shangai. La menorquina posa frente a la emblemática zona conocida como Bund - m.c

TW
0

Como cada verano, Margarita Cubí del Amo (Maó, 1953) aterrizará pronto en la Isla, donde se reencontrará con sus tres hijos y sus viejos amigos un año más. La menorquina, que ha vivido a lo largo de los años en París, Nueva York, Londres y Shangai, asegura que Menorca es para la familia un punto de referencia y no descarta la posibilidad de pasar largas temporadas en la Isla tras la jubilación de su marido, Juan Pi, vicepresidente de la división de Servicios Financieros de IBM para Europa, Oriente Medio y África.

¿Cómo recuerda su infancia y adolescencia en Menorca?
Era una Menorca muy "familiar", nos conocíamos todos. En el instituto éramos pocos alumnos y, por tanto, la relación entre los compañeros era muy cercana, así como con los profesores. Los veranos eran larguísimos, teníamos tiempo para todo y en las playas y calas había poca gente. Era una Menorca endogámica, poco abierta y, a diferencia de la de ahora, nada multicultural.

Se instaló en Barcelona para estudiar Farmacia, ¿qué le llevó a decantarse por esta opción?
Me fui a Barcelona sin una idea clara de lo que quería estudiar,. Me gustaba la Química y la Medicina y tras el primer año de Ciencias, me decanté por Farmacia. Al acabar, estudié óptica en la misma facultad. Una vez finalizados mis estudios, consideré la opción de comprar una farmacia en Barcelona pero en aquella época llegó el primer traslado provisional de mi marido y allí acabaron mis aspiraciones profesionales.

¿Conoció a su marido en la ciudad condal?
Sí. Los dos éramos estudiantes y vivíamos en colegios mayores vecinos. Me casé en 1976, durante el último año de carrera y tuve tres hijos, que nacieron en Barcelona. Mi marido, que es natural de Reus, estudió ingeniería industrial pero lleva más de 35 años dedicado al sector de la informática. Ha ocupado diversos cargos directivos de la empresa IBM y eso es lo que nos ha llevado a realizar tantos traslados. ¡Nos hemos mudado en 12 ocasiones! En un primer momento, los destinos eran nacionales pero posteriormente llegaron los cambios internacionales y, hasta el momento, hemos vivido en París, Nueva York, Londres y Shangai.

Por tanto, no volvió a Menorca...
No volví a vivir en Menorca pero no he fallado ni un verano, aunque esté en la otra parte del mundo. En la Isla tengo a mis padres, a mi familia y a mis amigos, y los que echo mucho de menos. No obstante, las nuevas tecnologías nos permiten estar en contacto constantemente. Durante bastantes años vivimos a caballo entre Madrid y Barcelona y en 1990 nos trasladamos por primera vez al extranjero.

¿Cuál fue su primer destino internacional?
París. Había viajado como turista al extranjero pero no tenía ni idea de lo que significaba adaptarse a las diferencias culturales, al idioma y a las costumbres. Además, llegamos a la capital de Francia con tres niños de 14, 12 y 8 años.

¿Resultó complicado?
Adaptarme a la vida en París me costó. Cada país tiene su idiosincrasia y siempre requiere un esfuerzo habituarse. Pero cuantos más países has conocido más fácil es adaptarse al siguiente. Asimismo, se requiere un carácter y una predisposición, sin ello nunca sería posible. Como siempre digo, para adaptarse se necesita mucha humildad, no pensar que lo tuyo es mejor.

¿Es este el secreto para integrarse?
Sí. De este modo te das cuenta de lo relativas que son las necesidades y llegas a entender que es necesario cambiar algunas cosas, prescindir de otras y aceptar muchas. En todas partes hay cosas mejores y peores a las que estás acostumbrado en tu país, es cuestión de aprovechar las primeras e intentar llevar lo mejor posible las segundas. En un primer momento te preguntas: ¿Cómo lo voy a hacer sin esto o sin lo otro?". Pero dejas pasar un poco de tiempo y finalmente te das cuenta de que no era tan importante. Una de las cosas que hice al llegar a Francia fue colaborar socialmente para integrarme y conocer mejor el lugar, lo que me dio también pie a conocer a gente del país. El colegio de los niños exigía mucha colaboración por parte de los padres y así comencé a relacionarme con madres que estaban en mi misma situación. También me apunté a un grupo de lectura e intercambio cultural.

