TW
0

"Este hombre no se ha purificado". Esta es la sentencia que consta en el expediente del mahonés Francesc Seguí Valls, que se encuentra el Archivo Histórico del Ministerio de Asuntos Exteriores. Seguramente llevaba doscientos años esperando a que alguien sintiera curiosidad por un personaje de novela, que vivió los turbulentos cambios de finales del siglo XVIII, entre ellos la Revolución Francesa en París, y la época napoleónica de principios del siglo XIX. El historiador y jurista Román Piña Homs ha investigado este expediente y la correspondencia familiar de Francesc Seguí. El fruto de este trabajo es parte de su último libro, "Un triángulo masónico", que se presenta esta tarde, a las 19.30 horas en el Ateneu de Maó.

No se puede afirmar que Seguí Valls fuera masónico, aunque sus buenos contactos con personajes de gran importancia en varios países europeos fomentan la sospecha de que es probable que participara de las mismas ideas liberales de la masonería. El libro de historia describe también la trayectoria de otros dos personajes, el visionario Juan Bautista Picornell y el leal hombre de Estado Miguel Cayetano Soler.

Román Piña aporta información nueva y recoge datos apuntados antes por Guillem Sintes y Terrón Ponce. La azarosa historia de Francesc Seguí Valls parece una novela de aventuras, cuyo protagonista es un hombre de negocios con muchos amigos y pocos escrúpulos, definido por algunos como un "bribón", conocido de reyes y protagonista de algunos episodios apasionantes de un tiempo de revoluciones, corrupción y apertura a la modernidad.

El protagonista nació en Maó en 1752 y murió en Nápoles en 1825. Era descendiente de una prestigiosa saga de juristas. Su abuelo fue Juan Seguí Sanxo, a quien los británicos concedieron un gran poder local y que intentó suprimir el cargo de Batle General, que radicaba en Ciutadella. El padre del personaje del libro fue Francesc Seguí Sintes, también jurista y con un gran peso en las administraciones británica y española. Su hijo también estudio leyes, pero con 24 años viajó a Roma, como representante de órdenes religiosas de la Isla. Era el año en que Washington declaró la independencia de Estados Unidos de América del Norte. En Roma se hizo amigo del conde de Glou­cester, hermano del rey Jorge III de Inglaterra y gran maestre. En Menorca se reciben sus noticias con expectación. Sin embargo, algún error grave cometió, ya que seguramente fue su propio padre quien le impidió regresar a la Isla, donde nunca más volvió.

Su apasionante historia pasa por Túnez (1780), Trípoli (1783), donde negocia la paz de España; reside en Lisboa (1784) con su mujer menorquina, Juana, hija del pintor Chiesa, donde tiene contactos con la reina María de Braganza y se hace amigo del embajador de Marruecos. Catalina, la emperatriz de Rusia, le nombra cónsul de Algarve (1792). Lleva 10 años en Lisboa y quiere dar el salto y en 1793, en plena época del terror, se instala en París. Tiene un cargo importante, comisario encargado del aprovisionamiento de la República. En tiempos tan turbulentos se mueve con maestría y vive de cerca el ascenso de Napoleón. Se va a Madrid como comisionado general de la República Francesa (1798), en un momento delicado con Godoy de protagonista. Es nombrado Cónsul General y encargado de negocios en Túnez (1803), donde coincide con otro menorquín Arnaldo Soler. Pensaba estar allí unos pocos meses. Pero se le acusa de aprovecharse del cargo y se le somete a arresto domiciliario. Arruinado se va a Nápoles (1812) donde muere (1825).