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Acogerse a un programa Erasmus cambió su vida. Benedicta Linares Pearce (Maó, 1978) conoció en Holanda a un joven francés, Benoit, por el que decidió dejar atrás Barcelona, donde estudiaba Psicología, e instalarse en Burdeos. Allí aprendió el idioma y se licenció en Comercio Internacional y, tres años después de su llegada, la pareja se trasladó a París. En la capital francesa, la menorquina trabajó como responsable comercial para dos empresas de moda hasta que, siete años más tarde, surgió la oportunidad de instalarse en Londres.

Tras dar a luz a su hijo en Menorca en agosto de 2009, Benedicta y Benoit aterrizaron en la capital británica. Por el momento, la menorquina se dedica al cuidado de Arturo, de dos años, mientras su marido ha puesto en marcha su propia empresa.

Comenzó sus estudios de Psicología en Barcelona. ¿Qué le empujó a decantarse por esta ciencia?
La verdad es que Psicología era la quinta de mis opciones, yo hubiera querido entrar en Publicidad. De todas maneras, a los 17 años no tenía las ideas muy claras y la información que se nos proporcionó en el instituto Joan Ramis i Ramis acerca de las opciones que se nos abrían fue bastante ligera. Durante la primera semana de curso en la Universidad Autónoma de Barcelona y tras haberme decantado por una formación secundaria de letras puras, salí llorando de las clases de Estadística, Informática y Biología. Sentía que no estaba preparada para este tipo de asignaturas. La verdad es que el primer año en Barcelona fue muy difícil a todos los niveles. Dejar atrás a mis seres queridos, encontrarme en un campus que me pareció frío y triste y en una ciudad a la que me costaba cogerle el truco fue duro pero también muy eficaz para dar un gran paso en el aprendizaje de qué es la vida.

¿Mejoró con el tiempo?
Sí, un año más tarde ya me había mudado a un piso compartido con algunas amigas y estaba disfrutando, tal vez demasiado, de la vida de estudiante. Pasaba poco tiempo en clase aunque me interesaba mucho la vida política de la facultad. Formaba parte de algunas asociaciones y, gracias a eso, entré en contacto con algunos profesores que me hablaron de la posibilidad de pasar un año en el extranjero con el programa Erasmus. Este tipo de intercambios no eran muy conocidos en aquel entonces y pocos estudiantes sabían de su existencia. Así fue como en agosto de 1998 me fui a Holanda.

¿En qué ciudad estuvo?
En Tilburg que, a pesar de ser la quinta ciudad en talla de Holanda, es en realidad un pueblo de estudiantes con pocos coches, muchas bicis, con un campus muy moderno y muchos sitios donde salir. Había un comité de acogida para los estudiantes de Erasmus increíble. En mi promoción había más de cien alumnos extranjeros y llegamos a conocernos todos y a participar en muchas actividades extrauniversitarias. Los nueve meses de Erasmus fueron para mi una experiencia alucinante y conmovedora que cambio mi vida para siempre. No tanto por lo que aprendí en la universidad como por la gente que conocí y el sentimiento de unión total con un montón de extranjeros que de un día para otra se habían convertido todos en mejores amigos. Creo que muchos estudiantes Erasmus tienen una experiencia tan fuerte durante su tiempo fuera que les cuesta mucho volver luego a la realidad de su vida de antes.

Precisamente en Holanda encontró el amor...
Sí. Benoit, mi marido, también estaba de Erasmus en Tilburg. Venía desde la Universidad de Toulouse, aunque su familia era de Carcasonne. A pesar de que él hablaba un inglés pésimo, congeniamos enseguida y, finalmente, decidimos que no queríamos volver a separarnos jamás. Benoit vino a pasar el verano de 1999 a Menorca y yo le seguí a Francia un par de meses más tarde, dejando atrás Barcelona y mi carrera.

