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Autoficha
Me llamo Magdalena Salom Sintes, tengo 59 años y, aunque nací en Barcelona, he vivido toda mi vida en Alaior. Estoy casada y tengo dos hijos y tres nietos. Soy ama de casa y me encanta la cocina. Los niños son mi debilidad y me gusta pasar tiempo con mis nietos. También dedico horas a caminar y a hacer punto. Desde el 2001 colaboro con la Asociación de Amigos y Amigas del Pueblo Saharaui y, durante el verano, mi familia y yo acogemos a niños.

¿Por qué decidió colaborar la Asociación de Amigos y Amigas del Pueblo Saharaui?
Necesita hacer algo de utilidad, sentirme realizada. Todo empezó en el 2001. Había estado años cuidando a mi madre hasta que murió en el 2000. Me enteré sobre la labor que realizaba la asociación, acogiendo niños y apartándolos un tiempo de las condiciones de vida que tienen en los campamentos. Me puse en contacto con ellos y, tras varias reuniones, pude acoger a un niño de 12 años. Estuvo con nosotros dos veranos y fue una experiencia muy gratificante. Era muy simpático y un poco trastillo pero se integró muy bien.

Usted incluso llegó a visitar a la familia de este niño en el campamento.
Si, fue en 2003. Fui a la haima de la familia y, a pesar de la precariedad, me recibieron con los brazos abiertos. Me quedé impactada porque no tienen nada pero te lo dan todo. Aquel fue un viaje organizado por la asociación de Barcelona. Las familias acogedoras pueden ir al Sahara en viajes que se organizan en el Puente de la Constitución y en Semana Santa. La familia del niño que acogimos también tenía una niña de 7 años. Como él ya había cumplido los 14, no podía volver en acogida, así que pedimos a la asociación a ver si la hermana podía venir a Menorca. Lo conseguimos y estuvo con nosotros durante cinco veranos. Actualmente tenemos contacto por teléfono y habla menorquín perfectamente.

La historia con esta niña fue más allá porque por poco llegó a irse a estudiar a Palma.
La familia me preguntó qué posibilidades había de que ella estudiara aquí. Me enteré de que en Mallorca hay una "Escola en Pau". Volví al Sáhara para recoger papeleo y, tras un montón de trámites burocráticos, conseguimos que le dieran plaza. El problema fue que la madre se puso enferma y, en el último momento, la niña decidió quedarse al lado de su familia. Yo le dije que, si algún día ella consigue un pasaporte, que las puertas de mi casa siempre estarán abiertas.

Usted ha seguido acogiendo. El verano pasado tuvo a un niño discapacitado. ¿Cómo fue la experiencia?
Fue difícil pero también muy gratificante. La asociación me pidió a ver si podía tener durante un mes a uno de los niños discapacitados que vinieron. Conseguí que se fuera siendo capaz de decir algunas palabras y lo llevamos a muchas revisiones médicas. Quiero que vuelva, estuvo muy a gusto en casa.

¿Qué mensaje lanzaría a los lectores?
Dicen que hay crisis y que no se puede alimentar a una boca más pero yo les diría que donde comen dos, comen tres. Es cuestión de pensar más en los demás y tener buena voluntad porque se hace feliz a un niño vale la pena. La gente se debería involucrar más en este tipo de iniciativas.