Calle Bastió. Voluntarios de Caritas y de la Asociación San Vicente de Paúl entregan ayuda de emergencia en forma de lotes de comida a personas y familias necesitadas

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Ángeles M. Obispo
La escena se repite cada miércoles pero no es fácil acostumbrarse a la imagen de la desesperanza y el desconsuelo. Familias enteras, personas mayores, inmigrantes e incluso cada vez más jóvenes, recurren a la caridad de la ayuda de emergencia en forma de lotes de alimentos básicos que entrega Caritas parroquial y la Confederación Internacional de Caridad de San Vicente de Paúl en un pequeño local de la calle Bastió de Maó. Un reciente informe de Caritas acaba de revelar que una de cada cinco personas que vive en Menorca es pobre. El 18,7 por ciento de la población subsiste con menos de 6.000 euros al año y ha crecido la cifra de familias que piden ayuda para alimentarse y pagar la hipoteca. El incremento respecto al año pasado se acerca ya al 35 por ciento, mientras que los donativos particulares han disminuido un 63 por ciento.

Entre el trasiego de los voluntarios de ambas organizaciones y el incesante goteo de personas que entran en el local de la plaza Bastió para recoger las bolsas de alimentos, Sor Demetria, religiosa en el Colegio de San José de Maó, explica cómo desde hace apenas un año y, sobre todo durante los últimos meses, se ha disparado de forma preocupante el número de personas que acuden a este pequeño banco de alimentos que cumple ya 16 años de existencia. "Al principio venían personas mayores de la Isla, luego fueron inmigrantes, pero ahora nos llega mucha gente de Menorca que se ha quedado sin trabajo. Son demasiados dramas personales. Ayudar reconforta, pero al final te marchas descorazonada", comenta la religiosa mientras mira desconsolada a su alrededor.

El acceso a los alimentos está condicionado a que estas personas soliciten ser atendidas por los servicios sociales de Caritas con el fin de estudiar caso por caso. Actualmente y dado el incremento de peticiones, la lista de espera para ser entrevistadas es ya de varios meses. Una vez superado este requisito, los usuarios tienen derecho a recoger un lote de alimentos procedente del excedente de producción de la Unión Europea (UE), o a comprar por un valor de tres euros productos donados y gestionados por Caritas y por la asociación caritativa San Vicente de Paúl. Aunque en realidad, los usuarios pagan el 25 por ciento del valor real del producto, y el 75 por ciento restante lo ponen las dos organizaciones.
La ayuda a estas personas no sólo se traduce en la entrega de alimentos, en ocasiones "muy especiales", los voluntarios de la caridad de San Vicente de Paúl colaboran con las familias, para afrontar algún pago pendiente (alquiler, luz, agua), e incluso realizan visitas a domiciliarias a enfermos y entregas de ropa, especialmente a familias en situación de vulnerabilidad social que comienzan a cruzar la línea de la exclusión.

Ayuda
Éste es el caso de una joven boliviana de 35 años que el pasado miércoles aguardaba la entrega de alimentos en el pequeño local de la calle Bastió. Trabaja de costurera, su salario es el único dinero que entra en casa. Su marido no tiene papeles. Explica que tiene cuatro hijos a su cargo -uno de ellos de tres meses- y un nieto de ocho de una hija que apenas ha cumplido los 17 años. Este pequeño tiene además una dolencia grave y se encuentra ingresado en un hospital de Barcelona, donde ha pasado prácticamente toda su corta vida. Con los ojos vidriosos y visiblemente angustiada cuenta que ni tan siquiera pueda pagar ya el alquiler del piso donde vive y que ha pedido una beca de ayuda al Colegio San José. "Quiero irme a mi país pero no puedo. Somos muchos", repite débilmente, "sin embargo, ahora, con el problema del bebé es mejor estar en España. En Bolivia, si no tienes dinero no tienes médicos y te dejan morir sin más", asevera crudamente.

Cerca, un joven matrimonio boliviano con dos niños de uno y cuatro años recoge el lote de productos de la UE que un voluntario de Caritas introduce en dos bolsas; dos paquetes de arroz, tres de pasta, tres batidos, tres litros de leche, dos piezas de queso y una tercera en porciones, una lata de arroz con pollo, un kilo de azúcar, un brik de arroz con leche, tres paquetes de galletas, una bolsa de magdalenas y dos bolsas de pan donadas por varias panaderías de la Isla. El matrimonio explica que recurren a la caridad una vez al mes desde hace un año. Ella trabaja en el servicio de limpieza y su marido está desempleado. Parcos en palabras, ambos comentan que la comida que recogen "es suficiente y está bien". En cambio, una mujer ecuatoriana de 46 años, que recoge la misma cantidad de productos cada 15 días, comenta que apenas duran una semana en casa. "Somos diez de familia y en casa no entra ningún dinero", cuenta. "Soy camarera de hotel, pero tuve que dejar mi trabajo a finales del año pasado para cuidar de mi hermano que sufrió una embolia", añade resignada.

Agradecimiento
Cada una de las personas que cruzan cada miércoles el umbral de la puerta de este local de caridad es una vida truncada. Su esperanza apenas va más allá de poder conseguir alimentos para comer un día más. Sin embargo, el hecho de que alguien se preocupe por su bienestar reconforta en cierta medida su alma. "Una mujer de la Isla a la que le fue mal el negocio nos agradecía llorando lo poco que le dábamos y eso que esto es una ayuda que no saca de apuros", se lamenta Sor Demetria. "Moralmente estas personas tienen que estar dolidas por verse en la necesidad de acudir a la caridad para sobrevivir. Incluso algunas nos dicen que cuando se vean más desahogados vendrán a ayudarnos y a limpiar. Es una agradecimiento sincero", agrega Agustina, voluntaria de San Vicente de Paúl. "Me he criado con las Hijas de la Caridad y siempre he sido voluntaria. Cuando empiezas no puedes desvincularte. La sensación de que puedes aportar algo más es gratificante", señala. Sus comentarios son prácticamente similares a los que ofrecen Mercedes y Carmina, también veteranas voluntarias de San Vicente de Paúl para quienes prestar ayuda al necesitado es ante todo "una obligación".

Mientras algunos voluntarios apuntan en una lista los nombres de los peticionarios de ayuda que continúan entrando en el pequeño local, otros colocan y reparten alimentos. Éste es el caso de Sedenir Nartino y Rodrigo Fernández, brasileño y boliviano, respectivamente, que trabajan en el taller de Mestral de Caritas como técnico de electrodomésticos, en electrónica e informática. "En Bolivia colaboraba para conseguir medicamentos para el hospital de quemados y aquí también colaboro en lo que puedo. Me llama mucho la atención la gran cantidad de gente joven que pide ayuda, eso demuestra lo difícil que empieza a ser encontrar trabajo en la Isla", indica Rodrigo Fernández. Por su parte, Sedenir Nartino se muestra sorprendido por la avalancha de personas que recibió el local a primeros de enero y cuenta cómo el año pasado este banco de alimentos agotó existencias durante unos días.

El descenso de las donaciones particulares en un momento de crisis es un grave problema que amenaza su continuidad, precisamente cuando las solicitudes de ayuda han crecido más. Por este motivo, el voluntariado hace un llamamiento urgente a la solidaridad de los ciudadanos que puedan permitirse entregar un donativo, ya sea en forma de alimento o de ayuda económica. Cualquier aportación, por pequeña que sea, afirman, siempre es bienvenida.