El fotógrafo menorquín ha resumido en una colección de 21 instantáneas, todas en blanco y negro y de gran formato, un diálogo de miradas entre quien retrata y es retratado. | GABRIELLE SOUZA

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Aunque su relación con la fotografía viene de lejos, ha sido principalmente durante los últimos 20 años cuando la cámara se ha convertido en su gran compañera de viaje. «Siempre con el equipo a cuestas, y eso lo sabe bien mi fisioterapeuta, que es quien me tiene que arreglar la espalda», bromeaba Gabriel Calafat (Menorca, 1955) desde Río de Janeiro, donde actualmente reside con su mujer, canciller del consulado español. En la sede del Instituto Cervantes de dicha ciudad brasileña inauguró el pasado viernes la muestra «Olhares», su particular mirada a África a través de 21 instantáneas, en blanco y negro y en gran formato.

Una selección del amplío archivo que generó durante su estancia años atrás en Angola y mientras residió en la ciudad de Luanda. En sus paseos por esa urbe, se sintió especialmente atraído por la vida en los mercados de los barrios más marginales, donde las mujeres desempeñan un especial protagonismo. Allí, así como en otros países del continente, Calafat estableció un diálogo fotográfico con los protagonistas de la imagen. «Cuando veían un hombre blanco paseando por allí a ellos también les llamaba la atención», rememora el fotógrafo, quien relata como ello propiciaba que se produjera un interesante intercambio de miradas.

Gabriel Calafat y José Vicente Ballester, en el Instituto Cervantes.

De ese cruce visual ha resultado una exposición que se podrá visitar en Río hasta el 31 de este mes, con la idea de que el montaje pueda exhibirse posteriormente en Brasilia, Sao Paulo y Salvador de Bahía. La intención es que también se pueda ver en Madrid, el que será nuevo destino de Calafat durante los dos próximos años, y con la ilusión puesta en que el material también se pueda contemplar algún día en Menorca.

La exposición es el resultado de un proceso de selección que partió de un vasto archivo que fue menguando progresivamente para adaptarse al espacio. Hay dos aspectos que son una constante en la propuesta de Calafat. Uno es el tamaño, siempre apuesta por los grandes formatos, porque dice que el mensaje llega de una forma más impactante. Y aunque en algunas etapas ha trabajado con el color, cuando el tema que trata es documental y social, el blanco y negro son los colores que manejan el protagonismo.

Que el cruce de miradas pueda contemplarse por parte del público ha sido posible en gran medida al interés mostrado por José Vicente Ballester, director del Instituto Cervantes de Río de Janeiro. Una vez que descubrió el archivo generado por Calafat durante su estancia en África, pensó que era una buena ocasión para compartirlo. Comenta Ballester que «más que un documento sobre la vida en las calles de Luanda, las miradas agrupadas en forma de serie generan una potente narrativa visual que configura una conmovedora poética de imágenes que destacan por su humanidad y su realismo».

Tomé Olives, junto a Calafat, en la inauguración.

Fotografías que actúan como testigo de una realidad social y que, invitan, prosigue el responsable del Cervantes, a una reflexión a cerca de otra visión, la del espectador. Este, al observar activamente, «en la veracidad del instante enfatiza en la mirada de esas mujeres la intensidad e inmediatez de la observación comprensión y testimonio en los que el drama y la belleza transmiten el reflejo de la condición humana».

Próxima mirada: el Amazonas

De alguna forma, la muestra es como el broche a una etapa que, tras cinco años, está a punto de cerrar en Brasil, país del que partirá el próximo verano. Una estancia que, como no podía ser de otra forma, también ha quedado documentada a través del objetivo de su cámara. En este caso el proyecto está directamente relacionado con el Amazonas, un material en el que Calafat tiene previsto trabajar durante su regreso a España.

El apunte

La cultura de la Isla llega a Río de Janeiro también con Tomé Olives

Las imágenes de Calafat han tenido como complemento otro toque cultural de la Isla en la ciudad brasileña. Y ello ha sido posible gracias al organista menorquín Tomé Olives, quien la pasada semana ofreció un recital en el Monasterio de São Bento, uno de los más importantes monumentos del barroco luso-brasileño del periodo colonial. Allí interpretó, durante cerca de una hora, un repertorio con partituras propias junto a otras de Mozart, Bach, Cabezón, Cabanilles y Rheinberger, entre otros compositores.