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Miguel Aguiló (Madrid, 1945) es ingeniero de caminos y economista. Ha trabajado en diseño y construcción de puentes y estructuras, en planificación del agua y en grandes empresas, ha sido presidente del Canal de Isabel II, Astilleros Españoles e Iberia. En la actualidad es director de política estratégica en el grupo ACS. Es catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid y ha publicado veinte libros y numerosos artículos. Presidió el Desafío Español de la Copa América y es presidente fundador de tres fundaciones relacionadas con la ingeniería civil y la navegación a vela. Su trayectoria profesional está jalonada con el Premio Nacional de Urbanismo (1981) y el Premio Nacional de Medio Ambiente (1986).

La insularidad es analizada como el principal obstáculo para el desarrollo y la competitividad empresarial. ¿Cómo puede combatirse?
Menorca es impensable si se olvida su condición insular. En ello radica, precisamente, su gran atractivo y no cabe entenderla de otra manera. No es cuestión de que los aspectos positivos superen o no a los negativos, sino de vivirla plenamente como isla. Si se construyera un enorme e hipotético puente con la Península, dejaría de ser Menorca. La simple posibilidad de llegar en coche arruinaría su carácter, destruiría su identidad.

Es cierto que, por ser una isla, no se puede llegar o salir de ella con tanta facilidad como se haría en el continente. Pero es precisamente eso lo que la ha moldeado durante siglos como algo completamente distinto a cualquier tramo de la costa peninsular. Es esa condición lo que aglutina a los menorquines en la permanente tutela de su tierra y de su peculiar manera de vivirla. Y es eso lo que atrae a quienes venimos de fuera y nos gustaría ser de los de dentro.

La queja ciudadana y empresarial apunta hacia un déficit de infraestructuras.
Es fácil quejarse y pedir autopistas para ir más rápido o muelles mayores para gigantescos cruceros. Es fácil pedir más licencias para que la construcción genere más trabajo. Es precisamente lo que han hecho en esos otros sitios para terminar pareciéndose cada vez más a un parque temático. Hasta ahora, Menorca lo ha hecho muy bien y hay que estar vigilantes frente a cualquier cambio de orientación. Las promesas de más visitantes, más construcciones, más coches, o más velocidad llevan consigo el germen de la masificación y el deterioro.

El transporte constituye un elemento clave para el desarrollo de Menorca, ¿cree que está bien atendido?
Es evidente que a todos nos gustaría que hubiese más destinos, más vuelos, más compañías aéreas operando en la Isla. A todos nos gustaría que los aviones no fuesen tan llenos, para encontrar billetes en el último momento, y que estos billetes fueran mucho más baratos para volar a nuestro antojo, pero nuestro mundo no funciona así. Se podría objetar que en vez de los 40 destinos actuales debería haber más, o que los 2,4 millones de pasajeros al año son pocos, o que los precios deberían bajar un mucho por ciento, pero no se trata de una cuestión de grado, sino de fondo. Para que esos nuevos vuelos se mantuvieran tendrían que operar con una ocupación suficiente, lo que daría lugar a un incremento del número de visitantes. En consecuencia, la isla debería aumentar sus hoteles, restaurantes y servicios para atender a esos nuevos visitantes de manera sostenible. Serían necesarios más coches, más suministros y más combustible, aumentando la presión de uso de los recursos naturales de la isla y perturbando la manera de vivir de los menorquines.

¿Puede considerarse alternativa real el transporte marítimo?
Otra cosa bien distinta es lo que sucede en este campo, con una naviera que incumple de forma continuada los términos de su compromiso de servicio. Si una compañía aérea no utiliza los slots o derechos de operar concedidos en un aeropuerto, pierde automáticamente los permisos para volar allí. Pero la naviera falla año tras año y da gato por liebre a los viajeros de Ciutadella, con horarios imposibles, suplementos de autobús, tiempos de viaje desmesurados y demoras recurrentes. Y tampoco es de recibo el estado general de los demás barcos, su velocidad al cruzar el puerto o el ruido de pitidos y motores que producen a horas intempestivas. En ningún otro lugar de la Isla se pueden ver churretes de óxido como los de sus cascos, ni se permiten obras o actividades tan ruidosas. Curiosamente, pocos protestan.

La crisis genera inquietud, ¿corremos el riesgo de renunciar a algunos valores por ello?
Durante las crisis se vive peor, pero nunca se sale de ellas pidiendo más subvenciones, más infraestructuras o nuevos tipos de ayuda. Ni tampoco cabe esperar recetas mágicas o cambios radicales de orientación. En Menorca se ha consolidado un modelo de sociedad de servicios con apoyos productivos en el campo y otras manufacturas muy seleccionadas, que tiene muchas ventajas competitivas. Ha costado muchos esfuerzos y desvelos, pero ha funcionado bien y tiene mucho recorrido. Desconfiemos de los agoreros de la catástrofe, olvidemos las grandes promesas de solución, discutamos las opciones y arrimemos el hombro, como siempre se ha hecho en la Isla