Sor Enriqueta. El premio ha sido para ella un sobresalto, prefiere el reconocimiento de los necesitados - Gemma

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La ilusión, la creatividad y "estar siempre haciendo cosas fuera de lo normal", en sus propias palabras, han marcado la trayectoria vital de sor Enriqueta Garriga Gil (Maó,1926). Por eso, sor Enriqueta piensa que ha llamado la atención más de la cuenta –"y eso no me gusta", apunta- y por eso, ahora que vive más tranquila, la concesión del Premio Ramon Llull ha sido para ella "todo un sobresalto". "En un primer momento dije 'no, mejor que no' pero después pensé que era como un desprecio para quienes han apoyado este reconocimiento", explica sor Enriqueta, sin poder evitar un punto de vergüenza en su voz, el mismo con el que reconoce que acepta ser entrevistada a regañadientes.

Y es que, lo que ha hecho merecedora a esta Hija de la Caridad de la distinción concedida por el Govern -"la dedicación que ha demostrado, durante toda su vida a impulsar los servicios sociales, tanto en el municipio de Maó como en toda la isla de Menorca, primero en Caritas Diocesana y después en el Ayuntamiento de Maó"- es la materialización de lo que siempre deseó sor Enriqueta, servir a los pobres, algo que sentía que no hacía en los otros servicios que prestó desde su incorporación en 1951 a la congregación fundada por San Vicente de Paul.

"Nunca estaba en contacto con los pobres, bueno sí que había veces que atendía alguno, pero enseguida los sedaban o se los llevaban a alguna prueba u operación", comenta, casi por encima, esta monja que es, además, enfermera y asistenta social.

Tras formarse y pasar tres meses de prueba en el Hospital Militar de Madrid, sor Enriqueta pasó al seminario y desde allí, centros hospitalarios de Navarra, Valencia y Alicante tuvieron la suerte de contar con sus conocimientos, su entrega y el "deseo de mejorar todo". Durante tres largas décadas, la religiosa trabajó en el laboratorio, asistió en quirófanos, fue supervisora de enfermeras, organizó cursos de formación para el personal de alguno de los hospitales, rechazó un puesto de adjunta a la Dirección en La Fe de Valencia, se formó como asistenta social y, a todos estos cambios, alejados, a priori, a los ojos de su corazón, de su vocación religiosa, sumó el dejar atrás el hábito. "Solíamos cambiarnos de ropa para trabajar en el hospital y al final acabó siendo más sencillo vestir de seglar", rememora.

Por motivos familiares, en 1981 fue destinada a Menorca, donde Xisco Huguet, por entonces párroco de Sant Francesc en Maó, le llamó para que pusiera inyecciones en la Casa de Acogida, algo que dejó al abrirse el Ambulatorio. Recuerda sor Enriqueta que comenzó a compaginar la secretaría del colegio San José, con su trabajo como asistenta social en AMUR y Caritas Diocesana.

"Un día me encontré a Pito Costa y me comentó que contratarían a una asistenta social. Le dije de broma que no me importaría ser yo. Por eso me quedé de piedra cuando me llamaron. Por fin serviría a los pobres realmente, lo que siempre había querido. Todos me aceptaron muy bien y Arturo Bagur siempre se preocupó mucho de que todo funcionara", recuerda sor Enriqueta. La religiosa inició entonces una época apasionante, en la que descubrió que había más gente necesitada de la que parecía, en la que tuvo a compañeros con los que todavía mantiene contacto- Jerónima, de los Sagrados Corazones, Eva Espinosa, Maria Mañas, Aurora Herraiz o Antoni Carreras (la llama desde Quito en el momento que nos está despidiendo) en la que puso en marcha servicios de atención domiciliaria y conoció muchas realidades muy duras.

"Hay casos duros, sobre todo los que se refieren a enfermos mentales o drogadictos, aunque yo no he tenido grandes cosas, también porque al ser enfermera hay cosas que entiendes mejor. En el Ayuntamiento me pusieron un timbre y sólo lo utilicé una vez", asegura sor Enriqueta, convencida de que precisamente por eso "no todo el mundo vale para estar en servicios sociales".

Como convencida está de que es un área muy necesaria porque no se es demasiado sensible a las situaciones de exclusión- "somos bastante insensibles a las necesidades de las demás y con la crisis se han puesto muy de manifiesto, sobre todo ha empujado a la gente de aquí a pedir ayuda superando la vergüenza, una vergüenza que no tienen los emigrantes", afirma sor Enriqueta- y que "siempre faltan recursos".

Actualmente, sor Enriqueta, "segunda madre" de un drogadicto completamente rehabilitado (es el caso que más le ha impactado en su "carrera"), cocina para los usuarios de la Casa de Acogida. "Cuando dejé Caritas hace dos años pensé que me moriría de angustia si me desvinculaba del todo de esto. Allí me lo paso bien, me dicen siempre que está todo muy bueno, me preguntan y me cuentan sus problemas, a veces, les regaño, pero me tienen gran respeto. Si no todo es muy frío", cuenta con una sonrisa que le ilumina la mirada y el rostro.

"Por aspiraciones haría cualquier cosa pero por la edad me tengo que frenar", aunque no lo hace por salud, sino por imagen, según sostiene sor Enriqueta, quien, a modo de resumen, asevera. "Doy gracias a Dios, en Maó he colmado todas mis aspiraciones sirviendo a los pobres".