan algo en la puerta que no puedo oír. Vienen directas hacia mí. Yo sigo crujiendo, ese paquete no me gusta nada. Lucía se lo da a Julia. Parece ser que Patri ha hablado con noséquemédico de noséquehospitalcarísimo y le ha dado este paquete para Lucía.

"Pastillas para no soñar" –lee Julia estupefacta después de abrir el paquete.

Se están riendo como hacia tiempo que no reían, creo que hoy vamos a pasar un buen domingo. Espero que nunca se las tomen.