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Hace escasos días tuve la suerte de disfrutar de un magnífico concierto en el polideportivo de Alaior. Dos bandas. Dos tributos. Dos excelentes actuaciones. Iron Maiden y Metallica. Dos de los puntales mas importantes para entender el metal del siglo pasado. Llevo semanas sumido en escuchas metálicas y cuando mi estimada Raquel me contactó para continuar con mi colaboración en este excelente suplemento dominical lo tuve fácil, Opeth serían la banda elegida, pues representan lo que entiendo como el nuevo metal. Y digo nuevo en el sentido de renovación, ya que creo que casi todo está inventado. De ahí el mérito de los suecos, pues no dejan de sorprender, disco tras disco. Son ya una formación consagrada, con una discografía impoluta y con una proyección que ya querrían para sí cualquiera de las bandas actuales del género.

He escogido "Blackwater Park" porque fue el disco con el que conocí a la banda de Mikael Akerfeldt (guitarra, voz). Opeth se caracterizan por mezclar el death metal melódico de finales de los 80 y principios de los 90, con elementos folk, prog e incluso algunas pinceladas de black metal. No es una banda apta para todos los públicos. Los metaleros más puristas o clásicos pudieran no aceptar los tintes de fusión que muestra la banda, mientras que los amantes de la música prog setentera pudieran sentirse incómodos con las voces guturales de nuestro querido Mikael. Yo solo puedo decir una cosa: Opeth son una mezcla exquisita de gran parte de los elementos que han encumbrado la música popular del siglo XX. Dígase King Crimson, Death, Pink Floyd, My Dying Bride o los increíbles Pestilence.

Explicar el sentimiento que provoca escuchar un disco como "Blackwater Park" es poco más que un intento egoísta de incrustarse en el alma de los demás, privándoles de lo que supone esa primera experiencia con la banda. Creo importante el hecho de hacerse con un álbum que crece con las escuchas, mostrando melodías y detalles en cada uno de los recovecos de la obra.

Es para mí su disco ideal, el equilibrio perfecto entre la intensidad y el romanticismo sonoro. Desde los 10 minutos iniciales de la sublime "The Leper Affinity", en los que queda definido lo que Opeth representan como banda, la satisfacción está garantizada. Un ente musical que no ha sido superado en el presente siglo, quizá igualado por los gigantescos Mastodon. Mientras que los americanos Machine Head sollozan entre perfecciones que finalmente saben a poco, Opeth se reinventan a sí mismos y nos parten el corazón, portando orgullosamente el estandarte de lo que representa el buen hacer artístico.

La producción del disco corre a cargo del aclamado Steve Wilson (Porcupine Tree), garantía de calidad y perfección sonora. El equipo de trabajo formado por Akerfeldt y Wilson es un claro ejemplo de lo que puede ser el entendimiento ideal dentro de la música. Sus producciones en conjunto así lo muestran.

El disco continua con la abrumante y perturbadora "Bleak", en la que el desamor reina, dando paso a uno de esos temas con los que pocas bandas metálicas se atreverían: "Harvest".

La ejecución del resto de instrumentos corre a cargo de Martín López (batería), Peter Lindgren (guitarra), Martín Méndez (bajo) y el mismo Steve Wilson (teclado, voces), conformando uno de esos equipos que obtienen resultados perfectos. No hay temas de relleno, sino que más bien el disco es como una unidad (sin ser realmente un disco conceptual).

El trabajo cierra con el tándem que conforman la bella e instrumental "Patterns in the Ivy" y el tema que da título al disco, arrancando de cuajo lo poco que queda de ti. Después de la escucha de "Blackwater Park" uno se siente tan mortal que no puede hacer otra cosa que no sea volver hacer sonar el álbum.

Se me olvidaba: Feliz Año.

Opeth
Título: Blackwater Park
Año: 2001
Sello: Music for Nations
Producción: Steve Wilson / Opeth