El yacimiento de Son Catlar, donde se  realizó el acto central.    | Gemma Andreu

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Menorca se volvió a iluminar ayer para lanzar un mensaje a favor del respeto de los derechos humanos. Lo hizo, por cuarto año consecutivo, adhiriéndose a la «Encesa de Torres, Talaies i Talaiots de la Mediterrània: Un cant pels Drets Humans», una acción que se celebra de manera simultánea en diferentes localizaciones, en todas las Balears además de en algunos puntos de la Península e incluso en otros países, como Grecia y territorios del norte de África.

Se trata de una tradición que poco a poco va arraigando en el territorio insular, a la que este año se han sumado cerca de una treintena de talayots y torres en una doble sesión de iluminación, con bengalas de humo por la mañana y de luz por la tarde. Una fiesta con la que, entre otras cosas, se pretende lanzar un mensaje de apoyo a las personas refugiadas que se ven obligadas a abandonar sus países para la labrarse un futuro.Por otra parte, la acción recrea lo que en el pasado podría haber sido una forma de comunicación entre los asentamientos talayóticos de la prehistoria menorquina.

En una jornada marcada por el buen tiempo, la fiesta se realizó en su primera convocatoria después de que el año pasado, por diferentes causas, se viera aplaza en varias ocasiones. El acto    central tuvo lugar en el yacimiento de Son Catlar, en el municipio de Ciutadella. Allí se procedió a la lectura de un manifiesto por la causa que defiende la acción a cargo de Amnistía Internacional, que se encargó de pronunciar el delegado de la entidad humanitaria en la Isla,Biel Olivar.

Un texto en esta ocasión único para todo el Archipiélago que fue redactado por Maria del Mar Bonet y que fue reproducido también mediante lengua de signos.En el mismo se citaba a escritoras como Edith Södergran y Joana Raspall, y también incluía    un fragmento de la Sibil·la. El acto se complementó con la actuación de la cantante menorquina Clara Gorrias, que interpretó el «Viatge a Ítaca» de Lluís Llach.

La reivindicación continuó por la tarde, al caer el sol, dejando para el recuerdo unas espectaculares imágenes en las que volvió    a brillar de una forma especial el patrimonio menorquín, justo en el año en que aspira a conseguir el ansiado reconocimiento por parte de la Unesco.