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Londres está en llamas. No sólo han ardido edificios, coches y contenedores en la última semana sino que también ha estallado un conflicto social que hervía a fuego lento en los fogones de los barrios marginales.

La muerte a manos de la policía de un joven de raza negra en el barrio de Tottenham fue como el estallido de una olla a presión y, aunque parece que los ánimos se han apaciguado en los últimos días, los menorquines residentes en el Reino Unido continúan con el susto metido en el cuerpo.

"Todavía tengo un nudo en el estómago", asegura la ciutadellenca Roser Bosch Fraga, que reside en Londres desde finales de febrero. La joven, que trabaja en un restaurante ubicado en el centro comercial Westfield Shopping recuerda que el pasado lunes no pudo dormir. "Sólo escuchaba sirenas, tenía la radio encendida e informaban de que los altercados se iban extendiendo a más y más barrios".

El distrito de Hackney, uno de los más afectados, se encuentra a tan sólo cinco minutos en autobús de Bethnal Green, donde vive Bosch. "A través de la televisión veía cómo estaban quemando dos supermercados en el barrio de al lado, estaba sola en casa y sólo podía rezar para que esto se acabase. En estas situaciones es en las que te das cuenta de la falta que te hacen los tuyos aquí", explica.

También el mahonés Santi Sánchez López ha vivido de cerca la revuelta. El diseñador gráfico menorquín, que se trasladó a Londres en 2002, trabaja en Claphan Junction, otra de las zonas más dañadas de la ciudad. "Estaba comprando a lado de mi oficina y noté el ambiente muy cargado. Pregunté y me dijeron que la policía había recomendado el cierre de los negocios al prever que los disturbios podían extenderse a la zona. Al llegar a casa encendí la televisión: el mismo barrio en el que había estado comprando estaba siendo arrasado", relata Sánchez, quien se muestra de acuerdo con las palabras del primer ministro británico, James Cameron: "Si han sido lo suficientemente adultos para hacer tanto daño que sean también adultos para enfrentarse a las penas que les van a caer".

Asimismo, critica el hecho de que los protagonistas de los altercados "son los mismos que se quejan de que no hay trabajo y de que el Gobierno no hace nada al respecto pero no han tenido reparos a la hora de destrozar la vida y los negocios de personas inocentes".

El mahonés apunta que el martes, día en que Cameron optó por reforzar la presencia policial en las calles de la capital incrementando hasta 16.000 el número de agentes, "Londres parecía una ciudad fantasma. Salimos del trabajo antes de la hora habitual. No había casi nadie por la calle y todos los comercios estaban cerrados y protegían los escaparates con maderas".

Ese mismo día la revuelta se propagó a otras urbes del país como Bristol, Liverpool, Birmingham o Manchester. Precisamente en ésta última vive la ciutadellenca Anna Vidal desde hace poco más de un año. La menorquina, que trabaja en un hotel ubicado en el centro de la ciudad, explica que ante la inminente llegada de los altercados, la dirección optó por cerrar dos de los tres bares del establecimiento. Asimismo, un guardia de seguridad vigilaba la puerta de entrada del hotel. A pesar de todas las medidas tomadas, no pudieron evitar que los protagonistas de la revuelta entraran en uno de los bares en busca de alcohol. No consiguieron su objetivo pero dejaron tras de sí una puerta rota. "Eran muchísimos y rompían cada cristal de cada tienda por la que pasaban", recuerda Vidal, quien se vio obligada aquella noche a dormir en el hotel. "Los tranvías dejó de funcionar y el centro estaba cerrado al tráfico por lo que los autobuses no circulaban".

La joven menorquina considera que los jóvenes que se unieron en Manchester a los disturbios iniciados en Londres "aprovecharon la oportunidad para dar miedo y robar". En cuanto a las posibles represalias, Vidal cree que la propuesta del Ayuntamiento de retirar las viviendas de protección oficial y las pensiones a las familias de los involucrados no resultarán efectivas. "Esta medida ha sido muy buena acogida por la población autóctona pero, desde mi punto de vista, lo único que conseguirán es que una familia desestructurada pase a ser una familia que no tiene otro remedio que vivir en la calle", asevera.

