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En tiempo de elecciones los medios de comunicación acostumbran a realizar un amplio despliegue informativo, un esfuerzo que me temo cuenta ya con escasa recompensa moral por parte de la ciudadanía. Pero lo grave es que la dedicación de páginas y más páginas en la prensa escrita y digital y una gran cantidad de minutos en radio y televisión no garantiza en modo alguno la rentabilidad de los mensajes políticos que lanzan los candidatos.

Toda convocatoria electoral es a priori una magnífica ocasión para desplegar ante la opinión pública las mejores armas del periodismo político, una tarea que exige a los periodistas actuar con suma habilidad y prudencia. Conviene advertir de entrada que en el mundo de la comunicación no faltan hoy día autores que, a modo de verdad dogmática, sostienen que políticos y periodistas se hallan unidos por un vínculo indisociable, hasta tal punto que ha llegado a proclamarse que unos no pueden ejercer su misión sin la existencia de los otros y viceversa. Pura exageración.

El periodismo político es una parcela muy atractiva siempre y cuando el profesional sepa mostrarse muy exigente consigo mismo y se imponga unas estrictas reglas de actuación. Una de ellas, capital, es guardar siempre las distancias -es innecesario ser más explícito- y tener muy claro, en la relación con el político, que el trabajo y la amistad han de circular siempre por vías distintas, nunca convergentes. Un terreno que, sin embargo, en nuestros días es muy propicio para el cultivo de la confusión, como bien saben los lectores.

Si se contempla la cuestión desde la exigencia del rigor profesional, la evolución registrada por el periodismo político no invita en los últimos tiempos al optimismo. Ya sé que no cabe generalizar ni tampoco simplificar. Pero debe admitirse que las urgencias de ciertos políticos y periodistas, el permanente afán por lanzar mensajes que impacten en la opinión pública, unas actitudes acomodaticias -a veces incluso colaboracionistas-, la confluencia de extrañas complicidades, el constante deseo de querer exhibir en público una inteligencia supuestamente superior a la del adversario y una cierta y preocupante renuncia a la crítica no hacen más que certificar el peligro de contaminación en un área periodística que, por otra parte y paradójicamente, debe reconocerse que ha prestado y presta un inestimable servicio a la democracia. Menos mal que los agentes contaminantes -políticos y periodistas- son minoría, lo cual no es óbice para avisar sobre su proceder.

Todo profesional de la información sabe que el buen periodismo político no puede dejarse arrastrar jamás por la reprobable conducta de quienes, pese a ser elegidos por las urnas ciudadanas, se saltan a la torera las más elementales normas éticas del sistema democrático para salvaguardar en primera y última instancia sus intereses. Considérese al respecto la vergonzosa proliferación de los casos de corrupción.

El periodismo político ejercido con honestidad, el que analiza e investiga planteamientos surrealistas, desorbitados o descaradamente injustos, el que denuncia actuaciones sospechosas de quienes intentan escapar de todo control democrático, tampoco puede conformarse con la simple práctica del ping-pong, esto es, con el periodismo de declaraciones, réplicas y contrarréplicas, hoy tan presente en los medios de comunicación. El periodismo político sustentado en el rigor tiene que ir más allá de juegos interesados. Al respecto, hay que alertar sobre cuantos políticos, listos y con muchas horas de vuelo, aprendieron con prontitud que para vender adecuadamente su mercancía -sus mensajes, sus proyectos, sus realizaciones- tienen que proporcionar un buen titular periodístico en sus comparecencias públicas. Son numerosos los políticos -en el gobierno o en la oposición- que se centran en aplicar semejante estrategia, una estrategia de titulares que avale, justifique o adorne sus posiciones; o que cuando menos les ayude a marear la perdiz.

La información electoral necesita reinventarse. No basta con reconocer y aplaudir el considerable esfuerzo que realizan los medios para proporcionar una adecuada cobertura de mítines, perfiles psicológicos de los candidatos, extensas entrevistas, sondeos y barómetros sociales, debates o mesas redondas, ranking de confianza y credibilidad, o reportajes de seguimiento y desarrollo de la campaña. Todo ello ya resulta insuficiente. Importa reflexionar seriamente sobre la cuestión y trazar o habilitar nuevos caminos para el periodismo político/electoral. Porque si se mantiene una actitud conformista y se lleva al exceso el tan extendido juego del ping-pong periodístico, es evidente que solamente se fomentará el aburrimiento y, lo que es peor, se estimulará entre la opinión pública un creciente desinterés por la evolución -o involución- de la vida política. Está comprobado, además, que ante la voluminosa información electoral muchos ciudadanos practican el zapping y se limitan a pasar página, cambiar de emisora en el dial radiofónico o buscar pantallas televisivas o digitales que les libere de una inflación informativa que juzgan poco o nada atractiva. Y si tal ocurre, ¡apaga y vámonos!