Visión de la fe. El teólogo afirma que "la fe no se transmite solo con la teoría sino por la forma de vivir, de relacionarse con el prójimo" - Gemma Andreu

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Tener un diálogo con ciertas personas puede ser un lujo, como es el caso del teólogo, pensador y ensayista católico, Olegario González de Cardenal. Aunque está jubilado de la actividad docente, porque de su oficio nunca se retirará, en Menorca ha desarrollado una actividad frenética. El martes ejerció de invitado en la tertulia del Ateneo de Maó. Ha participado en una jornada de reflexión con el clero diocesano sobre Cristología contemporánea y ha impartido las charlas cuaresmales en Maó hablando sobre el misterio de Cristo.

Natural de Lastra del Cano (Ávila), es doctor en Teología por la Universidad de Múnich. Ha sido durante muchos años, catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca y es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Es Premio Espasa de Ensayo 1984 por su obra "El poder y la conciencia", y autor de otras muchas otras creaciones como "La gloria del hombre", "España por pensar", "Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología", "El quehacer de la teología".

Doctor Olegario, ¿cómo se define usted como teólogo?
Como un creyente que tiene que ir a la raíz y mirar al conjunto de toda la verdad, para conocer a Dios, al hombre y al mundo.

¿Cuál es el papel del teólogo en la sociedad y en la Iglesia actuales?
Debe ser el exponente público de lo que la fe entraña, como posibilidad para la vida humana, y por lo tanto, el que da razón pública de la verdad de Cristo.

¿Cómo hablar de Dios en una sociedad pluricultural y plurirreligiosa?
Percatarnos de que cada orden de la realidad exige una palabra de la propia materia, se habla un lenguaje del espíritu humano con otra persona y de Dios, otro lenguaje apropiado a su naturaleza sagrada. El lenguaje de la Biblia es para el teólogo el punto de partida, porque es la forma en que Dios habla de sí mismo y Dios es el que mejor habla de Dios.

¿Cómo debe ser la postura de los cristianos ante las otras religiones?
En primer lugar para todos es obligado el respeto absoluto a la legalidad constitucional. En segundo, la diversidad democrática y tercero la libertad religiosa; esto es lo mínimo común a todos. En ese marco de libertad y de aportación a la común ciudadanía, el cristiano ofrece el Evangelio de Cristo como fuente de vida y comunión eclesial como ámbito de convivencia, celebración y colaboración. Finalmente desde el Evangelio y con la Iglesia colabora en las grandes tareas de la sociedad.

¿Qué nos falta o cómo debemos los cristianos ser buenos transmisores de la fe?
La fe se transmite con una forma de vida, no solo por la instrucción teórica, sino por la forma de vivir, de pensar, de relacionarse con Dios y con el prójimo. Como resultado, transmitimos la fe por contagio permanente, por comunicación doctrinal y por colaboración social y cultural a la ciudadanía.

¿Cómo hablar de Dios en una sociedad que parece que le da la espalda?
Hay que ser cautos, hay una apariencia exterior de lejanía de Dios, pero no sabemos qué pasa en muchas conciencias. Necesitamos hombres y mujeres, que iluminen e interpreten las grandes conmociones, necesidades, esperanzas y angustias de estas conciencias. Porque en medio de ellas, de una u otra manera bulle la pregunta por Dios, la esperanza de Dios, la nostalgia de Dios. Porque el hombre no pude resignarse al sin sentido, a la desesperanza, y al silencio final como si eso fuera lo único que da de si la vida.

Ante la indiferencia religiosa que percibimos, ¿qué podemos hacer?
Dar testimonio de vida, consciente y transparente ante ellos. Vivir con autenticidad, reflejar a Cristo, amar a los hombres, con realismo y esperanza, ofrecer en libertad la fe como una admirable posibilidad de enriquecimiento, de la vida humana. Acogida de las posibles preguntas que ellos quieran hacernos, por el sentido de la vida y de la historia. Esta no es la primera vez que el cristianismo se enfrenta a una situación semejante. Ante ella no tiene que tener complejo ni culpabilidad ni de superioridad, debe ofrecer humilde y gloriosamente el valor inmanente de lo que la fe, el Evangelio y Jesucristo aportan al hombre.

¿Qué ofrece la Iglesia a la sociedad actual?
La Iglesia está en primer lugar al servicio de Jesucristo, pero nunca está a la altura ni de Jesucristo, ni de su mensaje. Eso es para ella motivo de permanente humillación, pero a la vez signo de su grandeza: porque ella ha mantenido siempre en alto el mensaje de Jesús y el Sermón de la Montaña, aunque ella no lo haya vivido en plenitud. La grandeza de la Iglesia no es su moralidad o ejemplaridad propia, sino, el Evangelio y la persona de Cristo ofrecida a los hombres. Estos deben medirse por Cristo y por su Evangelio, antes que por la Iglesia. La Iglesia no es nunca un fin en si misma, es un medio y una servidora de Dios y de los hombres. Ella es la mediación o el puente para el encuentro inmediato de cada hombre con Dios, que es lo supremo, necesario y único suficiente para el anhelo infinito del hombre.