En Bristol reside el mahonés Juan Nuevo Alemany que durante cinco años ha ejercido como capellán de prisiones, lo que le ha permitido conocer de primera mano la situación que se vive en las zonas marginales del país. El menorquín señala la falta de una figura masculina en casa como una de las posibles causas del desasosiego social que caracteriza estos barrios. "Un número cada vez mayor de jóvenes son criados sin padres. La mayoría de manifestantes son miembros de una banda cuya única lealtad es hacia el grupo y cuya única figura de autoridad es el líder. Al igual que la inmensa mayoría de los jóvenes que están entre rejas, los miembros de las pandillas tienen una cosa en común: no hay padre en casa", comenta Alemany, quien lamenta las dificultades de estos chicos para escapar de un destino que parece venir grabado a fuego.

El mahonés relata que los jóvenes sin modelos masculinos tienen una noción de la vida familiar caótica y conflictiva. Así, subraya que los manifestantes no se detendrían en su camino aunque las autoridades locales fueran a recuperar su bibliotecas aunque, según opina, "se sentirían mucho mejor si su padre fuera a pasar tiempo con ellos".

La migjornera Celia Álvarez Ramos, que se instaló en Londres a principios de marzo, es contundente en sus declaraciones: "tildar de estúpidos o ladrones es, seguramente, un tópico demasiado fácil para describir a los protagonistas de los "riots" de agosto. Aún así, es verdad que tanto a los políticos como a la gran mayoría de la gente con la que he podido tener una conversación sobre el tema, esta descripción los deja tranquilos y con la consciencia serena".

La menorquina no justifica las acciones violentas pero considera que los jóvenes de las zonas degradadas de la capital son víctimas de una violencia estructural y cultural. "La violencia estructural es aquella que se impone desde las estructuras estatales y que imposibilita o dificulta poderse desarrollar como ciudadano que requiere de unas necesidades básicas como una vivienda digna o un trabajo. La violencia cultural es todavía más difícil de percibir porque forma parte de la manera de entender, cualificar y jerarquizar el mundo social", manifiesta.

En este sentido, opina que los participantes en los altercados han sido demasiado inocentes: "No creo que supieran de una forma real qué querían conseguir con este tipo de actos y, de algún modo, se han cavado su propio pozo", remarca Álvarez quien, no obstante, lamenta que "Londres parece sentir vergüenza de lo ocurrido pero está claro que hay algo que no funciona como es debido en el Londres más turísticos, más "cool", el Londres de los Juegos Olímpicos y de la sociedad consumista".

Otra visión es la de la mahonesa Jenny Manota, que ha vivido los disturbios desde la comisaría del sur de la capital británica en la que trabaja como oficial de detención de la Policía Metropolitana de Londres. La menorquina recalca que el miércoles todos las celdas de los calabozos estaban ocupadas por personas detenidas durante los disturbios. "Tuve la oportunidad de hablar con los arrestados, había menores de edad, padres de familia, personas mayores. Personas con antecedentes criminales y otras que no habían tenido nunca ningún problema con la ley. Algunos admitían la culpa, otros no", indica. A la mayoría de ellos se les denegó la libertad provisional y los juzgados continuaron abiertos durante la noche.

La menorquina relata como muchas personas acudían a la comisaría para entregar objetos y ropa robados que habían encontrado en la calle e incluso un padre llevó a su hijo a las dependencias policiales al enterarse de que había estado involucrado en los saqueos.

La necesidad de aumentar la presencia policial en las calles de Londres ha motivado que muchos agentes se hayan visto obligados a doblar turnos o a renunciar a sus días libres. "Hay compañeros que llevan diez días seguidos trabajando con sólo cuatro o cinco horas para descansar, muchos duermen en la estación y aún les quedan seis o siete días más de trabajo por delante", explica la mahonesa.

A pesar de que algunos responsables policiales ya han advertido de que este amplio dispositivo no es sostenible durante más tiempo, Manota admite que, por el momento, no ha escuchado ninguna queja por parte de sus compañeros. "El nivel de profesionalidad es muy alto y también la solidaridad entre todos. Muchos colegas dicen que al patrullar la gente les da las gracias por estar allí, protegiéndoles", declara.