¿Sabía hablar francés?
No. Me fui a Francia sin saber decir ni "oui". Tuve que aprender deprisa lo fundamental para poder desenvolverme mínimamente y hacer una vida normal. Al principio iba con mis hijos a restaurantes que tuvieran fotografías en las cartas porque no era capaz de traducir.

¿Cómo reaccionaron sus hijos ante este cambio de vida?
También les resulto difícil. Como yo, no sabían una palabra de francés y necesitaban que un compañero les tradujera lo que decía el profesor. No obstante, en poco más de un mes, comenzaron a entender el idioma. ¡Los niños son increíbles! Además, este esfuerzo les dio una facilidad en el futuro a la hora de aprender idiomas y de adaptarse.

¿Durante cuanto tiempo estuvieron en París?
Dos años y medio. Después volvimos a Madrid y en 1995 comenzamos una nueva etapa en Nueva York, donde se encuentra la sede mundial de IBM.

¿Que recuerdos guarda de su estancia en Nueva York?
Estuvimos allí hasta 1998. Mis hijos pequeños estudiaban todavía bachillerato pero mi hija mayor empezó y se graduó en la Fairfield University. Fue la etapa mas provechosa para los chicos. Estaban en una edad muy receptiva y difícil pero tuvimos la suerte de que la enseñanza es muy completa en los buenos colegios americanos. Tenían un programa especial para integrar a los estudiantes extranjeros y un seguimiento muy cercano por parte de los profesores. Nos quedamos muy sorprendidos de esos métodos y, por supuesto, los resultados fueron extraordinarios.

¿Continuó vinculada a proyectos sociales en EEUU?
Sí. En EEUU la colaboración ciudadana forma parte fundamental de la cultura del país. Hay pocas ayudas gubernamentales para la asistencia social por lo que la comunidad organiza ayudas a hospitales municipales o a personas y entidades que lo necesiten. Se llevan a cabo ferias, comidas, festivales y, además, la sensibilización y la colaboración ciudadana está muy arraigada.

Hace casi un año y medio que reside en Shangai ¿Cual fue su primera impresión al llegar a China?
Shangai es el lugar más exótico y distinto en el que he vivido. Recuerdo perfectamente el día que llegué. Cuando aterricé por primera vez en la ciudad ya era para quedarme a vivir allí. Me encontré con una ciudad que me impresionó por su modernidad y su grandiosidad y la verdad es que no ha dejado de sorprenderme todos los días. Todo el mundo que viene a visitarnos se va con una idea muy distinta a la preconcebida de China en general, y de Shanghai en particular.

¿A qué se refiere?
En Shangai hay una mezcla de tradición y modernidad sin igual. Es una ciudad del futuro con muchas cosas todavía del pasado. Aquí puedes ver la mayor concentración de rascacielos del mundo e incluso el edificio más alto a nivel internacional y, no muy lejos, hay barrios donde la gente vive en unas condiciones tan básicas y tradicionales que parece que te trasladas en el túnel del tiempo 100 años atrás.

Imagino que habituarse a las costumbres orientales no fue fácil...
La vida en Shangai es realmente muy distinta a la de Occidente pero lo más diferente es la mentalidad. Los razonamientos que sirven para Occidente no siempre son válidos en China. Comprender su forma de pensar, de vivir y de razonar es lo que más cuesta.
Además, aprender chino cuesta mucho más que aprender un idioma occidental ya que es necesario cambiar los esquemas del lenguaje a los que estamos acostumbrados.

¿Qué hay de la gastronomía?
La comida en China es una experiencia en sí misma. Una cosa es ir de turista y tener que comer y otra muy distinta es tener que ir a comprar. Te encuentras con frutas, verduras y pescados que no has visto nunca. Al principio, iba paseando con el carrito por el mercado y no sabía qué escoger. Una de las primeras cosas a las que te has de acostumbrar en un mercado chino es a los olores, que a los occidentales nos resultan nauseabundos. Además debes habituarte a ver cosas chocantes que te quitan las ganas de comer como huevos negros o podridos, que aquí son una exquisitez. Otra de las cosas a las que uno se debe habituar es a las cantidades. ¡Aquí todo es desproporcionalmente abundante! En una gran superficie comercial, los puestos de fruta o verdura tienen el tamaño de un container. Del mismo modo, el arroz se vende en envases de 10, 15 o 25 kilos. ¡No encuentras un kilo de arroz!

