Du Souich. El especialista en farmacología llegó a Menorca con tan sólo cuatro años y medio. - P.S.

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Nació en París, creció en Menorca, estudió en Barcelona y reside en Montreal desde hace más de 30 años, donde ejerce como investigador en el campo de la farmacología. No obstante, Patrick du Souich (París, 1944) asegura que "todo lo que hace referencia a Menorca me hace vibrar todavía". Llegó a la Isla con tan sólo cuatro años y medio y fue aquí donde aprendió a jugar y donde cursó sus primeros estudios. En 1961 se marchó a estudiar medicina a Barcelona y, tras doctorarse en farmacología, las circunstancias le llevaron a cruzar el Atlántico. Fue un paso definitivo. Tras un primer periodo en EEUU, este menorquín de adopción se instaló en Montreal en 1978 y, a pesar de que reconoce que no tiene muchas oportunidades de visitar la Isla, sus recuerdos están fuertemente ligados a las experiencias vividas en Menorca.

Llegó a Menorca con tan sólo 4 años y medio, ¿qué motivos llevaron a sus padres a trasladarse a la Isla?

Vivíamos en París al terminar la Segunda Guerra Mundial. A la vuelta de De Gaulle, por ser mi madre alemana, mis padres fueron internados en la prisión de la Santé, en las afueras de París. Mi padre, al ser francés, sólo permaneció en la cárcel seis meses, pero mi madre estuvo 24 meses, tras lo cual fue puesta en libertad condicional para ser juzgada. El abogado de mis padres les recomendó salir del país ya que, probablemente, mi madre iba a volver a ingresar en prisión. El único país posible de salida era España y así llegamos a Barcelona a finales del año 1948. Tras seis meses en la ciudad condal nos trasladamos a Menorca, donde un conocido de mis padres, el señor Emilio Orfila, que era propietario de la fábrica Constructo, ofreció trabajo a mi padre. En un primer momento vivimos en Sant Lluís y posteriormente nos mudamos a Maó, donde realicé el bachillerato en el Instituto Municipal de Maó, situado en la Plaza de San Francisco.

¿Qué recuerdos guarda de su infancia y adolescencia en la Isla?

Tuve una infancia muy feliz en Menorca. Iba a la escuela en Sant Lluís, donde el maestro era el señor Garriga. Mis padres conocían al notario Cano, que les prestaba una casa en Biniancolla. Allí aprendí a nadar, a bucear, a observar la vida en la costa y, por supuesto, allí fabriqué mi primera caña de pescar. Ya en Maó, con una pelusilla debajo de la nariz, empecé a echar miradas a las niñas del instituto. En aquellos años, los chicos estaban separados de las chicas hasta el cuarto año de bachillerato. Tuve muchos amigos, en especial Carlos Saura, Antonio Blanco, Fernando Vizoso y Javier Hernández, sin olvidar a Paco García, Jacinto Seguí Linares, Agustín Gual y Bartolomé Orfila. Obviamente, esta lista es incompleta, pero no puedo enumerar a todos los compañeros de curso. ¿Qué más hacía en Maó un joven adolescente a finales de los años 50? Organizábamos campamentos en Cala Galdana, nos bañábamos en el Club Marítimo de Mahón, dábamos vueltas a la Plaza de la Esplanada y, por supuesto, ojeábamos a las más bellas: Lolita Currás, Paquita García, Lourdes Manrique de Lara, etc. También conocí el aburrimiento cuando tenía que ir todos los domingos de invierno a Alcaufar y allí, por supuesto, aparte de los "pardalets" no había nadie.

¿Quiénes fueron sus profesores durante aquella época?

Del Instituto guardo un especial recuerdo de Don Juan Hernández Mora, nuestro profesor de literatura, que me enseñó a amar los libros y a leer. Su esposa, Doña María, me "salvó" con cierta frecuencia de los castigos que merecíamos por nuestras travesuras. También recuerdo a Don Jaime Mir, el excelente profesor de matemáticas que nos soltó muchos gritos pero gracias al cual aprendimos mucho.

¿Mantiene todavía contacto con algunos de aquellos compañeros de aventuras?

Tengo íntimos amigos en Menorca con los que me comunico frecuentemente como Bárbara y Carlos Sánchez Rodrigo. Además tengo contacto con Javier Hernández Montesinos, Fernando Vizoso Pasarrius y Paco García. Mis padres se marcharon de Menorca en 1996, tras casi 50 años en la Isla, y se vinieron conmigo a Montreal. Me queda todavía mi padre, un venerable anciano de 95 años.

En 1961 se trasladó a Barcelona a estudiar medicina, ¿qué le llevo a especializarse en medicina interna?

A partir de 1965 fui externo en la Cátedra de Medicina Interna, dirigida por el Doctor Pedro Pons. En aquellos años, la florinata de la medicina se paseaba por el Hospital Clínico de Barcelona y los que teníamos suerte de estar en una cátedra seguíamos la trayectoria de nuestros maestros. Me interesé por la medicina interna porque cubría un gran campo de acción. Al terminar la especialidad, en 1972, obtuve una plaza de adjunto en el Departamento de Medicina Interna del Hospital de la Santa Cruz y de San Pablo. Entre 1972 y el 1976 trabajé sobre todo en la unidad de cuidados intensivos.

