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Él lo sabe perfectamente, sabe que para acostarse basta con despojarse de las ropas y ponerse el pijama. Mas se siente alienado: se enfunda el mono de campaña, se calza las botas acolchadas y se ajusta el correaje. A su espalda lleva una gran mochila. Se mete en la cama, cierra los ojos y sueña. Sueña que vuela, que el espacio le invade y que el aire fuerte le azota en la cara, los ojos le lloran. Cae, los metros pasan y el mundo se agiganta. Mete el dedo en la anilla y tira con fuerza. No pasa nada. Es el momento clave, busca la argolla de emergencia, pero la velocidad aumenta. Grita. El paracaídas no se abre. El sueño estalla.

A la mañana siguiente aparece un hombre muerto a los pies de la cama.