WALL. Desde el que cree el mejor lugar del mundo, repasa su vida para el "Menorca" - Gemma Andreu

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Mi mujer me ha dicho que las hamburguesas que preparaba Edward Wall eran las mejores que se podían degustar en Ciutadella, e incluso más allá. El responsable de tan sencillo manjar era un americano bonachón, que llegó a Menorca por profesión y se quedó por amor. La historia de Wall es de las que uno se quedaría escuchando horas y horas, y quien sabe si daría para una buena novela, en la que uno de los escenarios obligados sería la base de S'Enclusa. Wall llegó a ella en el año 1985, como antídoto a lo que él llama su locura. Y se puede decir que S'Enclusa le cambió la vida.

Ed me recibe en su silla especial. La vida le quiso gastar una mala pasada hace pocos meses, pero no pudo con él. Ni con su físico ni con su vitalidad. En el pasillo de su casa cuelga, entre otros objetos, una composición de fotografías de uno de sus hijos jugando al fútbol. La otra hija, la mayor, estudia Ciencias Políticas lejos de la Isla. "Son mi corazón, el resultado de los 25 mejores años de mi vida", explica emocionado.

El principio de estos 25 años se halla en Madrid. En el 1983 Wall llegó a España, y dos años después cambió su destino. "Era militar, estaba un poco loco, y un amigo mío me dijo que tenía un trabajo bueno para mí, para que me calmara. Está en Menorca", explica. Confiesa que no sabía nada de esta pequeña isla cuando le hablaron de una base militar en la cima de una montañita en el municipio de Ferreries. Eso sí, recuerda perfectamente que el primer día que pisó la Isla, comprobó que su amigo tenía razón. "Era septiembre, y a las nueve de la noche no había nadie en la calle. Entonces pensé que era fantástico", relata.

Durante los dos siguientes años, entre 1985 y 1987, trabajó en la cocina de la Base. Preparaba los desayunos típicamente americanos –huevos, bacon, jamón y tortitas– y estaba detrás de los fogones también a la hora de la comida y la cena. "Casi siempre había carne. No carne, no comida", recuerda riendo. Quizás los viernes, y algún miércoles, tocaba pescado, pero no más. Entre los fogones, el squash, el baloncesto y el frontón, Wall pasaba las horas, y luego se iba a dormir a Ciutadella. Aquello era una base militar, sí, pero el trabajo era muy diferente del que Ed realizó, por ejemplo, en Vietnam.

El Vietnam no peliculero

Confieso que oír hablar de Vietnam me impresiona. He visto muchas películas sobre esta guerra, y el espectáculo del cine seguramente nos ha contado muchas mentiras y ha convertido aquel conflicto en una especie de mito. Ed, en cambio, no lo recuerda de una manera especialmente cruel. De entrada, fue él mismo quien decidió alistarse hasta en tres ocasiones para ir a combatir al país asiático. No lo hizo porque tuviera especiales ganas de participar en la guerra, sino porque no quería que su hermano lo hiciera. Si iba uno, el otro se quedaba en casa, y Ed explica que su hermano, al que quiso y quiere con locura a pesar de que ya no esté, "no era como yo. Yo estaba más loco, y siempre le cuidé". Con este afán proteccionista, Wall acabó en las selvas vietnamitas.

Allí, en el frente, la guerra se ve diferente. "La gente cree que en las guerras todo es disparar, y no es así. Quizás durante seis meses sí hay batallas, pero luego seguro que hay otros seis en que no pasa nada, y esto me gusta", recuerda. Seguramente influido por las películas y por los Rambos de turno, le pregunto si alguna vez recuerda haber tenido que disparar a un enemigo, e incluso haberlo matado. "No lo sé, puesto que en ocasiones hacíamos fuego cruzado durante muchos minutos", explica. De todos modos, Ed tiene muy claro que lo de matar no va con él. "Tras veinte años de militar, aún no entiendo por qué matamos a otras personas. Es algo que no entra en mi cabeza. Los humanos somos capaces de ir a la Luna o a Marte, pero no somos suficientemente inteligentes para dejar de matar", sentencia con contundencia y con una expresión visiblemente contrariada en su rostro.

El militar no belicista

Sentado en el sofá del comedor de la casa de Ed, no puedo evitar quedar entre sorprendido y maravillado por un alegato tan vitalista de boca de un militar. Quien algún día empuñó un arma desprecia la guerra y, es más, la ve como la herramienta de unos pocos poderosos para incrementar su patrimonio.

"Estados Unidos es la capital del mundo capitalista, y todo lo que se hace allí es para conseguir dinero, más dinero. Las grandes compañías y empresas no tienen interés en que se acabe la guerra. No quieren, porque la guerra significa más dinero para ellos. En los 13 años de Vietnam, Estados Unidos perdió 50.000 soldados, pero claro, en las carreteras de América muere más gente que ésa cada año. En Iraq creo que han muerto 4.000 soldados. La guerra es mala, pero cuando detrás hay alguien que gana mucho dinero, éste piensa que, al final, no se muere tanta gente, e intenta que siga la guerra y su negocio. Para mí, una persona muerta ya es demasiado", concluye.

A pesar de los horrores de la guerra, Ed confiesa que en ningún momento pasó miedo en Vietnam. En cambio, sí lo hizo en su tierra de nacimiento, Philadelphia. Es en esta ciudad donde nació su carrera militar, que no vocación. "De joven, estaba en una banda juvenil, y tenía muchos problemas con ella. A los 17 años, una juez me dio a escoger entre el ejército o a la cárcel. Evidentemente, escogí el ejército. Allí me encontré bien, y he acabado como comandante. Es lo mejor que me podía haber pasado, porque si no, seguro que habría muerto en la calle. Ahora, ya me ves, viviendo en el mejor lugar del mundo, con una mujer y dos hijos fantásticos. El Ejército no es para todos, pero para personas como yo, ha sido la solución, la mejor salida", reflexiona con la mano en la sien.

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