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Qué decir de lo que el microrrelato encierra? Pues que encierra nada más y nada menos que la propia alma del autor, lo que le agita por dentro y le emociona. La acción de escribir no es banal ni futil, procede del deseo de transformar la realidad. Como sugirió el erudito colombiano Nicolás Gómez Dávila, la imaginación del creador es percepción extraordinaria, mística, ángel, labor de musa, inspiración. Y ese pensamiento, mediante la escritura (u otro medio), lo transmuta en ficción, autoficción o invención pura de artista.

Sería irreverencia, ultraje, desdeñar el esmero que el escritor ha puesto en su trabajo de fantasía. La lectura debe ser, por tanto, un acto litúrgico, en el que las palabras son rito que busca trascendencia. El verdadero autor persigue la perturbación y, si puede, hasta la catarsis del lector. El que escribe lo hace de forma intimista; o sea, cuenta algo que de verdad le conmueve o le afecta y, aunque la gestación pueda ser automática y la escritura intuitiva (si bien después pueda requerir retoques), la lectura ha de ser siempre más mental que verbal.

Que sea pequeño, pero que sea volátil, que desaparezca enseguida de nuestro campo de visión, pero que nos deje una intensa imagen de ese mundo paralelo, certero, hecho sólo de palabras, que tiene que suscitar la narrativa verdadera.
José María Merino

Se habla mucho de la complicidad lectora…

El microrrelato es más bien un gesto de elegancia del escritor hacia el lector bien preparado y formado..., y exige un esfuerzo importante, pero digamos que es un género para especialistas de la lectura, para gentes con un cierto nivel de instrucción.
Antonio Fernández Molina

Y es verdad, no sólo por el carácter culturalista o de intertextualidad de lo narrado, sino porque la condensación requiere, con frecuencia, insinuación, sugerencia, suposición, elipsis, suspensión final…; y eso exige concentración y acercamiento hacia el relato y el escritor.

Naturalmente, lo que no dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que los fruteros son bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura resultaría imposible.
Juan José Millás

Ese microcuento es, muchas veces, sólo un fogonazo y una sorpresa, un instante detenido de una película que se nos antoja más extensa. Pero no es necesaria esa dilatación, pues el objetivo es la intensidad -indicios suficientes para construir una escena-, y por eso digo que transforma al lector, porque lo hace partícipe y continuación del autor.

Importa en la narración tanto el contenido como la sugerencia –se presume un antes y un después-, y también en el propio proceso de transferencia de emisor a receptor. Podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que el protocolo es el siguiente: Concepción – Escritura – Lectura – Reflexión; aunque esto sería válido para todo el género narrativo, en el microrrelato es inmanente. En eso ha trabajado mucho el autor, por tanto, el lector necesita su práctica, experiencia, para alcanzar el pleno entendimiento y dejarse aprehender por la ficción, la sorpresa, el asombro, la perplejidad...

Y, sobre todo, disfrutar.

Acabemos, si no les parece mal, igual que empezamos, con otro microrrelato. Esta vez con autoría del que suscribe:

Al César lo que es del César
Cuando los sesudos literatonautas opinan acerca del origen real de los microrrelatos y especulan sobre la sagacidad del autor para engendrar una narrativa brevísima, con su consiguiente inicio, trama y desenlace, expresado de la forma más fugaz, olvidan que ya hubo alguien, hace más de 2000 años que lo hizo realidad:Fue, vio y venció. ¿Alguien da más?