Una decisión atrevida. ¿Salió bien?
Sí. Benoit y yo vivimos durante tres años en Burdeos. Fue una época sensacional, empezaba a tomar responsabilidad por mi vida y mi futuro pero al mismo tiempo vivía en un ambiente de estudiantes. Benoit y yo vivíamos ya en pareja y disfrutamos de la ilusión de compartir hogar con la persona a la que se quiere y de abordar el nuevo milenio juntos

¿Tuvo problemas con el idioma?
El único francés que había aprendido antes de llegar a Burdeos fue el que estudié en el instituto durante dos años. Por eso me resultó muy duro encontrar trabajo los primeros meses. No entendía nada y me resultaba aún más difícil expresarme. ¡Empecé haciendo trabajos de modelo y azafata en los que sólo se me pedía sonreír! Evidentemente no era lo que buscaba a medio ni largo plazo pero, a parte del idioma, me encontré también con la exigencia de titulos universitarios franceses para cualquier tipo de empleo mínimamente interesante.

Así que optó por estudiar francés...
Sí. Estudiaba en casa y veía mucho la televisión en francés. Con Benoit siempre hemos hablando en inglés mezclado con un poco de castellano así que intentaba hablar con toda la gente con la que me cruzaba. Afortunadamente, dos meses después ya hablaba un francés básico pero suficiente para poder moverme sola por la ciudad y buscarme la vida. En septiembre de 2000 pude empezar mis estudios de Comercio Internacional.

¿No acabó Psicología?
Intenté seguir estudiando a distancia pero con muy poca dedicación y aún menos éxito. Lo que quería hacer en realidad al llegar a Burdeos era trabajar, mis padres seguían financiándome y no me sentía bien con aquella situación. Por su parte, Comercio Internacional me pareció una carrera apasionante desde el primer momento, me despertó una fibra comercial que ni siquiera sabía que existía. No obstante, me encontré con una nueva barrera: el francés escrito y el oral formal. Durante los primeros meses, cada noche llegaba a casa con dolor de cabeza por el gran esfuerzo que suponía el traducir, comprender y escribir en francés. Sin embargo, tras diez años en Francia, el idioma se me ha metido bajo la piel y creo que a día de hoy escribo mejor en francés que en castellano.

¿Continuó trabajando mientras estudiaba?
Sí, combiné los estudios con trabajos de azafata casi todos los fines de semana y durante las vacaciones. Participé en todo tipo de eventos desde ferias internacionales de vino hasta promoción de coches. Esto me proporcionó un sentimiento de autorrealización y autonomía que me ayudó mucho a integrarme posteriormente en el mundo laboral.

¿Durante cuántos años vivieron en Burdeos?
Estuvimos allí tres años, desde septiembre de 1999 hasta el mismo mes de 2002. La verdad es que no me costó adaptarme a la nueva vida en Francia y me encantó la forma de vivir de los franceses, la atención que ponen en cada detalle, la generosidad entre amigos y familia y, por supuesto, el culto por la gastronomía. Hasta los 20 años había sido una persona muy quisquillosa con la comida y en Francia pude probar cientos de productos nuevos que cambiaron toda mi actitud. Se me hizo extraña en un primer momento la mezcla intercultural y racial existente en Burdeos y lo que más me chocó fue la facilidad de los franceses para quejarse de todo y hacer huelga.

¿Por qué decidieron trasladarse a París?
Benoit estudió un ciclo de Finanzas Internacionales en Burdeos, así que finalizamos nuestros estudios al mismo tiempo. A los dos nos interesaba entrar en contacto con empresas de vocación internacional y el lugar lógico donde empezar a buscarlas en Francia era, inevitablemente, París.

¿Qué le pareció la capital francesa?
Si vives en el centro de París, es genial. En caso contrario, puede convertirse en una pesadilla de metros, trenes, gente estresada y poco abierta, mucho trabajo y poco más. Mi marido y yo tuvimos la suerte de poder encontrar empleos que, a pesar de ser muy intensos en ciertos momentos, nos permitieron disfrutar de salidas a museos, teatros, conciertos, cines, tiendas, visitas espléndidas y restaurantes. Además, nuestro grupo de amigos de Burdeos se mudó a París al mismo tiempo que nosotros así que llegamos con la ventaja de no estar solos.

