El artista catalán está fuertemente vinculado a la Isla desde hace décadas, donde reside en verano | Josep Bagur Gomila

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«Llevaba 20 años pintando paisajes y necesitaba un cambio», confiesa Kiku Poch (Barcelona, 1963) sobre la evolución de su obra, una trayectoria en la que la temática marina sigue estando presente, aunque con el paso del tiempo se manifiesta de una forma diferente. Y en el caso de Poch, ese giro realizado, el más rupturista en sus 24 años de carrera, se puede comprobar en la muestra «Colores salados», que actualmente expone en la galería Vidrart de Ciutadella.

«Es como si hubiera hecho un zoom, ahora represento fragmentos de los cuadros que hacía anteriormente», explica el artista sobre una nueva etapa en la que el mar ya no se ve «pero se intuye en el óxido y los efectos de la sal».

Hijo del reconocido pintor Francesc Poch Romeu, quien en los años 60 se instaló en Binibeca y cuyo sello artístico ha sido siempre el paisaje menorquín, Kiku reconoce «llevar la pintura en la sangre». Sin embargo, el hecho de que se dedique al arte es fruto de una crisis, la que cerró el estudio de diseño para el que trabajaba y le permitió dedicarse en cuerpo y alma a la pintura.

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