GARCÍA. El menorquín junto a su familia durante las pasadas vacaciones estivales en Menorca - j.g

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Ha recorrido gran parte del mundo pero, cada año, Javier García de Viedma (Maó, 1964) vuelve a Menorca. El diplomático menorquín vivió hasta los 10 años en la Base Naval de Maó, donde su padre estaba destinado. Posteriormente, la familia se trasladó a Madrid, aunque siempre ha mantenido una estrecha relación con la Isla. García de Viedma, ha iniciado recientemente una nueva andadura en Tel Aviv, donde ocupa el cargo de segundo jefe de la Embajada Española. Anteriormente, el menorquín estuvo destinado en Kuwait, Chile, Nueva York y Perú.

Vivió en Menorca durante sus primeros diez años de vida, ¿qué recuerdos guarda de aquella época?
La verdad es que guardo muchos recuerdos de aquellos años. Mi padre es marino y estuvo destinado en la Base Naval de Maó durante once años, desde 1963 hasta 1974. Según me contaron mis padres, fui el primer niño que nació en el Hospital Militar de la calle Vasallo, cuando todavía no había ni sala de maternidad. De pequeños íbamos a la escuela de la misma Base Naval y, más tarde, estudiamos en el Colegio La Salle. Recuerdo la Base como un lugar idílico para los niños, donde había una gran sensación de libertad. Llegaba del colegio y me iba a jugar con mis amigos. En aquella época la Base Naval era un lugar muy abierto en el que se hacían muchas fiestas y venía mucha gente de Maó.

Libertad, diversión, familiaridad... ¿resultó duro para usted trasladarse a vivir a Madrid?
El traslado supuso para mí una ruptura con la infancia. Al llegar a Madrid después de vivir en Menorca me llamaba mucho la atención cosas como la gran cantidad de gente que cruzaba los semáforos o la existencia de mendigos. Fue chocante pasar de vivir en un sitio tan pequeño y familiar como Menorca a una ciudad tan grande como Madrid. Al poco tiempo de llegar a la capital comencé a pensar que haber nacido en Menorca era una casualidad pero, ya de adolescente, me di cuenta de lo que significaba la Isla para mí.

¿Volvió a Menorca?
Volví diez años después, con 20 años. Mi madre es asturiana y, normalmente veraneábamos en el norte pero un año decidieron visitar Menorca de nuevo. Fue entonces cuando me reencontré con los olores, los sonidos y la luz de la Isla. Mis padres, que conservaban muchos amigos de su estancia en Menorca, acabaron comprándose una casa en la Isla, donde vienen a pasar todos los veranos. Así que vuelvo a Menorca todos los años religiosamente, es un punto de encuentro familiar.

¿Los menorquines son tan cerrados como algunos piensan?
Los menorquines viven su vida. Es cierto que, al vivir en una isla, están de algún modo aislados y, al ser un sitio pequeño, todo el mundo se conoce. Los menorquines no tratan mal a la gente que viene de fuera pero está claro que no van a tratar de hacerse amigos de las personas que vienen a pasar quince días a la Isla. Si tú vienes a vivir a Menorca tienes que hacer un esfuerzo para integrarte pero una vez que haces amigos, son para toda la vida.

Al poco tiempo de llegar a Madrid tuvo su primera experiencia en el extranjero, ¿no es así?
Sí. El verano después de instalarnos en Madrid mis padres me mandaron a Irlanda a estudiar inglés. Tenía sólo once años y fue muy duro para mí estar en un país que no conocía y rodeado de gente que hablaba un idioma que no entendía. Vivía con una familia en las afueras de Dublín, en un barrio de clase media-baja llamado Ballybrak. Recuerdo que el primer día les regalé una botella de Tio Pepe que me habían dado mis padres. Al rato, la abuela, que se llamaba Rita, se había bebido más de la mitad y estaba especialmente alegre. Al final hice muy buenos amigos irlandeses y tal vez aquella fue la primera pista para hacerme diplomático.

Estudió Derecho, ¿tenía ya la intención de dedicarse a la diplomacia?
No, estudié Derecho sin saber muy bien qué iba a hacer al finalizar la carrera. Al terminar los estudios hablé con algunos diplomáticos y me pareció una opción muy interesante. Ya hablaba inglés por lo que decidí estudiar francés y comencé a prepararme en una academia. Allí fue cuando me enamoré de esta carrera, eso era lo que estaba buscando.

La carrera de diplomático comporta viajar mucho, ¿le atraía la idea tras su experiencia en Irlanda?
Tenía un recuerdo algo traumático de mi estancia en Irlanda y el hecho de convertirme en diplomático suponía una manera de superarme.

