Kosme de Barañano (Bilbao, 1952) aún no ha visitado la exposición de Eduardo Chillida en Hauser & Wirth, lo hará hoy, pero conoce con detalle todas y cada una de las obras que se exhiben en la muestra de la galería de la Illa del Rei. No en vano, el reputado historiador del arte y museólogo está considerado el mayor experto mundial en la obra del escultor vasco, un título del que rehúye. «Eso son cosas que dicen los demás. Creo que he tenido una buena amistad con Eduardo y he montado muchas exposiciones con él en vida, nada más», confiesa.
De Barañano estará esta tarde (19.30 horas) en el islote del puerto de Maó para participar en el encuentro que lleva por título «Chillida en Menorca: Arte Contemporáneo e Historia», en el que estará acompañado por el artista y divulgador Juan Elorduy y el arqueólogo Antoni Ferrer, director de la Agencia de la Menorca Talayótica.
Sobre esa temática, avanza De Barañano que «Chillida tenía un conocimiento muy profundo y muy intuitivo de todo el arte antiguo». Y no solo de los talayots de Menorca, sino de todo el land art, desde Stonehenge hasta la América de Cusco pasando por las ruinas griegas: «El conocimiento de Eduardo del paisaje en la antigua arquitectura era muy fuerte», reconoce.
Desde que conoció al escultor, cuando estaba en la facultad y junto a compañero le pidieron una visita que aceptó, el historiador del arte estableció una sólida relación con Chillida. Con él viajó en varias ocasiones a la Isla para pasar temporadas en verano y disfrutar ese lugar en el que el creador encontró temporalmente «una nueva casa». «Desde el primer viaje que hizo se dio cuenta que era un sitio magnífico, cerca del mar y con una perspectiva diferente de la que ofrecía San Sebastián».
Un lugar inspirador, aunque la conexión con el elemento talayótico «ya estaba en su obra de alguna manera», rememora el historiador, «no creo tanto en que fuera una inspiración, sino que de repente se encuentra con esa formulación, sobre todo en las lurras, en el manejo de esas tierras en las que va grabando lo que son signos parecidos a los que se conforman en la unión de las piedras».
Sobre la importancia que tiene el contexto geográfico en las obras de Chillida, considera que «él fue de los primeros que se da cuenta de que el paisaje y el espacio alrededor de las piezas es clave. Al fin y al cabo, incluso en sus dibujos, es siempre un juego sobre los límites entre lo que has construido y lo que ya está ahí».
De Barañano sostiene que si hay cuatro grandes figuras en el mundo de la escultura del siglo XX, estas son Brâncusi, Giacometti, Calder y Chillida «porque abrieron experiencias nuevas en lo que es la escultura clásica y de alguna manera tienen lenguajes que nadie puede imitar». Es por ello que defiende que el vasco, al igual que los artistas anteriormente citados, «no tiene discípulos como sucedía en el Renacimiento o en el Barroco». Pero en el caso de Chillida considera que «la influencia de su forma de comprender la escultura se ha extendido por todo el mundo». Y como legado quedan piezas tan icónicas como «El peine del viento», «la primera obra de arte en el territorio que conocimos en España, y que fue un puntazo en aquel momento para todos», concluye.
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