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Llego a Ciutadella sobre las cuatro y veinte de la tarde y procedo a aparcar en el lugar habitual, Passeig de Sant Nicolau o calles aledañas. Sé que ayer era el primer día sin parquímetro. Al menos, los medios, y espero que nuestros lectores, oyentes o telespectadores, estamos perfectamente informados de que Ciutadella denunció la concesión sin tener un plan B para controlar la zona azul con lo que, en teoría no se paga, pero recelo.

Me encamino con todos mis bártulos hacia un Born inusualmente lleno de coches a estas horas y me intereso por el estado del parquímetro –solitario y apagado– sin que la elemental pesquisa acabe de convencerme. Dos máquinas más, también apagadas, confirman que, efectivamente, Dalt la Sala dejará pasar un tiempo hasta que tenga cerrado ese plan B que consistirá, según el regidor de turno, en un contrato de vigilancia y mantenimiento coordinado y vigilado por funcionarios del Ayuntamiento, estudiando la posibilidad de plazas de policía en segunda actividad.

Miel sobre hojuelas, me digo. O no, que el paseíllo desde el coche hasta la delegación del "Menorca" en Ciutadella y viceversa es el contrapunto a varias horas de escritorio, teléfono y ordenador. Esta contradicción mía es posiblemente lo único que no comparten el resto de conductores que recalaron por la céntrica plaza de Ciutadella. Durante parte de la jornada un buen número de ellos, los que conseguían encontrar un sitio en la plaza abarrotada como casi nunca, bajaban del coche y, costumbre o desconocimiento, se encaminaban a los parquímetros para sacar el tique.

Peregrinaban de una máquina a otra hasta que algún piadoso viandante, comerciante o restaurador les sacaba de su zozobra -"que ya no se paga", les decían entre divertidos y compasivos- o hasta que caían en la cuenta que era imposible hacerlo, dirigiéndose a sus menesteres con indisimulada satisfacción. Los empresarios de la zona daban fe de este singular peregrinar. "Ya podían haber colocado algún cartel", apuntaba una vendedora.

A medida que avanzaba el día, el bálsamo del "no tique" hizo notar sus efectos. La plaza estuvo buena parte del día repleta de coches y más de uno tuvo que buscar una alternativa, también a 0 euros, pero un poco más alejadas. Y además, disminuía el número de despistados. Entre las seis y media y las siete de la tarde, una quincena de automóviles estacionaron en el Born sin que ninguno de sus propietarios se acercara a sacar el boleto correspondiente.

Tanto los avezados, como los desconfiados, se mostraban encantados de no tener que pasar por el parquímetro. "No es tanto por el dinero, ¿sabes?, es que si trabajas por el centro y decides aparcar aquí, estar pendiente de salir para cambiar el tique es un rollo y, si te despistas un poco, un robo porque la multa te cae seguro", explicaba una joven. Me identifiqué al instante con su argumentación.

Aunque con la zona azul se persiga la rotación de vehículos, son muchos los que no encuentran otro lugar apropiado para estacionar fuera de ella y se ven obligados a ir cambiando el tique. Una llamada inaplazable, estar muy concentrado en una tarea y/o el proverbial despiste que acompaña a algunas personas se traduce en la sanción correspondiente y el consabido disgusto.

Pero todo ello se ha acabado por el momento en Ciutadella, la única localidad de la Isla en la que una incomprensible falta de previsión ha dado una alegría a los ciudadanos. Alegría relativa, cabe recordar, ya que éstos –yo también– acabarán pagando la factura, de un modo u otro. La barra libre de la zona azul dejará su resaca, siquiera temporal, en las cuentas municipales. Pero mientras tanto, pasen y beban.