¿Fue dura la preparación?
Sí. Hay que estudiar bastante. El examen principal consiste en una exposición ante un tribunal durante quince minutos sobre cuatro temas escogidos al azar. Antes tuve que escribir un ensayo sobre el mundo tras la Guerra Fría, realizar una traducción de dos textos en inglés y francés y hacer frente a un examen oral de estos idiomas, además de hacer una prueba tipo test y una entrevista personal.

¿Cuándo llegó su primer destino?
Una vez aprobé la oposición tuve que estudiar otro año más en la Escuela Diplomática hasta que me dieron un destino. Se realizaba una especie de concurso en el que los más veteranos escogían primero y los destinos que quedaban vacantes nos los ofrecían a los de la última promoción. A mí me dieron a elegir entre Zaire, lo que hoy es la República Democrática del Congo, y Kuwait. Me decanté por la segunda opción.

¿Qué se encontró al llegar a Kuwait?
Llegué allí en 1991, cuando el país acababa de ser liberado de las tropas iraquíes. Se notaba que Kuwait acababa de vivir una guerra pero no porque el país estuviera totalmente arrasado. Los invasores se dedicaron a la rapiña, todas las cerraduras estaban reventadas, habían entrado en las casas particulares y se habían llevado televisores, vídeos o coches, cosas que se pueden reponer con cierta rapidez. Lo que destruyeron fueron edificios representativos o estratégicos como las sedes de los ministerios o muchos hoteles, que fueron quemados. Además, algunas de las playas estaban minadas por lo que había que tener mucho cuidado.

¿El panorama no era tan desoladora como se lo había imaginado?
No. Kuwait era y sigue siendo un país muy rico por lo que los habitantes tienen casi todas las necesidades cubiertas. Durante la época que yo estuve allí la sanidad era gratuita incluso para los extranjeros, así como la electricidad, el agua y las llamadas de teléfono nacionales.

¿Qué labores llevaba a cabo en la embajada de Kuwait?
Era una embajada muy pequeña por lo que tuve la oportunidad de aprender mucho. No obstante, me sorprendió encontrar a muchos diplomáticos sin ningún interés por conocer el país y que hablaban con desprecio de los kuwaitíes. Yo aprendí de mis padres que, cuando llegas a un lugar, tienes que ir a buscar a la gente y abrirte a ellos. Eso hice y llegué a tener muy buenos amigos kuwaitíes. Uno de ellos, que posteriormente fue embajador de Kuwait en España, me invitaba a su "diwania", una habitación de la casa en la que se reúnen los hombres para jugar a las cartas, tocar música, cantar, conversar y hacer negocios. De algún modo, los kuwaitíes estaban agradecidos a los occidentales porque acababan de liberar el país.

Por tanto, ¿eran inexactas las impresiones de aquellos diplomáticos que los criticaban?
Sí. No sé si conseguí entender a los kuwaitíes pero sí aprendí a respetarlos. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que hay muchos diplomáticos que evitan implicarse porque, de algún modo, siempre están de paso y rehuyen las relaciones con personas del país para que la marcha no resulte tan dolorosa. Yo creo que, al final, sufres igual cuando te marchas y, por ello, es mejor integrarse porque cuando te vas queda un poso que es mucho más enriquecedor. Relacionarte te exige humildad y esfuerzo pero creo que si no eres capaz de hacer un amigo en un destino, de algún modo has fracasado.

¿Cuántos años estuvo en Kwait?
Estuve allí casi tres años. Posteriormente me fui a Chile, donde estuve hasta 1998. Resultó ser un destino más accesible, especialmente porque todo el mundo hablaba mi idioma.

En aquella época Pinochet todavía ocupaba el cargo de comandante en jefe del Ejército...
Sí. En aquel momento gobernaba una alianza de partidos de centro-izquierda pero Pinochet era comandante en Jefe del Ejército. Durante aquella época me encargué de la oposición y fue una labor apasionante. Gran parte del empresariado y muchos medios de comunicación eran de derechas por lo que mi trabajo consistía en relacionarme con gente importante y poderosa. Organizaba tertulias en mi casa con periodistas e incluso asistía un ex ministro de la época de Pinochet, Les invitaba a buenos vinos y a puros y me contaban cosas muy sabrosas. ¡Era muy divertido!

Posteriormente, regresó de nuevo a Madrid....
Sí. En 1998 volví a Madrid. Un diplomático puede estar como máximo nueve años fuera de su país y luego está obligado a volver durante un tiempo. Al regresar a España estuve dos años trabajando en el Departamento de Protocolo del Palacio de La Moncloa, cuando el presidente era José María Aznar.

