Marcel Baudez. Una imagen a su llegada a Francia a bordo del ferrocarril procedente de Barcelona

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Desde el hospital en que permanecía, Marcel concedía alguna que otra entrevista a los diferentes medios que se habían desplazado a la Isla ansiosos de noticias. El día 14, diferentes interlocutores podían observar que el hombre se encontraba todavía fuertemente impresionado por los acontecimientos vividos y que en su rostro y manos se mostraban diversas heridas aún sin cicatrizar. Pero donde presentaba peor aspecto era en sus extremidades inferiores, consecuencia de haber tenido que atravesar el extenso pedregal que separa el acantilado de Son Escudero. Lo evidenciaba el hecho de que cuando se movía por la habitación o los pasillos del recinto sanitario todavía cojeaba ostensiblemente. Se dijo que las monjas que servían en el Hospital le preguntaron un momento dado a qué santo había implorado cuando se encontraba en medio del desastre, a lo que Baudez respondió que en la única persona que había pensado en aquellos terribles momentos fue en su madre, a la que ya había remitido diversos telegramas.

Existe un hecho anecdótico y es que, al haber manifestado en sus primeras declaraciones que tras el choque sobrevino una explosión, comenzaron a circular rumores sobre la posibilidad de que el vapor transportara a bordo explosivos o materiales fácilmente inflamables. Curiosamente esta misma pregunta la realizó uno de los asistentes a la ponencia que llevó a cabo Pierre Echinard en el Cercle Artístic en las VII Jornades, pregunta que sorprendió al propio historiador y su compañero Jean-Jacques Jordi, pero que, en su día, estuvo también a pie de calle.

Por fin Baudez embarcaba el día 15 en el vapor "Vicente Sanz" rumbo a Barcelona (junto a los supervivientes del "Martial") para desde allí continuar hacia Marsella, según un deseo reiteradamente manifestado a las autoridades locales y al agente consular. Al preguntarle previamente si tenía dinero para sus primeros gastos, dijo que no y entre los que allí estaban se reunió la suma de 25 pesetas que en principio rehusó con fuerza pero, ante la insistencia de sus donantes, acabó aceptándola con claras muestras de sentirse emocionado.

Llegado a Barcelona atendió pronto a los numerosos periodistas que le estaban esperando, lo mismo que llevaría a cabo en Marsella a donde llegaría vía ferrocarril, variando sustancialmente y adornando aún más su inverosímil historia. Pero unos hechos estaban claros y eran reales: el barco se había hundido tras una fatal colisión y él había sido el único superviviente de todas las personas que se hallaban a bordo, circunstancias que le habían convertido de rebote en principal e indiscutible protagonista de toda una historia de misterio y leyenda. Se habló de cuevas, de rocas, de escalar acantilados, de distancias cubiertas nadando e incluso de distinguir acantilados a cien metros de distancia en una noche completamente cerrada y lloviendo, tirarse al mar y refugiarse en una cueva batida por el temporal. ¿Cuantas veces ha vaciado el mar "magatzems" y chalés por causa de temporales estando en planos bastante elevados sobre el nivel del mar (Cap d'en Font, por ejemplo)? Y, sin embargo, ¿podría sobrevivir un ser humano mermado de facultades, sin preparación física especial, semidesnudo y desnutrido en una cueva a su mismo nivel con impresionantes olas empujadas por una tramontanada de fuerza 9-10 como llegó a calcularse entrando el agua a unas presiones de valores exorbitados? En tales circunstancias, cualquier dibujo del lugar de los hechos que le hubieran presentado -como probablemente se hizo- en los seis días que permaneció en Menorca desde el naufragio habría podido darlo por válido, puesto que es más que posible que al abandonar el lugar en que se refugió (que en alguno lo hizo, no cabe duda alguna) ni volviera la vista hacia atrás para retener los detalles de su emplazamiento en la memoria –sumamente afectada además en aquellos trágicos momentos–, ni volvió nunca más al Codolar una vez marchó hasta el lloc de Son Escudero. Por ello, precisamente, y tras los diferentes cambios de impresiones con los otros ponentes franceses, es que se deban de dejar a la imaginación del lector -ya que no podría ser de otra manera- las circunstancias que pudieron favorecer y permitieron finalmente facilitar su supervivencia.

Recuperación de las víctimas
Al día siguiente, día 12, el temporal había remitido algo en su virulencia, pero la mar continuaba en extremo alborotada por cuya causa, y a pesar de haber acudido varias embarcaciones menores a las inmediaciones de la ya triste ensenada con el objeto de recuperar los cadáveres que continuaban flotando, continuaba siendo todo totalmente inútil: no se podía maniobrar ni mantenerse al pairo en medio de la impetuosidad de las olas, so pena de quedar atravesado, volcar y correr la misma suerte. Se encontraban en Ciutadella el gobernador militar, general Galbis, que se hospedó en el Palacio Episcopal, el segundo comandante de Marina, don José Riera Alemany, y el señor Obrador, teniente de la Guardia Civil. También se había enviado un pelotón de soldados del Arma de Infantería de los cuarteles de Ciutadella para vigilar el contorno de la zona del naufragio, para evitar el posible pillaje y controlar todos sus accesos. En otro orden, los hombres contratados continuaban recuperando diversos objetos, tales como cajas de tabaco, paquetería, ropas, etcétera. De los dos sacos de correspondencia recuperados el día anterior se había podido comprobar que uno estaba casi vacío, mientras que el otro tenía su contenido prácticamente ilegible al estar completamente mojado, debido quizás al entrar en contacto con agua hirviendo ya que, según lo explicado por Baudez en un primer momento, se produjo una gran explosión en la sala de calderas del vapor que precedió al hundimiento.

De vez en cuando una ola más impetuosa que las demás arrastraba algunos cadáveres arrojándolos contra las peñas y retirándoles después envueltos en nubes de espuma y entre las peñas se distinguían claramente despojos humanos que habían ido quedando retenidos presentando un aspecto macabro y horroroso (del cual prescindiremos de los detalles). A todo esto, la noche había vuelto a hacer presa de la zona y los carabineros aparecían con las consiguientes señales de agotamiento en sus rostros demacrados, tras muchas horas de vigilancia y contemplación del más terrible espectáculo que jamás pudieran haberse imaginado. A pesar de ello estaban dispuestos a vigilar una noche más desde sus improvisadas barracas y sin haber podido descansar ni ser relevados del servicio. Para muchos parecía increíble el hecho de que no se hubieran enviado más miembros del Cuerpo a sustituirles, o tan siquiera por miembros de otras fuerzas de seguridad.

Por la tarde del día 14 entraba en el puerto de Maó el vapor "Calvados" dejando caer sus anclas en Cala Figuera. El vapor desplazaba 778 toneladas y estaba propulsado por una máquina de 1.200 CV. Su capitán era Mr. Blansu. A bordo se encontraba un representante de la armadora llegado para resolver toda la problemática derivada del naufragio. Llegada la noche, zarpaba hacia Orán. El pasajero era un viejo conocido en la Isla, ya que se trataba del avezado capitán y subjefe de Armamento Mr. A. Gaude, que hubiera venido anteriormente tras el naufragio del "Isaac Pereire".