ADIOS. Desde el coche oficial, doña Letizia saludaba a los curiosos al despedirse de Ciutadella, la ciudad natal de un empresario que les legó diez millones de euros - fotos: CRIS

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Mientras los curiosos, la prensa y la extensa comitiva real esperaban que los Príncipes de Asturias llegaran a Ciutadella, en la cocina del Catering Social se ultimaba el menú que posteriormente servirían a Sus Altezas y al centenar de personas que asistió a la visita a las dependencias de la Fundación para las Personas con Discapacidad de Menorca. El ágape estaba conformado por una vichyssoise con albahaca, calabacines rellenos de gambas, tostadas con sobrasada y miel, pechuga rellena de frutos secos con compota de pera, canapés variados, champiñones rellenos con queso y 'cuixot' y repostería fina. A las 12.50 horas, cuando los Príncipes llegaban al local del polígono industrial, prácticamente todo estaba a punto.

Todos los alcaldes de Menorca, el presidente del Consell Marc Pons, el del Govern balear Francesc Antich, el delegado del Gobierno en Balears Ramon Socias, la consellera de Turismo Joana Barceló, la de Bienestar Social Fina Santiago, y su homóloga menorquina Noemí Gomila, recibieron a sus altezas a la entrada del local. Llovía, el viento soplaba fuerte y el ambiente era gélido. Seguramente este poco apacible panorama meteorológico provocó que apenas unos veinte ciudadanos de a pie esperaran la llegada de don Felipe y doña Letizia. Él, de traje impecable. Ella, con un abrigo en color camel largo que no se quitó en ningún momento de la visita, ni en los parlamentos.

Tras el breve recibimiento fuera de las instalaciones, la comitiva real se fue hacia los fogones. Querían ver qué se cocía en la Fundación a la que aportan 140.000 euros, y fue durante la visita a la cocina cuando los Príncipes se mostraron más cercanos. Sobre todo doña Letizia, quien habló distendidamente con una empleada, Assumpta, con la que intercambiaron visibles carcajadas. Después de la cocina, el programa de actos indicaba una visita a la maquinaria de Ecoverd, pero la lluvia y el frío obligaron a suspender este acto. "No hemos podido veros in situ", les decía el príncipe a los empleados después de los parlamentos, cuando se acercó a estrechar la mano de cada uno de ellos. Don Felipe se interesó por su trabajo: "Trabajáis en toda la Isla, también en las playas, ¿no?", les preguntó.

Este intercambio de palabras se produjo después de los parlamentos, tras la firma de sus altezas en el libro de honor de la entidad. Mientras esto pasaba, en el espacio más amplio de las dependencias de la Fundación, que ejerce a la vez de almacén, distribuidor y garaje, los trabajadores y los usuarios de la entidad esperaban con nervios la llegada de los Príncipes. Algunas personas habían pasado por la peluquería y vestían sus mejores galas. Los jóvenes discapacitados ofrecían como bienvenida su simpatía y su sonrisa. También ellos recibieron el apretón de manos de los Príncipes tras los parlamentos, cuando el acto se convirtió en privado y los medios de comunicación salieron de las instalaciones.

Mientras esto pasaba, fuera, en la calle, había aumentado el número de curiosos que esperaban para ver a los Príncipes. Se acercaban a los cincuenta. Armados con teléfonos móviles los que más y cámaras de fotos los menos, aguantaban la lluvia que caía insistentemente. Cuando faltaban diez minutos para las dos de la tarde, los Príncipes salían y se dirigían directamente a saludar al público. Empezaba entonces el delirio, la fiebre por dar la mano a los Príncipes. "¡Mírales, mírales¡" gritaba visiblemente emocionada una señora. Doña Letizia, al acercarse, con cara de frío expresaba: "¡Qué día, señoras!". Ella fue la primera en entrar en el coche oficial. El Príncipe estaba ocupado con un hombre que le pedía una foto, y don Felipe posaba paciente. "Tranquilos, habrá más ocasiones para fotos", concluía el Príncipe, dejando entrever que volverían a la Isla.

Tras la marcha de la comitiva oficial, una señora le enseñaba la mano a su marido. "¡Me ha dado la mano!", le explicaba. A su lado, pasaban otras dos mujeres. "Al final, esperar ha valido la pena", le decía una a la otra.