¿En qué consistía su trabajo?
El Departamento de Protocolo se encarga fundamentalmente de preparar las visitas y los viajes del presidente a otros países. Nuestra labor consistía en desplazarnos al país en cuestión algunas semanas antes que el presidente para preparar el programa de la visita.
Era un trabajo de logística que implicaba realizar las reservas en el hotel donde se iba a alojar, escoger las habitaciones, preparar el dispositivo de seguridad y las relaciones con la prensa, entre muchas otras cosas. Es un trabajo bonito pero muy sacrificado. Si lo haces perfecto lo normal es que ni te feliciten pero cualquier fallo que surja puede aparecer en la primera página de los periódicos. Eso es lo que sucedió cuando, estando Aznar en una cumbre europea en Lisboa, unos simpatizantes de ETA se hicieron pasar por periodistas y le arrojaron al presidente unos globos con pintura roja. Sucedió delante de mí y no me di ni cuenta. Posteriormente, estuve trabajando durante tres años más en el gabinete del Secretario de Estado de Asuntos Europeos.

A nivel personal, su vida dio un giro durante su estancia en España, ¿no es así?
Sí. Mientras estuve en Madrid conocí a mi mujer, Pilar. Ella había estudiado Derecho pero no ejercía sino que tenía una empresa de diseño de publicidad junto a algunos socios. Posteriormente fundó con otra persona una empresa más pequeña y ella se encarga del diseño gráfico, por lo que puede trabajar a través de internet. Nos casamos y, al poco tiempo, nos mudamos a Nueva York.

Nueva vida y nuevo destino...
Sí. Nos instalamos en el Upper East Side, un barrio de Manhattan. A nivel profesional me ocupé de temas económicos y fue entonces cuando conocí la diplomacia multilateral que, aunque para mi gusto es más aburrida que la bilateral, es muy necesaria. En 2005 nació mi hija Inés y, al poco tiempo, Pilar se quedó embarazada de Fernando y decidimos pedir un traslado. La vida en Nueva York resultaba incómoda con dos niños ya que las casas son muy pequeñas y el servicio doméstico es muy caro. Fue entonces cuando nos mudamos a Perú.

Y a empezar de nuevo...
Sí. Llegamos a Perú en enero de 2007. En un primer momento estuvimos en un hotel y posteriormente alquilamos un apartamento amueblado. En Lima nació Fernando, nuestro segundo hijo.

¿Supuso también este nuevo destino un progreso a nivel profesional?
Sí. En Perú ocupé el consulado general de Lima. Allí trabajábamos 23 personas y cada día atendíamos a 1.200. ¡Era una locura! Los tiempos de espera para conseguir un visado eran terribles, llegaban a los dos meses y medio. Había quejas, protestas, incidentes e incluso nos asaltaron cuando quebró Air Comet. Hice lo que pude por mejorar la atención al público, aunque supuso un gran esfuerzo porque no tenía los medios necesarios.
Trabajamos muchísimo pero, cuando me fui, las cosas habían mejorado.

Recientemente, se ha trasladado a Tel Aviv, donde ocupa la segunda jefatura de la Embajada Española ¿Cuál ha sido su primera impresión de Israel?
Israel es un país que tiene mala fama pero mi primera impresión ha sido muy buena. Tel Aviv me ha parecido una ciudad moderna, bañada por el Mediterráneo y con una playa muy bonita de arena fina. La gente es muy cosmopolita y por la calle oyes hablar muchísimos idiomas diferentes. Me sorprendió que todas las casas tienen refugios anti-bombardeos, donde algunos ya han construido baños o despensas pero otros todavía mantienen los portalones de hierro. No obstante, a primera vista no se respira un ambiente de tensión en las calles, donde ves gente en bicicleta o corriendo durante los fines de semana o jugando al volei en la playa. Durante los primeros días que he estado aquí me ha dado la impresión de que los israelíes saben que pueden desaparecer en cualquier momento y tienen la conciencia de que el país hay que hacerlo día a día. En este sentido, tienen una vida muy densa y continuamente se están cuestionando el futuro.

No obstante, en dos años está obligado a volver a España...
Sí. Ya llevo siete años fuera del país por lo que en dos años tendré que volver a Madrid.

Si tuviera que quedarse con uno de los países en los que ha vivido ¿cuál sería?
Esa es una pregunta a la que no puedo responder. Todos los destinos en los que he estado me han aportado muchísimo. Quizá el más duro fue Kwait porque fue el más ajeno, además de ser el primero. Cuando comencé en esta carrera me dijeron dos cosas que todavía hoy conservo. La primera es que no hay un primer destino malo y, la segunda, que quien habla mal de un destino, habla mal de sí mismo.

¿Le gustaría establecerse definitivamente algún día?
Por el momento no, aunque sé que los niños crecerán y que cada vez les costará más ir cambiando de país cada cierto tiempo. Si tuviera que elegir un lugar para quedarme tal vez sería Menorca. La Isla es para mí un estado de ánimo, cuando llego me transformo. Cada año, sobre el mes de mayo, comienzo a tener una especie de síndrome de abstinencia, necesito volver a Menorca.


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