¿Qué tipo de trabajo encontró?
Durante mi estancia en París trabajé para dos empresas vinculadas con la moda. La primera fue Tranding Diffusión, donde estuve entre 2002 y 2007. Se trata de una empresa familiar especializada en proveer con colecciones mujer, caballero y niño a las grandes centrales de compra francesas. Allí me dieron la gran oportunidad de convertirme en su responsable comercial en Europa y me encargaron la conquista de todas las grandes centrales de compra de países como Inglaterra, España, Italia, Portugal, Hungría o Rusia. La aventura fue bastante bien y sobretodo pude avanzar muy rápido en mi formación ya que la negociación en gran distribución es algo muy duro y el seguimiento de un pedido textil desde el momento de la presentación hasta su entrega es muy complicado y está lleno de imprevistos.

Después trabajó para otra empresa...
Sí. Al cabo de cinco años me entraron ganas de trabajar en un ambiente con un poco más de glamour, así que me fui a la firma Derhy, de ropa "pret a porter" para una mujer muy femenina y original. Mi puesto allí fue de responsable comercial global, pero concretamente me encargaba de seguir las grandes cuentas y de dirigir los salones y show-rooms donde se presentaban las colecciones de la marca a través de toda Europa, Estados Unidos y Rusia. El mundo de la moda en París es muy particular y más aún porque lo llevan sobre todo mujeres. Por ejemplo, en Derhy tan sólo trabajaban tres hombre y, en cambio, éramos setenta mujeres.

¿En qué barrio de París se instalaron?
Encontrar un piso en París, sobre todo si no se tienen garantías de empleo, es extremadamente difícil, así que empezamos por pasar un año en Clichy, una ciudad de las afueras pegada al norte de París y no muy bonita. Por suerte una vez que Benoit y yo conseguimos trabajo pudimos mudarnos al 11eme, un barrio del centro-este de la ciudad dinámico y joven. ¡Nos gustó tanto que hasta compramos piso allí unos años mas tarde!

¿Qué impresión le causaron los parisinos?
Es inevitable observar que han perdido interés o están claramente hartos de ver a tanta gente instalándose o visitando su ciudad. La verdad es que ser capital turística del mundo puede cansar, es comprensible, pero al mismo tiempo deben ser mínimamente acogedores si quieren mantener esta posición. Personalmente, siete años en París me permitieron conocer a mucha gente, tanto parisinos como personas procedentes de otras partes de Francia. Integrarse es sobretodo una cuestión de tiempo y voluntad. Al cabo de cierto, hasta te llegas a sentir parisino, tanto para lo bueno como para lo malo. Cuando empecé a reaccionar frunciendo el ceño en vez de con una sonrisa a la gente que me preguntaba algo por la calle, me dije que igual era el momento de marcharnos de París.

¿Cuándo decidieron poner fin a su etapa en Francia?
En 2009. Mi marido trabajaba como "trader" para un banco que, debido a la crisis que afectó al sector financiero a finales de 2008, propuso un plan social para los empleados al que Benoit se presentó voluntario. Hacía tiempo que soñaba con montar su propia empresa y aquel parecía el momento ideal, así que se asoció con un amigo para lanzar un fondo de inversión privado en Londres, el lugar más indicado para este tipo de actividad en Europa. Por aquel entonces, yo estaba embarazada de nuestro hijo y no estaba segura de que mi futuro rol de madre fuera compatible con el mundo de la moda. Por ello, no vi ningún inconveniente en dejar mi trabajo y mudarme a la ciudad donde había nacido mi propia madre.

O sea que tiene raíces anglosajonas...
Sí. Mi padre, Gaspar Linares, es menorquín pero mi madre, Ashlee Pearce, es inglesa. Supongo que esto ayuda mucho a que me sienta como en casa en Londres. Por ello, tampoco tuve ningún problema con el idioma ni con las costumbres e incluso estoy encantada con el hecho de que, por fin, puedo entender y situar todas las referencias, canciones, rimas, platos típicos, costumbres navideñas y de Pascua que me inculcaron mi madre y mis abuelos de pequeña.

