El reconocido escultor norteamericano, entre los hermanos Cayón, Adolfo y Clemente.

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El estadounidense Joel Shapiro (Nueva York, 1941) es un artista conocido por haber desarrollado, desde la década de los 70, una obra escultórica que se distingue por su dinamismo y elegancia formal. Un sello que se puede comprobar en la exposición que se inauguró el pasado viernes en la Galería Cayón de Maó, donde además de algunas de sus esculturas más recientes, también se puede disfrutar de pasteles sobre papel y una instalación que ocupa la inmensa sala del antiguo teatro. En uno de los espacios, su obra convive también con piezas firmadas por Julio González (Barcelona, 1876; Arcueil, 1942), uno de los abanderados de las vanguardias artísticas de principios del pasado siglo.

Esta es su primera exposición en España en los últimos 30 años. ¿Qué significa hacerlo en un espacio como la Galería Cayón?

—Esta es radicalmente diferente a la exposición del IVAM valenciano. ¡Y es un siglo diferente, después de todo! Durante mucho tiempo he admirado y me he visto influido por muchos artistas españoles - Picasso, Miró, González, Chillida - por lo que es un gran honor y privilegio volver a exponer en España, y además en un espacio tan apasionante como la Galería Cayón en Maó.

En el vídeo de presentación habla de la galería, que antaño fue un cine, como un espacio irregular pero también romántico. ¿Ha sido un reto especial asumir este proyecto?

—El espacio es radical y es un ejemplo perfecto de tres siglos de reutilización adaptativa. Lo que es particularmente agradable es que cada espacio tiene una escala y un sentido de textura diferentes. Por supuesto, todos estos factores hicieron que fuera desafiante y emocionante crear una exposición adecuada. Mis formas geométricas encajan perfectamente en esta galería.

¿Cómo fue el proceso?

—Construimos maquetas del espacio en el estudio y revisamos algunas ideas y propuestas diferentes antes de decidirnos por esta. Y, por supuesto, hicimos cambios en el plan una vez que llegamos aquí y comenzamos a trabajar en el espacio real. Es un poco como estar dentro de un Gordon Matta Clark. Creo que la amplitud del espacio es una lámina perfecta para las formas concentradas de la escultura.

Define su trabajo como complicado, y asegura que no se basa en repetir los mismos patrones una y otra vez. ¿De dónde viene este impulso de llevar al extremo algunos de los principios básicos de la escultura?

—La búsqueda del sentido y significado es continua. Siempre estoy intentando cuestionar aquello que conozco. El trabajo puede ser duro, pero es satisfactorio, incluso arrebatador cuando creas algo inesperado. Nunca sabes muy bien lo que quieres hasta que lo actualizas.

Más allá de las formas y los diferentes tamaños, ¿qué papel juegan los colores más básicos en este montaje?

—No creo que sean tan básicos. Considero cada forma y formulo un color que creo que anima el diseño. Algunos concentran la forma; otros la expanden. Algunos amplifican la textura; otros niegan la textura. El color es subjetivo, y el proceso de pintar es íntimo.

En la exposición propone un encuentro con Julio González. ¿Cuál es su conexión con el escultor catalán?

—González es un gran maestro. Su obra es profunda, reflexiva, íntima y, a veces, explosiva y expansiva. La escultura aditiva, por supuesto, comienza con González. Engendra espacio. El impulso de crear o disponer la forma para que defina la experiencia recorre la historia de la escultura. Después de todo es un discurso muy humano. Me siento profundamente honrado de exponer obras en el mismo contexto con un artista tan importante y profundo como Julio González.