Christina Rosenvinge protagonizará la fiesta de presentación del Cranc. | R.C.

TW
1

Desde sus inicios más punk dentro de la Movida madrileña hasta la actualidad, marcada por el estreno este verano de «Safo» en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, la carrera de Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) ha estado marcada por un ansia de experimentar lejos de acomodarse en sus grandes éxitos. Este sábado aterriza en el Teatre Principal de Maó con un espectáculo nuevo, y de corte íntimo, como fiesta de presentación del Cranc Festival.

Hace unos meses preguntaba en una red social a sus seguidores qué había significado para ellos el disco «Que me parta un rayo» con motivo del 30 aniversario de su edición. Permítame que le devuelva la pregunta.
—Ese disco fue importantísimo para mí, aunque para nada fue el principio de mi carrera. Supuso el afianzamiento, convertirme en una artista con una aventura a largo plazo por delante. Empecé un proyecto sola, sin depender de nadie, solamente de mi criterio. Fue una forma de afianzarme como compositora, algo que me hizo pensar en la música como un proyecto de vida, una sensación que no tenía antes.

Un disco que además fue una fuente de inspiración para muchas mujeres que se han dedicado luego a la música, y algunos dice que un álbum feminista.
—Sí, pero también fue un disco que influyó a muchos hombres, aunque supongo que por motivos distintos, probablemente netamente musicales. Pero sí, con las mujeres tenía además el añadido ideológico.

En mi opinión, ya no se publican discos con semejante colección de hits…
—Lo que ocurrió es que cayó en un momento en el que tuvo mucho apoyo mediático y resultó muy novedoso. Pero discrepo, sí que creo que ahora hay gente que graba discos llenos de hits. Lo que ocurre es que se pierden un poco en el magma de tanta cosa interesante que hay.

Reescuchar ese álbum me ha producido una profunda nostalgia.
—Te entiendo perfectamente. Fue un disco que sonó mucho y en todas partes, y por eso está unido a la juventud de mucha gente. Y luego ha tenido también trascendencia fuera de ese ámbito, por ejemplo en Latinoamérica; en Chile y Colombia sus canciones siguen sonando en la radio a día de hoy. Cuando viajo allí me encuentro con gente de 20 años que conoce esos temas. El disco se ha convertido en un clásico, ha trascendido su momento. Y eso es un gran orgullo para mí.

Su carrera es larga, ha participado en un buen número de proyectos musicales, ha escrito libros y trabajado como actriz. Una trayectoria en la que ha asumido continuamente riesgos para afrontar diferentes retos. ¿Cree que esa es la clave del éxito?
—Puede que sí. Pero he de decir que cuando asumo esos riesgos no soy consciente de que los son. Sigo mi intuición, hago lo que creo que es pertinente con los tiempos, y luego vienen otros a decirme que lo que estoy haciendo es arriesgado y que debería ser continuista. Y me sorprende que ellos piensen así. Es verdad que a veces lo que hago cae en un buen sitio y es comprendido, pero otras no. Pero ya te digo, no soy tan consciente de asumir riesgos.

El montaje teatral-musical «Safo» es su última apuesta. ¿Cómo está siendo la experiencia?
—Efectivamente, entroncando con lo que acabamos de hablar, una nueva experiencia siempre es un gran regalo, una oportunidad de aprender, de ampliar lo que una sabe y de no aburrirse haciendo siempre lo mismo. Para mí eso es muy importante, sobre todo no aburrir a los demás. «Safo» es una apuesta por un formato nuevo en el que se mezcla teatro, música y danza. Un espectáculo que tiene como objeto celebrar y dar a conocer la obra de Safo, de quien todos tenemos una idea muy difusa, y no es extraño porque la mayor parte de su obra fue destruida por los tiempos y por las personas. Es un proyecto muy bonito, tuve la suerte de recibir ese encargo y de tener la oportunidad de elegir con quién quería trabajar, un equipo de mujeres que hemos creado un espectáculo que es un formato nuevo.

He leído en entrevistas que ha concedido con motivo de ese montaje que comparaba a Safo con Rosalía y Bob Dylan…
—Sí. No sé con quien de los dos comparte más similitudes. Con Rosalía por el lado de la sensualidad y la celebración del cuerpo. Era una mujer muy potente no solo componiendo poemas y música, sino que también había una parte muy importante de danza en Safo. Lo que ha trascendido de ella, porque todo lo demás se ha perdido en la noche de los tiempos, han sido sus poemas, la palabra, así que en ese sentido sí que es comparable a Dylan, puesto que ella inició un canon que llega hasta nuestros días de poesía cantada amorosa, que es el origen de la canción popular que seguimos haciendo.

¿Y Christina es más de Rosalía o de Dylan?
—Es difícil elegir. El otro día fui al concierto de Rosalía y me gustó mucho. Pero no voy a escoger, son dos caras de una misma moneda.

¿Qué tipo de concierto nos tiene preparado para Menorca?
—Es una cosa nueva, porque en este momento no estaba tocando mi repertorio clásico, pero salieron este bolo tan bonito en Menorca y otro en un faro de Santander y me pareció una forma perfecta de acabar el verano. Voy a hacer una revisión de canciones clásicas pero basadas en piano, guitarra y voz.

Y después de «Safo», ¿qué toca?
—Grabaré las canciones de ese espectáculo y después una gira por Latinoamérica para celebrar los 30 años de «Que me parta un rayo», unos conciertos que también quiero hacer en España porque me lo están pidiendo. Yo que nunca he vivido mirando hacia atrás, pero creo que con este disco hay que hacerlo y celebrarlo tocando las canciones de arriba a abajo, cosa que no he hecho desde el año 94.

¿Hay que estudiar de nuevo las letras o están bien grabadas en la mente?
—A veces hay que volver a estudiar algunas. La de «Las suelas de mis botas», por ejemplo, me la tengo que aprender de nuevo. Hay canciones que quedan en un rincón de la mente, y eso ayuda a que resulte fácil volver a recordarlas. Y es bonito, porque cada vez que la vuelves a cantar te acuerdas de quién eras tú cuando la escribiste. Hay una cosa muy bonita que tiene que ver con reencontrarse con la propia juventud.