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Como cada día desde hace meses un robot construido a base de televisores viejos, unas macetas de flores, todo cables y pelotas de tenis, una bola gigante confeccionada con papel de periódico, un barco  de colores de cartón y un lema de chapas -"Compres, llences i nosaltres reciclam"- daban la bienvenida al vestíbulo de las oficinas de la planta TIV.

Sin embargo, el intenso olor acre que invadía el vestíbulo no dejaba lugar a dudas, ayer no era un día cualquiera, era el día después el pavoroso incendio que ha dejado en un estado lamentable la planta de tratamiento de residuos voluminosos que desde abril de 2009 gestionaba Caritas Diocesana de Menorca.

Una instalación pionera y modélica en muchos sentidos, resultado de una nueva manera de entender y vivir la caridad, que más allá de la asistencia puntual entendía que capacitar a la persona hasta conseguir su inserción sociolaboral es el camino para avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria.

El mismo fuego que arrasaba la tarde-noche del jueves la planta latía en el corazón de quienes pusieron todo su empeño en impulsar en Menorca la primera empresa de inserción social de Baleares. Francesc, Antoni, Juan, Esteve, Salvador, Miquel Àngel Rodrigo, Tònia, Mar, Nekane, Joan, la monja... y un sinfín de personas más o menos anónimas alentaron un proyecto sumamente ambicioso que conjugaba a la perfección una vertiente social y medioambiental.

La planta TIV pretendía ofrecer a personas en riesgo de exclusión social un marco en el que aprender una profesión y conocer lo que supone una vida laboral normalizada a través de la gestión de residuos voluminosos, paso indispensable para aligerar la presión a la que está sometido el vertedero de Milá.

En el horizonte una veintena de puestos de trabajo de los cuales el 50 por ciento debía corresponder a personas en riesgo de exclusión y la oportunidad de contribuir a la sostenibilidad de una Menorca Reserva de Biosfera. Y a esta doble vertiente, la TIV sumó la de ser ejemplo de colaboración institucional.

Hasta cuatro niveles de la Administración- europea, estatal, autonómica y local- se volcaron en una iniciativa que sufrió inicialmente una falta de interés y de pericia, superada posteriormente hasta conseguir la mitad de la financiación, cifrada en 2,6 millones de euros, de los Fondos Europeos de Desarrollo Regional, un logro al que contribuyeron de manera decidida el Consell y el Govern de la legislatura que está a punto de expirar. Por su parte,  el Ayuntamiento de Maó cedió los terrenos, una parcela de 40.000 metros cuadrados en el antiguo vertedero de Torelló.

Superadas las trabas iniciales, el proceso de ejecución y puesta en marcha de la planta se realizó con celeridad, el Consistorio mahonés aprobaba el estudio para impulsarla en abril de 2007 y dos años más tarde abría sus puertas. La crisis sorprendió a la TIV casi cuando comenzaba su andadura empresarial.

Desde la gerencia de la planta se trabajaba en captar nuevos clientes que permitiesen sortear la escasez de "materia prima" motivada por el derrumbe de la construcción y la caída del consumo. La quincena de trabajadores se empleaba a fondo y todo se hacía sin descuidar otro de los grandes ejes del proyecto, el de la sensibilización, a través de talleres y actividades dirigidas, especialmente, a los más jóvenes.

Y entonces llegó el fuego, un enemigo imprevisible y poderoso que, paradójicamente, no alcanzó las oficinas desde las que se impulsa la iniciativa ni el taller donde se desarrollaban las acciones de concienciación. Y pese a su virulencia y su poder destructor, pese a las lágrimas que motivó, no alcanzó tampoco a la convicción de que las necesidades y los retos del siglo XXI exigen una nueva caridad, la caridad que será capaz de resurgir de las cenizas.