¡¿Donde guardan en casa tanto arroz?!
Guardan el arroz en cubos de plástico con ruedas. Asimismo, productos tan corrientes como el pan o las patatas no se encuentran fácilmente, debes ir a supermercados para extranjeros. Un tema de conversación muy habitual cuando te encuentras a un compatriota en China es comentar tus descubrimientos personales en cuanto a productos españoles y restaurantes.

¿Hay alguna otra costumbre que le resulte todavía curiosa?
¡Tiene tantas y tan peculiares! Una de las que aún me sorprenden es que duermen durante el día en cualquier sitio: en la mesa de un restaurante o una cafetería, sobre una moto o en una pared baja. Incluso se considera normal que los empleados se queden dormidos encima de la mesa de la oficina después de comer. Otra de las cosas que me asombran es que la gente anda a todas partes con sombrillas y parasoles durante el verano, sobre todo las mujeres. El objetivo es conservar la tez blanca ya que para ellos es un horror estar moreno. La poca cosmética que se encuentra en China va encaminada a blanquear la piel.

Shanghai acoge la Expo 2010, ¿la ha visitado?
Sí, la he visitado. Han querido hacer de la Expo un evento que marque un antes y un después en la historia de la ciudad, además de aprovecharlo para mostrar al mundo lo que son y de lo que son capaces. La verdad es que la Expo es para utilizar el superlativo en todos los adjetivos con los que se la califique. No han escatimado esfuerzos ni presupuesto y la ciudad ha experimentado una transformación verdaderamente espectacular. Entre otras cosas, han instalado una catarata de fuentes iluminadas sobre el río Haunpú a lo largo del Bund, una zona emblemática de Shangai, y han iluminado todos los edificios de una autovía de varios kilómetros de largo.

¿En qué zona de la ciudad viven?
Vivimos en Pudong, el nuevo distrito financiero de Shangai. Hace tan sólo 15 años esta zona estaba llena de campos de cultivo y hoy es como un nuevo Manhattan. En Pudong hay rascacielos construidos por los mejores arquitectos del mundo y es un punto de referencia mundial en arquitectura. En concreto, vivimos sobre el río Haunpú, que recorre serpenteante la ciudad y en algunos tramos es tan ancho como el puerto de Maó. El Haunpú es una importante vía comercial y tanto durante el día como durante la noche navegan barcos, barcazas, gabarras, grúas flotantes, etcétera. Algunas noches, al oír el ronroneo de las barcas desde mi habitación, me traslado mentalmente al puerto de Maó y por unos instantes me da la sensación de que no estoy tan lejos.

No obstante, visitan la Isla cada verano, ¿no es así?
Sí, es nuestro punto de encuentro y referencia después de tanto ir y venir. Mis hijos, que viven en Bilbao, Palma y Rotterdam (Países Bajos), no se pierden la tradición estival por nada y se sienten medio menorquines.

¿Se plantea la posibilidad de instalarse en Menorca en un futuro?
Cuando mi marido se jubile pasaremos largas temporadas en la Isla cada año. Después de tanta aventura, apetece la tranquilidad de compartir con los amigos una buena cena.

Entre todas las ciudades en las que ha vivido, ¿se decantaría por alguna en especial?
Cada una aporta algo diferente, un estilo de vida propio y unas posibilidades peculiares. Si me tuviese que decidir por una quizás me quedaría con París. Es una ciudad muy completa donde encuentras cultura, gastronomía, belleza y exquisitez. Además, su situación te permite conocer países cercanos como Bélgica, Holanda o Luxemburgo, aunque en el mismo país tienes un abanico enorme de posibilidades.

-------------------------------------
Sugerencias para la sección
"Menorquines en el mundo"
e-mail: mariasp18@gmail.com