Muestra. Ofrece una gran variedad de juegos, la mayoría industriales, pero también piezas artesanales - Paco Sturla

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"Mi hija tiene 31 años y comencé reparando sus juguetes", responde Tomeu Febrer cuándo se le pregunta en qué momento empezó su ahora extensa colección de juegos, y lo hace con la voz tomada debido a que durante los últimos días ha tenido que hacer de guía y responder a los cientos de preguntas de los grupos escolares de Ciutadella que se han pasado por la sala de exposiciones de El Roser para disfrutar de la colección Febrer i Febrer, un conjunto de joyas que Tomeu comparte con su esposa Esperança.

La exposición, que ya pasó por Maó, donde fue vista por 1.700 personas, permanecerá abierta hasta el próximo 14 de mayo y lleva camino de establecer un record de visitantes. Explica la comisaria de la muestra, Ángela Vallés, que el 6 de abril pasaron por la sala de Ciutadella cerca de 400 personas, una cifra que se aproxima al volumen que suele recibir El Roser en pleno mes de agosto. Añade Febrer que han podido comprobar cómo hay familias que repiten su paso por la sala en más de una ocasión, algo que no es de extrañar una vez contemplada la colección.

Sobre la reacción de los más pequeños a la hora de comprobar cómo se entretenían sus semejantes hace más de medio siglo, comenta Febrer que la primera reacción es la de ver todos los juguetes "a toda prisa". Luego llega la horas de las explicaciones y finalmente la de las preguntas... ¿La más repetida? Si el avión de metal que preside el centro de la exposición vuela de verdad.

"Es lo que más les ha llama la atención ", explica el coleccionista. Y la verdad, dado el grado de tecnología al que están acostumbrados las nuevas generaciones, no resulta extraño que se planteen semejantes cuestiones. Los tiempos han cambiado, y mucho, desde que se fabricó la pieza más antigua del colección, un elefante de hace 102 años.

"Los juguetes de ahora son muy estáticos, hacen que los niños se muevan menos. Los juegos de antes invitaban a ser más creativos, ahora son demasiado perfectos", explica Febrer.La exposición está compuesta por unos 600 juguetes –la mayoría industriales aunque también alguno artesanal– pero la colección completa consta de 1.400 fichas y algunas piezas aún sin catalogar. Muchas de ellas son donaciones de particulares, pero como casi todas las aficiones, ésta también resulta cara.

"Muchos nos los regalan, algunos los reparo y también compro. El recurso de internet siempre está ahí", confiesa. Así ha logrado reunir una colección de los más variada: tebeos, recortables, triciclos, muñecas, trenes, juegos de mesa y hasta reproducciones de altares como si de una casa de muñecas se tratara.

Visto el éxito que está cosechando la exposición cabe preguntarse si podría darse el caso de poner un pie un museo del juguete y convertirse en un nuevo reclamo cultural, como sucede con el espacio museístico dedicado a esa temática en Figueras. Febrer sueña con la posibilidad de que eso se pueda convertir una realidad, pero reconoce que es muy difícil.

"Yo no podría mantenerlo. Solo podría sacarse adelante con la ayuda de la Administración, ya ahora no parece el momento más propicio", concluye.