¿Su hijo también nació en Londres?
No, Arturo nació en Menorca. Habíamos previsto dar a luz en París, donde había hecho todo el seguimiento del embarazo, pero mi hermana Carlota y su ahora esposo, Iñaki, se casaban un mes y medio antes de la fecha teórica del parto. Fui a la boda y decidí quedarme todo el verano en Menorca a la espera del nacimiento de nuestro hijo, el 19 de agosto de 2009. Tener a la familia al lado en esos momentos es muy importante y, además, me quedé muy contenta con el trato recibido en el hospital Mateu Orfila.

Y como recién estrenada madre se marchó a la capital británica...
Sí. Arturo tenía tan sólo cinco semanas cuando llegamos a Londres. Durante los primeros meses no me moví mucho de casa, hacía mucho frío y llovió y nevó bastante. Me costó adaptarme al clima, a las tres de la tarde se pone el sol y eso es muy difícil para una mediterránea. Por el contrario, me impresionó que Londres no es una "gran ciudad", tal y como la concebimos. Los edificios son bajitos, las casas tienen jardines particulares, hay mucho parques y pequeñas tiendas de antigüedades y curiosidades.

¿Es tan caro como dicen?
Sí, Londres es una ciudad cara, pero tiene muchísimos servicios que no se ofrecen en otras ciudades. Mi gimnasio, por ejemplo, tiene guardería para los niños. De momento no trabajo pero, si lo hiciera, sé que la flexibilidad del mercado laboral ofrece un dinamismo de empleo inigualable en el resto de Europa. Este factor ha ayudado mucho a mi marido con la expansión de su empresa.

¿Está funcionando bien?
Sí. Hace unos meses se fusionaron con un fondo de inversión mucho más grande y trabajan con clientes de todo el mundo.

Y de momento, usted se dedica al cuidado de su hijo...
Sí. En Londres es muy común que las madres queden al cuidado de los niños debido al alto precio de las guarderías y las niñeras. Además, las mamás londinenses tiene infinitas opciones de actividades y entretenimiento. Mientras trabajaba nunca hubiera imaginado que quedarme en casa con mi hijo y pudiendo mimar a mi marido me hiciera tan feliz.

Supongo que Londres ofrece además una gran variedad de oferta cultural...
Sí. Me encanta poder ir a la ópera sin tener que reservar el día mismo de la apertura de la taquilla, como pasaba en París. Además, tenemos la suerte de vivir en Kensington, un barrio con todo a mano. Además, de museos, parques y tiendas, hay escuelas internacionales que permitirán a Arturo progresar en sus tres idiomas. En esta zona hay una gran comunidad internacional muy abierta y acogedora entre la que hemos conseguido conocer a mucha gente y hacer amigos en poco tiempo. Por primera vez en mi vida me siento realmente en mi sitio, entre familias que hablan varios idiomas en casa, mezclan culturas y se sienten europeas, por no decir internacionales. Por otro lado, lo que menos me gusta de Londres es el metro, poco fiable y muy caótico desde que se están preparando los Juegos Olímpicos. ¡Menos mal que existen buenas redes de autobuses! En general, adoramos la ciudad, entre otras muchas razones porque tiene vuelos directos con Menorca.

¿Eso les permite viajar a la Isla a menudo?
Sí. Cada dos meses visitamos Menorca y en verano pasamos las vacaciones allí. Mis padres y mis hermanos viven en Menorca y, por suerte, mi marido puede seguir trabajando en la Isla, así que podemos ir en familia. Benoit está enamorado de Menorca y nuestra intención es pasar tres o cuatro meses al año en la casa que nos estamos construyendo en Es Canutells, que debería estar acabada antes del próximo verano. De momento, no nos planteamos instalarnos en Menorca definitivamente aunque me encantaría que mi hijo pudiera disfrutar parcialmente de la Isla durante los próximos años. ¿Quien sabe? ¡Igual vuelvo tras jubilarme!


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