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Lo que cuento yo lo sé porque Armando es mi amigo del alma, pero es un auténtico secreto que me fue relatado en la intimidad bajo el sello del hermetismo que impone lo confidencial.
Armando se parecía mucho, muchísimo al presidente del Estado, saltaba a la vista que bien podría pasar por él sin asomo de disparidad. Un día le llamaron de la Administración y acudió. Al día siguiente, tomando el café me señaló el periódico y me dijo furtivamente:Mira, ese soy yo. Eran unas imágenes -de archivo, ponía en el pie de foto- del rector de la nación; era tal la similitud que nadie podría argumentar lo contrario.

Al cabo de muy poco, volvió para otra colaboración y en el telediario salió mi amigo inaugurando un parque eólico en lo alto de una colina. Me enseñó un talón con bastantes ceros, pero tenía la condición de no poder retirar el dinero en un plazo de cuatro años. Armando siguió con su trabajo en la mercería como tenía pactado.

Más adelante, desapareció durante una semana y luego le vi en unas manifestaciones grabadas para un informativo hablando de no sé qué de unos asuntos bancarios y financiaciones complicadas con los sindicatos –Estoy bien aleccionado-me explicó-. Bajo cuerda seguía cobrando.

En marzo pasado salió desde el Congreso lanzando proclamas de trascendencia y recibiendo aplausos desde todos los estrados. Pero desde la última llamada ya no lo ha vuelto a hacer más, creo, y me tiene preocupado…

Esta vez fue desde un número privado. Me dijo:Es la mujer del presidente que me dice que vaya a Palacio. Y fue, claro. Pero, con lo hogareño y sencillo que es, aún no ha vuelto por el barrio y sé, cabalmente, que la cuenta de la caja ni la ha tocado.

En el parque, bajo unos cartones, hay un desarrapado que se parece demasiado al presidente. Pero no es Armando, no lo es. Eso lo tengo muy claro.