Luis Chillida Belzunce, en Sant Lluís. | Gemma Andreu

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El presidente de la Fundación Eduardo Chillida-Pilar Belzunce, Luis Chillida Belzunce, agota los últimos días de sus vacaciones menorquinas, antes de coger el avión y regresar a su domicilio habitual para afrontar en breve la culminación del programa conmemorativo del centenario del nacimiento del escultor vasco, que entre 1988 y 2002 mantuvo una estrecha relación con la Isla.

¿Cómo recuerda a sus padres?

—Mi padre y mi madre eran como uno, ella se ocupaba de unas cosas y él de otras, a mi me encantaba mi madre cuando decía que había dedicado su vida para que mi padre pudiera ir al estudio todas las mañanas sin preocupaciones de ningún tipo, ella se preocupaba de organizar todo, que todo funcionase para que él tuviera la tranquilidad necesaria, de gestionar todo, de hablar con las galerías; se ocupaba de la parte más práctica de la vida, mientras que mi padre vivía su mundo, se iba a su estudio, trabajaba, dedicado al taller.

Trabajar era su razón de vivir.

—Mi padre era una persona que nunca quiso de alguna manera mezclar dos conceptos, a él le gustaba trabajar en el valor de las cosas, lo que tu generas con tu esfuerzo, dedicación y trabajo, eso es el valor de la cosas que haces para ti; y sin embargo él siempre decía que había otra parte que era la parte del precio, a él no le importaba lo que costaban las cosas ni lo que iba a valer después, era hacer lo que creía que tenía que hacer. Y mi madre era quien le daba permiso para hacerlo o no, ella decía, bueno podemos o no podemos, ella era un poco la que organizaba la vida, claro somos ocho hermanos.

¿Por qué eligieron Menorca como lugar de veraneo?

—Nosotros teníamos un molino en el campo en Burgos a donde íbamos los veranos, era un sitio aislado, pero era más complicado para montar un taller de trabajo, ya que nuestro padre nunca hacía vacaciones, siempre trabajaba. Al final, mis padres empezaron a mirar algo en la Isla con la ayuda de su amigo el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez, que ya tenía casa en Menorca. A mi madre le gustaba estar cerca del mar, además a aita (padre en euskera) le gustaba la luz del Mediterráneo. Primero vieron algunas casas de campo del interior de la Isla, que eran enormes. Al final, buscando tuvieron la suerte de dar con la casa llamada Quatre Vents, en Alcalfar, y cuando la vieron les pareció que era el sitio perfecto.

¿Cómo pasaba el verano su padre en la Isla?

—Su vida aquí era ir a trabajar con sus lurras, piezas de tierra cocida, debajo de la higuera, en un sitio del jardín como hundido se hicieron unas bancadas para poder trabajar; en cambio, las gravitaciones las hacía en la parte de arriba de la casa, donde tenía su pequeño estudio, entre la torre de la vivienda y esta había como un pasillo amplio con muy buena luz que era donde trabajaba.

¿Trabajaba las lurras en solitario?

—Las lurras las hacía todas él, lo único que hizo los primeros años el ceramista Hans Spinner que trabajó con él en Grasse, en Francia, era traerle la tierra a Alcalfar, durante el verano aita las trabajaba y luego venía Spinner a recogerlas, las embalaba bien porque hasta que no se cuecen son muy delicadas    y pueden romperse, las metía en una furgoneta y se las llevaba hasta su horno en la Costa Azul.

¿Visitaba otros lugares de la Isla?

—Su vida era dentro de casa, se paseaba por el jardín, él se quedaba en casa tranquilo, no era muy de ir a sitios con mucha gente. Al único sitio que iba era a comer al restaurante Trébol, en Es Castell, y a la tienda de Faustino, que estaba al lado, porque siempre se vestía con la ropa de verano para trabajar, a mi padre le gustaba mucho este tipo de ropa de hilo. Alguna vez iba a dar una vuelta con el llaüt pequeñito que se compró, «Aitzian II», «Del viento» en euskera, desde Alcalfar hasta la Illa de l’Aire, no iba a navegar todos los días, pero le gustaba ir de vez en cuando al atardecer.

¿Cuál era su círculo de amistades?

—Solía verse con José Antonio Fernández Ordóñez y el escultor Rafa Trénor, visitaban los diferentes monumentos prehistóricos de la Isla, las taulas y los talayots, además de varias canteras de marés. También solíamos estar alguna vez con Iñaki Gabilondo que venía a casa o solíamos ir a la suya.

El apunte

Un centenario para realzar la parte educativa y la obra en espacios públicos

La Fundación Eduardo Chillida-Pilar Belzunce trabaja activamente en el programa del centenario del nacimiento del escultor vasco de relevancia universal, aniversario que se cumple en enero de 2024, pero cuya celebración se extenderá hasta el 2025. «Nuestra ilusión era celebrar el nacimiento de nuestro padre y hemos priorizado trabajar en aspectos sociales y educativos. Cualquiera que ve el trabajo de mi padre lo ve como algo contemporáneo, moderno, no es algo clásico. Una de los pilares del proyecto del centenario es la parte educativa, trabajar con universidades y colegios, organizar conferencias, para las nuevas generaciones, nos hace ilusión poner en valor esa parte social de sus obras. El otro pilar es el tema de la obra pública, para mi padre una de las cosas que en su vida ha sido fundamental ha sido trabajar en obras públicas, crear lugares, como el ‘Peine del Viento’, el ‘Elogio del Horizonte’ o las esculturas de Berlín. Decía él que «lo que es de uno es casi de nadie, en cambio una obra que está en un lugar público es de todos.Son lugares que generan encuentros, una de las obras de hormigón está en Madrid, en la Castellana, otra en Toledo. En las obras públicas mi padre va haciendo diferentes ideas y cada una la hace en momentos diferentes, mi padre trabajaba escuchando el presente, nunca diseñaba lo que iba a hacer. De hecho, en mayo inauguramos en Austria una exposición importante del centenario, también se van a hacer documentales, trabajos en redes sociales. Trabajamos con el Ministerio de Cultura, con los ayuntamientos de Hernani, San Sebastián y Madrid, el Gobierno vasco. También buscamos la complicidad de quien quiera organizar algo, la Fundación le ayudará», subraya Chillida.