No obstante, se doctoró en farmacología...

Sí. Influenciado por un colega, el Doctor Sergio Erill, que había vuelto de los EEUU recién formado en farmacología clínica, una especialidad que no existía en España, decidí realizar un doctorado en farmacología bajo su dirección. Terminé mi doctorado en 1976 en el Departamento de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Fue entonces cuando se marchó a EEUU, ¿por qué motivo tomó esta decisión?

Al terminar el doctorado me di cuenta de que mi formación en medicina era adecuada, pero que mis bases para realizar investigación en el campo de la farmacología eran totalmente insuficientes. Había pasado el examen del "Educational Council for Foreign Medical Graduates" en 1970, lo que me facilitaba la obtención de una beca americana para realizar estudios de posgrado.

¿En qué ciudad residió en aquella época?

Obtuve la beca "Merck Sharp and Dohme International Fellowship in Clinical Pharmacology" en 1976 por lo que el mes de junio toda la familia nos desplazamos a San Antonio, en Texas. Estuve un año trabajando en el Health Science Center de San Antonio pero mi interés por realizar cursos de bioquímica y de farmacocinética me llevó en 1977 hasta la Facultad de Farmacia de la Universidad de Nueva York en Buffalo.

¿Cómo surgió la posibilidad de trasladarse a Montreal?

En 1978 tenía que volver a Barcelona pero finalmente las plazas que debía haber ocupado en la Universidad y en el Hospital de San Pablo no me fueron ofrecidas, por lo que tuve que buscar una alternativa en otras universidades.
En la Universidad de Montreal buscaban un médico experto en farmacología clínica y por este motivo nos trasladamos allí. Llegamos a Montreal el 1 de agosto de 1978.

Desde entonces ha desarrollado gran parte de su trayectoria profesional en la Universidad de Montreal. ¿En qué consiste exactamente su labor?

Mi trabajo consiste sobre todo en hacer investigación, enseñar farmacología y terapéutica y, además, dedico algún tiempo al trabajo clínico. Mis intereses en investigación se centran en comprender cómo la enfermedad modifica el devenir de los medicamentos en el organismo y cómo ello cambia el efecto. El objetivo final es dosificar mejor los medicamentos y evitar efectos indeseables. El ejercicio de la medicina lo realizo en el Hôspital Hôtel-Dieu de Montréal, un centro que forma parte de la red de hospitales afiliados a la Universidad de Montreal. Actualmente sólo visito pacientes con problemas cardiovasculares, sobre todo aquellos con hiperlipidemia o colesterol elevado.

En relación a su vida en Canadá, ¿qué fue lo que más le impresionó al llegar al país en 1978?

La primera vez que vine a Montreal era invierno. La ciudad tenía montañas de nieve por todos lados y la temperatura a mediodía era de -18 grados. El silencio era impresionante ya que la nieve absorbe los ruidos. Durante o antes de las tormentas, las noches son muy iluminadas ya que la luz de la ciudad reverbera sobre las nubes llenas de nieve lo que da un color muy curioso y bonito a las calles.

Tras más de 30 años de vida en Montreal, ¿cómo valora esta experiencia?

La vida en Montreal es muy agradable, la ciudad es relativamente limpia, existen muchas actividades culturales, la calidad de los alimentos es muy buena y es muy fácil realizar actividades deportivas. En Quebec se fabrican alrededor de 230 tipos diferentes de quesos y el foie gras no tiene nada que envidiar al francés. También encontramos queso de Maó aunque, tristemente, no hay sobrasada, camot, empanadas u otros manjares llenos de colesterol. La verdad es que resultó fácil adaptarse a la vida en Montreal ya que nos encontramos en un medio francófono, muy cultivado y separatista, que nos recordaba de algún modo a Cataluña.

¿En qué zona de la ciudad reside?
Vivo en una zona residencial al noroeste de Montreal, en Ville Mont-Royal, donde hay muchísimos árboles y tranquilidad. Estoy a tan sólo 30 minutos andando de mi despacho en la Universidad.

¿Que es lo que más le gusta de Canadá?

Lo que más me gusta de Quebec es la naturaleza. Hay miles de lagos donde, en verano, podemos nadar y pescar. En septiembre siempre vamos a recoger "esclata-sangs", aunque son menos sabrosos que los que se encuentran en Menorca. En invierno, no lejos de casa, es muy fácil realizar esquí de fondo en zonas totalmente aisladas y muy bonitas. También me gusta el aspecto civilizado y respetuoso del canadiense y que el concepto de "conflicto de intereses" siempre esté muy vigente. Por otro lado me disgusta que bajen el límite máximo de alcoholemia para los conductores a 0,5 gramos o el hockey sobre patines, por la brutalidad que se observa. Las cosas que me disgustan son poco importantes lo que significa que no me quejo mucho de lo que me rodea.

Viaja frecuentemente a España, ¿aprovecha estas estancias para visitar la Isla?

Lamentablemente, he ido pocas veces a Menorca desde que me fui a Barcelona a estudiar. Voy frecuentemente a España, el año pasado cuatro veces, pero son viajes cortos organizados para dar conferencias que no me permiten dar un rodeo por Menorca. Intento ir a Granada, donde vive mi hermano. Espero que una vez jubilado, en dos o tres años, tenga más ocasiones para disfrutar de la Isla.

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